Y caía la lluvia como si hiciera canción cada vez que las gotas chocaban con las hojas anchas y verdes de las plantas que hay en el jardín. Había empezado a llover y creo que por eso la araña abandonó la telaraña recién tejida, que hacía poco había terminado. Ni se distrajo en el momento que un abejorro voló cerca de ella. La lluvia no le avisó, llegó tan de repente que la abuela me dijo que subiera tan rápido como pudiera porque en la azotea colgó la ropa para secarse con la brisa y los rayos de sol.
La araña ni rastro dejó, sólo pendían muchas gotas sobre los hilos abandonados. Colgaban las gotas pareciendo como si temblaran. Y de la araña que la lluvia espantó no se supo algo más, tampoco del destino del abejorro que voló cerca de ella mientras se ocupaba en tejer su telaraña.
Tarde de octubre…
La hoja que el viento dejó en la banca mientras platicábamos aquella tarde de octubre todavía la conservo en medio de las páginas de este cuaderno. Aguarda seca y su color café me alerta en que si la toco o llevo a mis manos debo hacerlo con cuidado y delicadeza porque en el menor descuido podría romperse. Me dijiste “llévala contigo y guárdala”. Permanece aquí en estas páginas, y su presencia evoca al encuentro y a aquella conversación vespertina de este octubre reciente. No hay reproche para la brisa que la despegó de la rama, su llegada fue tan oportuna que hoy, gracias a ella, vuelvo a ir a aquel sitio, al parque y a la fría banca de fierro que nos esperaba cada viernes siempre que la lluvia no se apareciera.
josecruzdominguez@gmail.com