Con el pasar del tiempo y el creciente interés en su biografía y en su obra, cada vez nos enteramos más de que el drama y el dolor fueron dos presencias a las que constantemente tuvo que enfrentarse la escritora Elena Garro (1916-1998) a lo largo de su vida e inclusive después de su muerte, cuando parecía que su tumba y su memoria poco a poco se perderían en el olvido.
La anécdota de la escritura de su obra maestra, “Los recuerdos del porvenir” (Joaquín Mortiz, 1963), no es la excepción. Para comprobarlo sólo basta echar un ojo al libro “Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro” (Debate, 2023), en cuyas páginas el periodista Rafael Cabrera plasmó una de las investigaciones documentales más completas que existen hasta ahora.
Ahí Cabrera cuenta, con documentos en mano, que Elena Garro viajó con su hija Helena Paz Garro a Japón en 1952 para reunirse con su esposo el poeta y diplomático Octavio Paz, quien preparaba la llegada de Manuel Maples Arce como embajador de México en el país de sol naciente. Un viaje, que, a pesar del mal humor de Paz, para Elena significó una época de descubrimientos, en la que conoció las obras de la escritora japonesa Lady Murasaki y del poeta nipón Yukio Mishima, de quien se hizo amiga.
Sin embargo, aquellos días de tranquilidad, no le habrían de durar mucho a la autora de “La culpa es de los tlaxcaltecas”, pues de pronto comenzó a sentir grandes dolores, que Octavio Paz desvalorizó al principio por pensar que se trataba de “otro ataque de nervios de su esposa”, hasta que ya no pudo ignorarlos y tuvo que pedir ayuda al gobierno mexicano para salvarle la vida.
¿Pero qué padecía Garro en aquellos días en los que comenzaba sentir que algunas de sus extremidades le parecían completamente inservibles? El periodista Rafael Cabrera encontró el diagnóstico, escrito en japonés por el médico Suichi Fukase, en el expediente personal de Octavio Paz, que se encuentra en el Archivo Histórico Genaro Estrada de la Cancillería.
La enfermedad era una mielitis, la cual le provocaba dolores opresivos y punzantes en algunas de sus vértebras, mal que amenazaba con dejarla completamente paralizada si no se trataba. Elena apenas tenía 35 años y pesaba 50 kilos. Para tratarla le recetaron dosis de cortisona, cuyos efectos la sumieron en grandes alucinaciones.
Poco después, con ayuda de Paz —o de la misma Elena— que le escribió al presidente Miguel Alemán, ella y toda su familia viajaron a Suiza donde la atendieron con pastillas para dormir con la intención de desintoxicarla de la cortisona.
Fue en el periodo de tratamiento en aquel país que Garro comenzó la escritura de la obra que varios de los críticos consideran años después como el toque de inicio de lo que conocemos como “realismo mágico”. Como prueba de ello, Cabrera cita un fragmento de una larga carta que Garro escribió al crítico mexicano Emmanuel Carballo en 1980: “En 1953, estando enferma y después de un estruendoso tratamiento de cortisona escribí ‘Los recuerdos del porvenir’ como un homenaje a Iguala, mi infancia y aquellos personajes a los que admiré tanto y que tantas jugarretas hice”.
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Habrían de pasar casi 10 años para que se publicara al fin este libro emblemático de la literatura mexicana. Hay quienes ven en aquella distancia temporal absurdas especulaciones de que la obra quiso ser escondida o minimizada por Octavio Paz.
Pero la investigación de Cabrera arroja luz también sobre este hecho, ya que encontró que, a pesar de que la relación entre ambos escritores no concluyó en los mejores términos, Paz elogió “Los recuerdos del porvenir” e incluso intervino para que su primera edición fuera una realidad, a pesar de la negativa del editor Joaquín Díez-Canedo. Ahora la obra se sigue reeditando y sigue siendo consumida como un clásico infaltable en cualquier estante.