Actualmente se está creando una educación visual entre las personas que se tatúan, ya que de ser una práctica que hace décadas era mal vista por el estigma de la cárcel o las drogas, ahora se realizan obras de arte con diseños personalizados, más complejos y con un toque extra para que no sean genéricos, expresó la tatuadora Jacqueline Olivera Carrizales.
Existe una competencia sana entre artistas, señala, porque cada uno busca especializarse en un estilo, como tradicional, neotradicional o puntillismo, entre otros, para ofrecer una mejor experiencia creativa con sello propio.
Te puede interesar: ¿Estudiaste en la Unidad de Artes UV? Celebrarán 30 años
La especialista en tinta negra dijo que ayudó mucho que artistas o famosos se tatuaran, pues incluso a ella le tocó ser señalada en su familia cuando inició: “pero ahora incluso la gente comenta ‘mi jefe tiene un tatuaje; mi compañero también, es de flores y está bonito”.
¿Cómo han cambiado las herramientas para tatuar?
Además recordó que la evolución del material y herramientas para trabajar cambió, pues hace 15 o 20 años las agujas tenían más grosor y ello limitaba los diseños, por lo que allí entraba la creatividad del artista de reelaborar cosas complejas y hacerlas simples para que se siguieran entendiendo cuando cicatrizaran.
No obstante, enfatizó que la profesión no solo se trata de hacer correctamente una línea delgada o gruesa, también se requiere conocimiento de asepsia para evitar infecciones y un trato respetuoso para que el cliente se sienta en confianza.
“Desde que llegan las personas explicas el procedimiento y hasta cómo colocarse una falda para que no se sientan incómodas, todo forma parte del trabajo”, señaló.
¿Cómo fueron los inicios de Jacqueline Olivera ?
La egresada de Artes Visuales de la UV recordó que de niña su mamá le compraba revistas con sus caricaturas favoritas y ella las remarcaba con un plumón: “Ya era muy meticulosa y no me gustaba salirme de la línea”.
Después estudió 2 años Arquitectura y notó que le gustaba la geometría. Ya en Artes Visuales sus amigos la impulsaron a practicar el tatuaje: “Primero empecé a ver videos. Aprendí sobre la asepsia y luego practiqué en mi pierna para conocer el grado de dolor mío y de las personas a las que tatuaría”.
Con las primeras prácticas acuestas entró de aprendiz al estudio de Oliver Trauma, donde le explicaron algunas cosas básicas que fue aplicando con el tiempo, desde la limpieza hasta el trato con el cliente.
¿Qué le gusta del tatuaje?
“De tatuar me gusta que puedo definir desde un principio cómo debe ser. Cuando lo paso a la piel sé que debo respetar esa fórmula geométrica y las líneas lo más que sea posible; debo proponerme ser perfeccionista, entonces me gusta ese reto de ver el tatuaje así e intentar no equivocarme”, dijo.
Vuelve a leer: Conoce "Suave Remanso": exposición aborda el insomnio y las pesadillas
Conocida en el circuito del país por sus tatuajes que mezclan la geometría, línea fina y puntillismo, lo que más disfruta hacer son flores, ornamentos, mandalas e incluso ánime y mascotas tanto a hombres como mujeres, aunque estas últimas ocupan el 85% de su agenda.
En ese sentido “hemos avanzado, antes se creía que los hombres debían tatuarse cosas tribales o más masculinas y ahora no. Hay un ambiente sano en donde un chico puede tatuarse flores y no define nada sobre él”.
Desde el principio le llamó la atención tatuar solo en negro, “me parecía elegante y siento que el gusto personal lo proyecté hacia lo que yo quería lograr en mis clientes y entonces se completa mi visión sobre el tatuaje”.
En un mundo globalizado adquirir tintas, agujas y desinfectantes es muy fácil, pues todos se venden a través de Internet y con envío hasta tu casa; también hay estudios donde puedes comprarlos de forma presencial, incluso también las máquinas de tatuaje, señala.
Quizá el punto más difícil fue hallar un espacio, dijo Jacqueline Olivera, porque quería un sitio privado, cómodo y a pie de calle: “Eso buscaba cuando me asocié con mi compañera Bibian Alessia, atender solo por citas porque somos dos chicas y buscábamos seguridad tanto nuestra como de los clientes”.
¿Cómo le fue en la pandemia?
La oriunda de Colima de 28 años recordó que dejó de tatuar casi 8 meses, por lo que se enfrentó a un momento de crisis que logró sortear con pinturas en acrílico, acuarelas o comisiones de ilustraciones, además vendió algunos diseños de tatuajes que se harían al relajarse la pandemia.
No obstante, al bajar los contagios tuvo un incremento notable de agenda, “de repente venía de no trabajar a llenar semanas. Siento que la gente estuvo tan encerrada que generó ideas de ‘quiero un tatuaje’, y el hecho de cerrar bares y el homme office provocaron que la gente ahorrara”.
La ventaja, dijo, es que desde siempre las tatuadoras trabajamos con las reglas de sanidad de la pandemia como cubrebocas y gel antibacterial; “desinfectamos todo el tiempo, así que el cliente se sentía seguro sin riesgos de infectarse del coronavirus ni del tatuaje, pues en mis años como tatuadora nunca se ha infectado alguno que hice”, concluyó.