Si la vida diera en verdad segundas oportunidades, sin meditarlo un instante, volvería a ser profesor. Una de las profesiones más bellas del mundo es sin duda alguna ser docente, más si se tiene el privilegio de tener a cargo un grupo o varias asignaturas en algún ciclo escolar. La escuela y el salón de clases siempre han tenido algo de mágico, esto se percibe y se siente desde el primer momento en que se ingresa a estos dos lugares.
No se trata del tipo de construcción de las instalaciones o sus jardines; tampoco del sol de la mañana o el cielo gris del atardecer; sino más bien es ese conjunto de rostros, voces y risas que los niños y niñas manifiestan a cada instante y el que el verdadero profesor hace suyas. Ese algo maravilloso y único, nadie lo ha podido explicar, ni las musas, ni los filósofos, ni los poetas, que para ello existen.
Ingresar al aula como profesor y ver el pizarrón totalmente vacío, simple y sencillamente invita a ser llenado, trabajarlo, hacerlo propio. Qué importa si es sólo con ideas, conceptos, definiciones, cuadros sinópticos, esquemas, diagramas o dibujos; lo importante aquí es que se plasmen los pensamientos de los niños y las niñas, para construir todos juntos esa parte del conocimiento que previamente se seleccionó dentro de la planeación; o bien esa duda o inquietud que surgió y que debe ser disipada como debe ser. Que el profesor cómodamente sentado hable, lea, explique o dicte, son de los peores procedimientos didácticos que puedan existir. Nuestros alumnos y alumnas son seres vivos, inquietos por naturaleza, ansiosos siempre por conocer, por ello es mejor que la actividad sea el motor de la enseñanza y del aprendizaje. Nada impide que se aprenda mediante el juego, pero jamás enseñando echando a perder para supuestamente aprender.
Quedó atrás en la vieja pedagogía el hecho de transmitir conocimientos bajo la única guía del libro de texto. El saber enciclopédico ya no existe, ni se debe pensar en sumar solo datos, fechas y definiciones del diccionario. La vida actual es dinámica, por ello se deben construir saberes nuevos, que sirvan para explicar y solucionar los problemas que a los niños y a las niñas les preocupan hoy. Por ello, construir saberes no es nada fácil, se trata de una acción de crear, pensar e imaginar, también de realizar enlaces, andamios y estructuras para unir pensamientos y razones diversas, que permitan a los niños y a las niñas ver, descubrir o comprender por sí solos, eso que les llama tanto su atención o les preocupa. Nada en el aula es imposible, por ello la necesidad del profesor de revisar constantemente su programa, de enriquecer el libro de texto, de diseñar o modificar proyectos y estrategias de todo tipo, incluso de forjar sueños e ilusiones que hagan de la tarea docente toda una aventura eficaz para toda la vida.
La educación ya no es un arte, una técnica, un procedimiento o una herramienta cualquiera para llenar vacíos en las mentes de los educandos, tal y como nos lo hicieron creer los autores de la antigüedad. La educación es una ciencia compleja que se relaciona con infinidad de disciplinas importantes, tanto de las ciencias puras como de las humanidades, incluso con la tecnología. No se trata de trabajar en el aula en base a sentimientos o corazonadas, sino de construir nuevos conocimientos al lado de los métodos de la investigación científica, porque la docencia es una profesión y los profesores y profesoras la deben asumir como un compromiso de vida, nunca como algo fácil y sencillo o sin importancia.
Sirvan estas líneas para felicitar a todos los docentes que este 15 de mayo festejan su día, que bien merecido lo tienen por esa labor que llevan a cuestas: formar las nuevas generaciones humanas para una sociedad futura en sana convivencia. La verdad me encantaría regresar a las aulas, que es lo que me generaba vida. Pero bueno, no sé en qué momento se me ocurrió, equivocadamente, unirme a las filas de los jubilados.
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