El músico, compositor y director español Jaime Nunó, quien compuso la música del Himno Nacional Mexicano, el cual se interpretó por primera vez el 15 de septiembre de 1854, es considerado, a 110 años de su fallecimiento, un héroe de la historia mexicana.
Aunque ni nació ni falleció en México, este compositor español es recordado en este país especialmente como el creador de la música del Himno Nacional Mexicano. Sin embargo permaneció en diversas ocasiones en este país, y estuvo estrechamente vinculado a las figuras políticas nacionales y episodios decisivos para el curso de la historia mexicana.
Jaime Nunó nació el 8 de septiembre de 1824 en San Juan de las Abadesas, pueblo de la provincia de Gerona, Cataluña (España) y murió el 18 de julio de 1908 a los 84 años, en Bay Side, Nueva Jersey (Estados Unidos), siendo inicialmente sepultado en Buffalo, Nueva York.
Su nombre de pila en catalán era Jaume, y nació en una familia humilde. Fue el más pequeño de los siete hijos que tuvieron Francisco Nunó y Magdalena Roca. Tenían pocos ingresos, obtenidos de su trabajo en una fábrica de San Juan de las Abadesas. De niño recibió las bases de su formación musical de hermano Juan, organista de la iglesia local.
En 1854, durante una de sus estancias aquí, ganó el concurso para componer la música del Himno Nacional, que se interpretó por primera vez el 15 de septiembre de ese mismo año. Eso lo convirtió en héroe de la historia mexicana, por lo que en 1942 sus restos mortales fueron traídos a México y depositados en la Rotonda de las Personas Ilustres.
De acuerdo con el sitio web www.biografiasyvidas.com, a pocos años de su nacimiento, Jaime empezó un triste período para la familia Nunó. El padre murió en un accidente, lo que obligó a la madre a emigrar a Barcelona, donde tenía algunos parientes, para intentar superar las penalidades económicas y labrarse un mejor futuro.
Magdalena Roca murió poco después, cuando Jaime Nunó contaba apenas nueve años, víctima de una terrible epidemia de cólera que causó una elevadísima mortandad. Nunó fue adoptado por su tío Bernardo, un comerciante de telas de seda de Barcelona, quien inmediatamente empezó a fomentar las grandes aptitudes musicales de su sobrino.
Los familiares no tardaron en lograr que aquel pequeño, extraordinariamente dotado para la música, fuera admitido en la catedral de Barcelona para cantar en el coro, del que pronto se convirtió en un virtuoso solista. Permaneció siete años en ese coro, donde aparte de cantar, tocaba el órgano. Cuando le cambió la voz, recibió una beca.
Fue para estudiar en Italia, donde asistió a clases de composición con el maestro Saverio Mercadante y tras terminar su formación, regresó a Barcelona decidido a ejercer su profesión, que prometía ser brillante, pues ya había compuesto un gran número de piezas de baile, especialmente valses, así como arias y también misas de gran calidad.
Aunque primero su vida profesional parecía que iba a transcurrir por cauces tranquilos, en una Barcelona cada día más próspera debido a los cambios económicos acaecidos a raíz de la revolución industrial, el futuro de Nunó había de seguir caminos muy distintos, como lo menciona la misma fuente en su bien documentada página en la Internet.
Tras su regreso a España, en 1851 fue nombrado por el gobierno Director de la Banda del Regimiento de la Reina, en Madrid. Empezaba para ese músico una nueva etapa intensa y agitada, repleta de cambios y viajes. Ese mismo año, el gobierno español le encomendó la misión de organizar las bandas militares regionales de Cuba, entonces posesión española.
Al llegar a Cuba, conoció al General mexicano Antonio López de Santa Anna, con quien habrían de unirle estrechos lazos de amistad. Cuando Santa Anna regresó a México para hacerse cargo por última vez de la presidencia del país, invitó a Nunó a que se uniera a él y en 1853 le nombró Director General de bandas militares, con un sueldo muy elevado.
La aceptación de dicho ofrecimiento significó para Nunó un cambio radical de vida, ya que no podía imaginar que la decisión de trasladarse junto con la comitiva de Santa Anna a México había de convertirlo años más tarde en prócer del país. Fue también en 1853 cuando el gobierno de Santa Anna hizo una llamada a los poetas y compositores del país.
