En Xalapa, la artesana Isabel Pérez Tinoco preserva el tejido de ojo perdiz con bejuco sintético, labor que poco a poco se ha ido perdiendo por la dificultad de la técnica y el encarecimiento de los materiales originales.
En entrevista, declara que en la entidad esta artesanía tiene mayor tradición en el Sotavento, de donde ella es nativa y donde aprendió sin tener un maestro, solo mediante la observación.
¿Cómo aprendió el tejido ojo de perdiz Isabel Pérez?
A los 18 años, en Tlacotalpan, por necesidad de un ingreso, empezó a fijarse cómo se trabajaba el bejuco para lograr tener “un ojito”. Descubrió así que con siete vueltas se lograba. La séptima, conocida como “petatillo”, es la que permite formar el ojo.
Este tejido es considerado un arte, pero también, matemáticas. Entre horizontales, verticales y “petatillo”, se van formando los lienzos para distintos muebles de madera, aunque se emplea más en las sillas mecedoras.
Quienes apenas se inician en esta urdimbre suelen emplear mucho tiempo, pero Isabel Pérez ha adquirido una gran rapidez y en una tarde puede tener listos los tejidos para una silla mecedora.
La artesana acumula 41 años de hacer el ojo de perdiz y en la capital del estado su trabajo es valorado por los clientes. Para ella significa una gran satisfacción saberse una de las pocas personas dedicadas a esta labor.
Enfatiza que antes, el principal material era el mimbre, el bejuco natural, pero al encarecerse, disminuyó su uso. Además, el tejido también es más costoso y pocas personas estaban dispuestas a pagarlo.
Emplear el bejuco de plástico conlleva ciertos riesgos e Isabel no ha estado exenta. Sus dedos dan muestra de los poco más de 40 años como tejedora.
“Tiene su dificultad porque el bejuco es muy caliente y las manos se ampollan. Para que no se caliente tanto, le pongo parafina para que el bejuco corra bien y no se reviente”.
¿Dónde se ubica en local de Isabel Pérez, artesana del tejido ojo de perdiz?
En la Miscelánea Castro, ubicada en Zamora 49, a solo unos metros de Correos, uno puede hacerle encargos a Isabel, el mismo lugar donde muchos xalapeños de antaño ubican no a una mujer sino a un hombre tejedor, quien solía dar muestra de sus habilidades.
Ese artesano era Octavio, hermano de Isabel. Ella le enseñó. Tras su fallecimiento, Isabel es quien se encarga de los pedidos al cien por ciento.
Sus habilidades van más allá del ojo de perdiz, también destaca en el tejido de malla y en el deshilado, y diseña y teje blusas en crochet.
Para la mujer, quien es zapateadora y afecta al fandango en honor a sus raíces tlacotalpeñas, recuerda a su abuelita, con quien se crio desde los cinco años, entre trajes de jarocha, hilos, estambres, agujas y ganchos.