A paso lento, pero con el tiempo exacto para llegar a un café ubicado a una cuadra de su casa, en Xalapa, Francisco Beverido Duhalt hace su aparición con una tabla y un broche que sostiene los textos que serán incluidos en el número 240 de Tramoya, la revista de la que es subdirector. Acude a una cita no para hablar de la emblemática publicación creada por el dramaturgo Emilio Carballido, sino para recordar cómo fueron los inicios de La Caja, teatro del cual él es fundador y que celebra en 2019 su 40 aniversario de ser, considera, “un teatro caliente”, es decir, con una gran actividad.
“Desde su inauguración y hasta hoy, la gente va, sabe dónde está. Quizá a un principiante le cueste ubicarlo; una vez logrado, regresa. La Caja atrae público, aunque hay que decirlo, ha habido cosas muy buenas y otras que no lo son tanto, pero el espectador las acepta porque están ahí”.
Al rememorar los orígenes del espacio, actualmente administrado por la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana, Beverido explica que el nacimiento tiene que ver con los Festivales de Teatro Universitario.
“Manuel Montoro organizó los primeros cuatro a finales de los 60, y en el 72 se fue a la Ciudad de México. El último Festival de esa primera época lo coordinamos Arturo Espinosa, Ernesto Bautista, Carlos Cruz y yo, e invitamos como jurado para ese quinto encuentro a Marco Antonio Montero, quien había sido director de la Compañía de la Universidad y para entonces estaba como encargado de Teatro Foráneo de Bellas Artes. Después hubo una interrupción, pero al dejar Raúl Zermeño la Compañía, Marco Antonio se hizo cargo de ella y nos llamó a Maribel Tarragó, a Jorge Castillo y a mí para retomar los festivales. Coordinamos el sexto y séptimo.
En el 79 la Universidad Veracruzana tuvo cambios y el edificio donde está La Caja —calle La Pérgola sin número— fue destinado para salones de ensayo de los grupos artísticos. Como en aquel momento la Compañía de Teatro todavía tenía acceso irrestricto al Teatro del Estado, era más cómodo y agradable ensayar en la ‘sala chica’ y no en aquel nuevo salón, blanco e inhóspito…
Nosotros decidimos usarlo y allí le dábamos asesorías a los grupos que participarían en el Festival. Después pensamos que sería bueno no nada más dar asesorías a los grupos que ya estaban trabajando sino también compartir un poco de entrenamiento más teatral. Empezamos a organizar los Talleres de Actuación para los grupos, pero los abrimos a quienes quisieran entrar. Los talleres iniciaron unos seis meses antes de lo que hoy es el teatro La Caja.
Maribel estaba encargada de la parte administrativa del asunto y se nos juntó Mercedes de la Cruz, quien era actriz de la Compañía y maestra de la Facultad de Teatro. Los talleres eran todos los días, con sesiones a las 16, 18 y 20 horas, planeados para un semestre y con el objetivo de que al terminar, en lugar de hacer una simple ceremonia con entrega de diplomas, presentáramos una puesta en escena.
Con unas semanas de diferencia, terminó primero Mercedes de la Cruz, que dirigió El Canto del Fantoche Lusitano, luego yo, con Alta mar, y Jorge, quien cedió el taller, tenía algo de pantomima. Ya estaban los montajes, estábamos por estrenar, pero ¿dónde los presentaríamos?”.
INFRAESTRUCTURA
Paco Beverido rememora que la Compañía estaba muy celosa de su sala en el Teatro del Estado Ignacio de la Llave, porque “¡cómo le dejarían el espacio a unos aficionados, principiantes!”.
Los talleristas resolvieron que como no los dejarían entrar a la sala, las funciones serían en el salón donde ya antes había habido ensayos de Las manos de Dios de Carlos Solórzano y Tercera llamada, ¡tercera!, de Juan José Arreola, que posteriormente Beverido estrenó en el puente del barrio de Xallitic.
“Fue todo un proceso, porque mientras Mercedes estaba con la puesta en escena y Ernesto Bautista trabajaba la estructura y escenografía, tuvimos que conseguir mucha pintura, latas grandotas de leche y chile, y cartones de huevo que colocamos en las paredes. Después pintamos y pusimos la planta del espacio en el centro del salón con dos trabes; en cada una colocamos tres lámparas, y justo en medio pusimos una más, de tal manera que teníamos nueve latas colgando, más dos o tres que Ernesto puso en la estructura que había hecho —una especie de jaula para su escenografía de El Canto. Como no teníamos sillas, pero sí practicables (tarimas) de 50 centímetros de ancho por 2.44 metros a 45 centímetros de altura del piso, hicimos otras tarimas. Eran tres chiquitas, tres medianas y tres grandes pegadas a la pared.