El objetivo era escoger e instituir el Himno Nacional Mexicano. Miguel Lerdo de Tejada, oficial mayor del Ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, convocó a un concurso para componer la música, cuya letra, seleccionada anteriormente, había sido escrita por el poeta Francisco González Bocanegra. Nunó atendió esa convocatoria.
Para poder acceder al concurso, las partituras tenían que ejecutarse siguiendo las normas determinadas y ser entregadas máximo de 60 días. Su obra vibrante, emotiva y triunfante convenció definitivamente al jurado. El 12 de agosto de 1854 se dio a conocer al ganador; Nunó había firmado la partitura con sus iniciales y se le instó a que revelara su identidad.
El 15 de septiembre de ese año se interpretó por primera, en función especial organizada para conmemorar un aniversario más de la Independencia. El acto en el que se estrenó el Himno Nacional tuvo lugar en el Teatro Santa Anna. Fue interpretado de modo solemne por los italianos Claudina Florentini, soprano, y Lorenzo Salvi, tenor, acompañados por coros y orquesta de la Gran Compañía de Ópera Italiana, dirigida por el maestro Vitessiri.
Todo parecía indicar que Nunó, tras cosechar importantes éxitos en México, se asentaría aquí definitivamente, en especial después de ser nombrado, en abril de 1854, Director del Conservatorio Nacional de Música, así como de haber editado, con Vicente María Riesgo, el “Semanario Musical”. Sin embargo, sus proyectos se truncaron súbitamente.
La derrota de Santa Anna, su protector, propició su salida del país en octubre de 1856. Además, a raíz de los cambios políticos acaecidos, el solemne himno de Nunó dejó de interpretarse oficialmente y, en las pocas ocasiones en que fue ejecutado, se omitieron algunas estrofas que mencionaban y ensalzaban a Santa Anna y a Agustín de Iturbide.
Se dirigió primero a Cuba y posteriormente a Estados Unidos, donde organizó conciertos con su banda, con la cual actuó en numerosas ciudades. Vivió en Nueva York, donde trabajó como concertista de piano y director de orquesta, incorporándose a numerosas compañías de ópera. En 1862 Nunó fue contratado por una compañía de ópera italiana.
Con ella realizó una larga gira por Estados Unidos, Cuba y México. Fue así como, en 1864, Jaime Nunó pisó de nuevo suelo mexicano, después de largos años de ausencia. Tras esa larga gira, fijó definitivamente su residencia en Estados Unidos y fundó una escuela de música en Buffalo, lugar donde años más adelante habría de fallecer.
El himno de Nunó y González Bocanegra, caído en el olvido a lo largo de varias décadas, no volvió a interpretarse en público hasta 1901, durante el Porfiriato. Ese año, cuando ya era un anciano de 77 años y con motivo de la Exposición Panamericana en Buffalo, Nunó fue descubierto por un periodista mexicano, quien lo identificó como autor del Himno Nacional.
Los responsables del pabellón mexicano, al saber que Nunó vivía en esa ciudad, le dieron una fiesta. Porfirio Díaz, quien había oficializado el himno, le invitó a México para que recibiera el homenaje que aún no se le había ofrecido. Llegó a este país el 12 de septiembre de 1901, y después de recibir grandes homenajes, permaneció algunos meses.
Ésa no fue la última vez que visitó México. En 1904, el octogenario fue invitado de nuevo por el gobierno mexicano con motivo de la celebración del cincuentenario del Himno Nacional, aunque en esta ocasión la estancia en México fue breve debido a su edad avanzada, por lo que regreso a Estados Unidos donde desde antes había hecho su vida.
Pasó los últimos años de su vida junto a su hijo, llamado también Jaime, hasta que la muerte le sorprendió el 18 de julio de 1908. Su muerte fue el final de una trayectoria intensamente vivida y recompensada en el ocaso, con los merecidos honores.
El pueblo natal de Jaime Nunó, convertido en la segunda mitad del siglo XX en gran centro urbano de Ripollés, región con un extraordinario pasado cultural y un magnífico patrimonio arquitectónico, quiso también rendirle un entrañable homenaje, transformando la casa donde nació en un atractivo museo local, destinado a perpetuar su memoria.