Es tiempo, dice Laura Ramos, una de las últimas editoras de Elena Garro, que las nuevas generaciones conozcan a la autora de Los recuerdos del porvenir como realmente era. Y al matrimonio que formó con Octavio Paz, por la obra de ambos, a la que concede igual valor, así como su vida en París, donde convivían con artistas como Pablo Picasso, Rufino Tamayo, José Bianco y Adolfo Bioy Casares, cuando juntos tendieron “un puente cultural entre Francia y México, que no se les reconoce”.
En su libro Elena Garro: Los recuerdos sin porvenir, Ramos cuenta los cuatro años que convivió con Elena Garro, hacia el final de su vida, junto a su hija Helen en un departamento de Cuernavaca, rodeadas de unos 30 gatos, en la pobreza y el abandono, pero con una lucidez extraordinaria.
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Garro regresó a México en 1993, tras una historia de exilio y persecución por su supuesta labor de espionaje para el gobierno de Díaz Ordaz durante el movimiento estudiantil de 1968. Murió en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998, a causa del cáncer de pulmón que padecía; 16 años después falleció Helena Paz Garro, también en esa especie de exilio en Cuernavaca, que fue un sitio tan apartado del círculo intelectual mexicano, que no recibieron nunca la visita de sus amigos.
“No quise quitarles su lado oscuro”, aclara en entrevista Laura Ramos, quien narra los encuentros que tuvo con ambas escritoras, a quienes ahogaba el rencor contra Octavio Paz, el ex esposo, el padre que despojó de la herencia que le dejó su abuela a Helena, que no respondía las cartas que Elena le enviaba pidiéndole ayuda económica para su hija adicta y con depresión, ese que no compartió con ellas el Premio Nobel.
Tampoco quiso perpetuar la imagen del “macho” que no fue un compañero para la escritora, considerada una víctima incluso por ella misma. “Nunca alcancé a ser feliz”, le dijo a Ramos en una de sus conversaciones mientras revisaban manuscritos, fotografías y cartas que almacenaban en bolsas de plástico negras.
Estas páginas, llenas de nombres y referencias acerca del vínculo entre los intelectuales y el poder en los años 60 y 70, descripciones crudas de la violencia que ejercían entre ellas y padecían de manos del primo-marido de Helena, evocaciones de una Elena Garro brillante y locuaz, no juzgan a nadie, simplemente cuentan los sucesos, apunta Ramos, quien asegura que “la Elena de los años 50 ya era una mujer empoderada”.
La autora expresa su deseo de “sacar a Elena del panteón de Cuernavaca y cambiarla de sitio, creo que se lo merece, que alguien me ayudara a llevarla a París. Ella nunca quiso venir, regresó cuando Helenita la convenció para el homenaje que le prometieron que sí sucedió y les dieron una beca a cada una, pero no era suficiente”.
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Elena Garro: Los recuerdos sin porvenir, inicia con una serie de preguntas que a lo largo del libro quedan sin respuesta. ¿Fueron Elena y su hija las que después del Mayo francés opinaron que sería una buena estrategia reclutar estudiantes y obreros para derrocar al gobierno y después se arrepintieron?, ¿Por qué no logró Elena, en su negociación con Echeverría, tener un puesto gubernamental en 1970? ¿Por qué Elena abortó y no tuvo un hijo con Bioy Casares? ¿Quién tiene el libro inédito Los Zares de Rusia, la novela de la revolución rusa escrita por Elena y que le robaron a Helen?
Estas y otras interrogantes quedan como “hilos sueltos”, tras la narración de Laura Ramos, quien confía que “ojalá las nuevas generaciones de periodistas, amigos que todavía están vivos quisieran hablar porque no hay documentos, ¿era amante de Fernando Gutiérrez Barrios?, no tengo las respuestas y si hubiera tenido la duda en esos años, le hubiera preguntado a ella, pero no conocía tanto la historia”, admite acerca del tiempo en que, a los veintitantos años, se iniciaba como editora en Castillo, un sello enfocado libros de texto, que publicó, entre otros, la novela Mi hermanita Magdalena, tras la muerte de Elena Garro.