Diez acrílicos sobre tela en gran formato y diez obras sobre papel conforman la exposición La cara y el retrato, de Gustavo Olivares. Este conjunto me provoca algunas reflexiones sobre el autorretrato en el arte y el arte del autorretrato.
Yo es otro, escribió Arthur Rimbaud. El verso lo que dice del yo es que, en su aparente unicidad, es irreconocible hasta para el sujeto que lo afirma. La otredad que somos nos espía por nuestros propios ojos.
Paul Valéry, por su parte, dijo que “Un hombre solo siempre está en mala compañía. Pero ¿acaso existe un hombre solo?”
Para José Ortega y Gasset el yo está ligado a la circunstancia. Es decir que todo lo que lo rodea influye en él, pues el autoconocimiento, como cualquier construcción de conocimiento se crea desde una perspectiva particular. Las perspectivas y las circunstancias, lo sabemos, son cambiantes.
En el filósofo permeaba la Teoría de la Relatividad, ya que su base filosófica es hacer del perspectivismo la plataforma de la interrelación de las observaciones de la física.
Por eso yo es un extraño siempre, un extraño que tratamos de asir. Pero yo no puede describirse de manera estática o unívoca. El yo es moviente, inestable, versátil. Evoluciona y se degenera.
Somos otro continuamente; otro es el contorno de nuestra sombra, otro el que se ve en las fotografías de antaño, otro en el futuro que imaginamos, y hasta otro en el espejo.
Yo es otro. Somos otro al mirarnos. Somos otro cuando los otros nos miran.
En el arte constatamos que el individuo es múltiple y heterogéneo. El ejercicio del autorretrato es la búsqueda de ese otro en nosotros mismos, el yo como personaje. Es un encuentro en el desencuentro de la poesía, la filosofía o la plástica. La realidad nos cambia y la fantasía también.
Otras corrientes consideran que al interior del humano se libra una batalla entre yo emocional y yo racional.
¿Cómo se traduce todo eso en términos pictóricos en la era de la selfie?
En estas obras Gustavo Olivares revela la fragmentación del yo: ese conjunto de otros que lo precisan y a la vez lo desfiguran. El artista se construye, se deconsrtuye y se entrega en sus trazos. El artista se mira y se muestra, a veces con simpatía, a veces con socarronería, o con curiosidad y con desdén, pero nunca con resentimiento.
Cada cuadro es un retrato y no lo es, pues expresa un yo distinto e incomparable, en un momento distinto e incomparable. Esos personajes se reúnen y dialogan entre ellos y con el público que los mira porque la vida es un continuo cuestionarse a sí mismo y discurrir con los demás.
La policromía y el expresionismo que emplea subrayan la paradoja de ser único y ser múltiple para él y para los demás. Se reconoce, se examina, se altera, se desconoce.
Retomando el pensamiento de Ortega y Gasset, Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo, se puede decir que para Gustavo Olivares la pintura ha sido la manera, esta vez, de salvarse, de preservar sus múltiples caras y sus múltiples circunstancias, sin desmoronarse en la fragmentación o diluirse en la multiplicación.
*La cara y el retrato, de Gustavo Olivares, será inaugurada este sábado a las 17 horas en Casa del Lago de la Universidad Veracruzana. El horario de visitas es de lunes a viernes, de 9 a 15 y de 17 a 19 horas; fines de semana, de 11 a 15 horas. La entrada es libre.