Las primeras funciones fueron con las tablas así nada más; después les pusimos cojincitos”.
CAJA DE SORPRESAS
“A la pregunta ¿qué nombre le pondremos?, vino la elección de La Caja, por ser un espacio cuadrado, pero también porque podía ser una caja de sorpresas, una caja de pandora o una caja de cualquier cosa…
El 9 de junio de 1979 se estrenó El Canto del Fantoche Lusitano con mucho éxito. A Marco Montero le gustó el trabajo y lo recomendó para representar al estado de Veracruz y a la Universidad Veracruzana en la tercera Muestra Nacional de Teatro.
Antes de eso, habíamos tenido dos grupos ganadores, del sexto y del séptimo festival en la primera y en la segunda Muestra Nacional de Teatro. Uno fue de Humanidades, dirigido por Nazario Montiel, y el otro de la Casa de Cultura de Tlacotalpan, que dirigió Fernando Salas. De la primera a la sexta Muestra, la representación de Veracruz y la UV la tuvieron los grupos del Festival. La cuarta fue La noche de los asesinos, que dirigí yo en Veracruz, y la quinta fue una obra dirigida por Marta Luna.
En cuanto a los talleres, en promedio asistían 10 personas por grupo, pero llegamos a tener hasta 20, con gente de arquitectura, biología, comercio, ingeniería… Como se abrió no solo para estudiantes universitarios, hubo gente de secundaria, preparatoria, amas de casa, artesanos, carpinteros, mecánicos, electricistas, etcétera”.
Y SE HIZO LA LUZ PROFESIONAL
A una década de trabajar en La Caja, Beverido detalla que la Compañía retomó el espacio porque ya la estaban corriendo de la “sala chica” y, sobre todo, hubo cambios al invitar a Ludwik Margules, quien empezó a ensayar en ese espacio.
“Él decidió montar con la Compañía Un hogar sólido de Elena Garro, y la estrenó en La Caja. Quitó los cartones de huevo, volvió a pintar todo de blanco —la idea era tener una cripta familiar donde estuvieran todos los personajes de Hogar sólido— e instaló el equipo de iluminación profesional.
Debo decir que yo me había negado a que eso sucediera por tres razones: no hacía falta porque habíamos podido solucionar muchos problemas de iluminación; porque si se fundía un foco podíamos ir al súper un domingo por la tarde a comprar un foco nuevo, regresar y solucionar el problema, sin tener que esperarnos a hacer una licitación para esperar la llegada de una lámpara profesional, y, en tercer lugar, porque teníamos éxito, lo que significaba que era un lugar para cuarenta personas, pero en los estrenos llegamos a tener cien. ¡Era un horno! Si a esa gente le añadimos ocho o diez lámparas profesionales de teatro, eso era insoportable. Más que aire acondicionado pusimos unos extractores, que funcionaban muy bien antes o después de la función, no durante, porque hacían un ruido terrible”.
NUEVA ÉPOCA
El actor y director de teatro recuerda que después de Margules llegó Eduardo Ruiz Saviñón con dos obras de Alberto Miralles, y La Caja empezó una nueva etapa, que tiene que ver con que el Gobierno del Estado puso trabas a todos los grupos de la UV: “Incluso querían correr a la Sinfónica. Fue una negociación política muy fuerte para permitir que la Orquesta se quedara y el Ballet Folklórico ensayara en el sótano.
La Compañía se instaló en La Caja, incluida toda la bodega del vestuario, que inicialmente estuvo en una bodega rentada a la salida de Coatepec. En otro momento hubo un encargado de la Compañía, Raúl Zermeño, y creó la Organización Teatral de la Universidad Veracruzana. Vinieron una serie de requerimientos para sus integrantes, así como inconformidades, y se comenzó a desdibujar la posibilidad de tener el entrenamiento actoral con personal más o menos capacitado, con gente interesada y apasionada. En esos tiempos hubo quienes daban los talleres por obligación —otros no, afortunadamente—”.
LA CAJA Y LA COMUNIDAD
En el presente, el teatro La Caja es definido como un espacio para que grupos independientes tengan temporadas de sus puestas en escena, con el propósito de fomentar el teatro y la participación de los jóvenes en el mismo.
Esta participación se hace a través de una convocatoria permanente. En el Teatro también se imparten los Talleres Libres de Actuación y los programas de Tutorías para la apreciación artística a cargo de algunos actores de la Compañía Titular de Teatro. En estas mismas instalaciones se encuentran las oficinas de la Orteuv y es sede de la Compañía Titular de Teatro, que aunque presenta algunas de sus obras, ha vuelto al Teatro del Estado.
La Compañía es dirigida por Luis Mario Moncada, quien considera que “en La Caja no se habla de ‘excelencia’, sino que se pone a prueba la alegría de hacer teatro, porque el teatro, si no es un espacio de convivio y gozo, no tiene sentido. El teatro aquí es un oasis de experimentación para quienes no pretenden hacer teatro aunque terminen haciéndolo. Aquí el teatro puede ser un arte, pero sobre todo, una herramienta de juego, de conocimiento y de expresión. Durante 40 años La Caja ha sido, más que un teatro, un espacio seguro para jugar a ser otra cosa”.
Beverido, por su parte, cree que uno de los grandes logros de La Caja, además de haber sido habitado por personas que no necesariamente se han dedicado al teatro de manera profesional, es que ha servido para formar público.
“La intención de los Talleres en el Teatro no ha sido formar actores profesionales, pero sí público profesional, que sabe cómo está hecho el teatro, que lo conoce por dentro, y entonces puede ver y disfrutar ya como espectador lo que está haciendo alguien más. También hay que decir que los talleres han congregado en La Caja a muchas familias.
Y bueno, a cuarenta años de la fundación de La Caja, puedo decir que estoy contento de su permanencia, pero también que yo no me olvido de cómo empecé. Yo inicié como actor aficionado, entonces, ¿por qué no darle la oportunidad a los actores, aficionados o estudiantes, de estar en un escenario?”.
ACTIVIDADES DE ANIVERSARIO
En conferencia de prensa, Luis Mario Moncada dio a conocer que para celebrar las cuatro décadas de La Caja el festejo no será por uno o dos días, será una fiesta prologada durante todo el segundo semestre de 2019, tiempo durante el cual habrá nuevas producciones de la Orteuv, coproducciones, montajes de la Facultad de Teatro, obras reconocidas en el Festival de Teatro Universitario, puestas en escena premiadas en otras latitudes, y presentaciones de los Talleres Libres, además de mesas redondas, homenajes, exposiciones y un proyecto especial, La Caja 40, “miniserie documental que revisa momentos y protagonistas de este espacio cultural que abrió sus puertas para la expresión y el disfrute de todos”. Será una cápsula por semana, que podrá ser vista a través de las redes sociales.
También se hará la develación de placa por cien funciones de la obra Estridentópolis, y el 30 y 31 de agosto, así como el 1 de septiembre, será escenificado El Canto del Fantoche Lusitano de Peter Weiss, obra con la que fue inaugurado el teatro y que tiene tintes políticos que llamaron la atención de Mercedes de la Cruz; hoy ha sido actualizada por Edén Coronado por las circunstancias que se viven en el estado de Veracruz.
Luis Mario puntualiza que es interés de la Compañía reafirmar que La Caja “es un espacio no solo de presentación de espectáculos profesionales sino también un lugar para quienes a lo mejor se van a dedicar a otra cosa pero deciden, por un momento, experimentar con el teatro. Entonces tiene esa doble vocación, y eso lo hace único”.
Al arranque de la fiesta teatral todos estamos convocados. Este fin de semana son las funciones de estreno de Historia de la serpiente y de cómo le salieron los colmillos venenosos, de Leónidas Andreyev, con adaptación escénica de José Palacios y dirección de Jorge Castillo. El autor plantea cómo la belleza y la sabiduría pueden ser peligrosas porque despiertan conciencias. Las funciones son hoy a las 20 horas, sábado a las 19 y domingo a las 18 horas. La entrada es libre.
Estreno
Este fin de semana se presenta Historia de la serpiente y de cómo le salieron los colmillos venenosos, de Leónidas Andreyev, con adaptación escénica de José Palacios y dirección de Jorge Castillo