/ domingo 17 de abril de 2022

María Florencio Freijo cuestiona en (Mal) Educadas los arquetipos de género

El libro narra con datos históricos cómo ha sido el acceso de las mujeres a la educación, a quienes “no se les permitía estudiar, no es que no quisieran”

Nada determina que a las mujeres nos guste más el rosa y a los varones el azul, dice la escritora argentina María Florencio Freijo. “Lo que consideramos como el universo femenino o masculino, es una construcción que no tiene que ver con el orden de la naturalidad”, apunta la autora del libro (Mal) Educadas, editado por Planeta, que traza un recorrido histórico por aquello que se considera el deber ser.

“Hablar de que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte, parece algo inocente, pero en realidad es el sustento en el que la neurociencia ha estudiado la salud de los varones y de las mujeres; hasta hace unos 20 años, la neurociencia seguía creyendo que el cerebro de las mujeres era distinto, porque pensaba menos. Hoy está comprobado que no hay una diferencia en cuanto a capacidades, son ideas que se sostuvieron por una educación que partió de un prejuicio”.

El libro narra con datos históricos cómo ha sido el acceso de las mujeres a la educación, a quienes “no se les permitía estudiar, no es que no quisieran”, detalla.

En (Mal) Educadas, María Florencio Freijo describe cómo el primer acceso de las mujeres a la educación fueron las escuelas para señoritas, que se fundaron en México. Al día de hoy, advierte la también autora de Solas (aun acompañadas), la educación se basa en el sexo, “y siguen imperando ciertas barreras concretas y simbólicas, para que las mujeres no accedamos a ciertos puestos y a ciertos lugares, de hecho, en todo el mundo, incluso en los países que tienen mayores niveles educativos, las mujeres no superamos el 30% de la representación en el campo de las ciencias, las estadísticas, las matemáticas y la tecnología”.

Una cultura de lo femenino

Acerca de la mala educación a la que alude el título, Freijo también expone un asunto determinante: lo que no vemos en el entorno y por tanto, es como si no existiera. “Por ejemplo, cuando entramos en una juguetería, el 75% de los juguetes de las niñas, están relacionados a roles de cuidado y de belleza, o normalizamos que en el patio del colegio a los varones se les deja ser mucho más groseros y violentos porque es lo que espera de ellos”.

Para la autora, la escuela es un gran laboratorio de análisis de las conductas que se permiten, por ejemplo en comportamientos de violencia sexual. Ella narra cómo cuando tenía 13 años, a los profesores les parecía normal que un compañerito las manoseara.

Pero el amor propio no figura en ningún plan educativo.

“Es perverso que una sociedad que me enseña a odiarme, a que algo me falta, que me pueden decir cualquier cosa en la calle desde niña y que en el puesto de trabajo quedan más los hombres que las mujeres, me exija que me ame, cuando todo alrededor me está diciendo que me detesta, lo dicen los jueces cuando fallan a favor de los feminicidas, los estereotipos de belleza, es una disyuntiva muy cruel.

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“El amor propio se logra en red, verbalizando los problemas que tenemos las mujeres, trabajando con más diversidad en imágenes corporales, como los movimientos Body positive, Body neutrality, que nos empiezan a cambiar la mirada. Es falso el mito del empoderamiento, hay un modelo de consumo sobre qué es ser empoderada, tengo que ser ingeniera de IBM y ser sexy, y además buena madre, buena esposa, es demasiada carga”.

La escritora espera que México se llene de mal educadas (en el sentido de todo lo que expone en su libro), porque éste “es un país que preocupa por la tasa tan alta de feminicidios, pero también por la red que hay entre problemas sociales que son refractarios como el narcotráfico, la corrupción política y las connivencias policiales. Dentro de ese entramado, el cuerpo de las mujeres se utiliza como botín, me parece súper interesante que en sociedades tan machistas como las latinoamericanas, las mujeres empiecen a contar con información, sobre todo para dejar de sostener parejas que no les suman, las mujeres morimos en manos de nuestras parejas, así que es hora de dejar de amar demasiado, es hora de dejar de tener miedo a la soledad y ese camino también se hace con la lectura”.

Nada determina que a las mujeres nos guste más el rosa y a los varones el azul, dice la escritora argentina María Florencio Freijo. “Lo que consideramos como el universo femenino o masculino, es una construcción que no tiene que ver con el orden de la naturalidad”, apunta la autora del libro (Mal) Educadas, editado por Planeta, que traza un recorrido histórico por aquello que se considera el deber ser.

“Hablar de que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte, parece algo inocente, pero en realidad es el sustento en el que la neurociencia ha estudiado la salud de los varones y de las mujeres; hasta hace unos 20 años, la neurociencia seguía creyendo que el cerebro de las mujeres era distinto, porque pensaba menos. Hoy está comprobado que no hay una diferencia en cuanto a capacidades, son ideas que se sostuvieron por una educación que partió de un prejuicio”.

El libro narra con datos históricos cómo ha sido el acceso de las mujeres a la educación, a quienes “no se les permitía estudiar, no es que no quisieran”, detalla.

En (Mal) Educadas, María Florencio Freijo describe cómo el primer acceso de las mujeres a la educación fueron las escuelas para señoritas, que se fundaron en México. Al día de hoy, advierte la también autora de Solas (aun acompañadas), la educación se basa en el sexo, “y siguen imperando ciertas barreras concretas y simbólicas, para que las mujeres no accedamos a ciertos puestos y a ciertos lugares, de hecho, en todo el mundo, incluso en los países que tienen mayores niveles educativos, las mujeres no superamos el 30% de la representación en el campo de las ciencias, las estadísticas, las matemáticas y la tecnología”.

Una cultura de lo femenino

Acerca de la mala educación a la que alude el título, Freijo también expone un asunto determinante: lo que no vemos en el entorno y por tanto, es como si no existiera. “Por ejemplo, cuando entramos en una juguetería, el 75% de los juguetes de las niñas, están relacionados a roles de cuidado y de belleza, o normalizamos que en el patio del colegio a los varones se les deja ser mucho más groseros y violentos porque es lo que espera de ellos”.

Para la autora, la escuela es un gran laboratorio de análisis de las conductas que se permiten, por ejemplo en comportamientos de violencia sexual. Ella narra cómo cuando tenía 13 años, a los profesores les parecía normal que un compañerito las manoseara.

Pero el amor propio no figura en ningún plan educativo.

“Es perverso que una sociedad que me enseña a odiarme, a que algo me falta, que me pueden decir cualquier cosa en la calle desde niña y que en el puesto de trabajo quedan más los hombres que las mujeres, me exija que me ame, cuando todo alrededor me está diciendo que me detesta, lo dicen los jueces cuando fallan a favor de los feminicidas, los estereotipos de belleza, es una disyuntiva muy cruel.

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“El amor propio se logra en red, verbalizando los problemas que tenemos las mujeres, trabajando con más diversidad en imágenes corporales, como los movimientos Body positive, Body neutrality, que nos empiezan a cambiar la mirada. Es falso el mito del empoderamiento, hay un modelo de consumo sobre qué es ser empoderada, tengo que ser ingeniera de IBM y ser sexy, y además buena madre, buena esposa, es demasiada carga”.

La escritora espera que México se llene de mal educadas (en el sentido de todo lo que expone en su libro), porque éste “es un país que preocupa por la tasa tan alta de feminicidios, pero también por la red que hay entre problemas sociales que son refractarios como el narcotráfico, la corrupción política y las connivencias policiales. Dentro de ese entramado, el cuerpo de las mujeres se utiliza como botín, me parece súper interesante que en sociedades tan machistas como las latinoamericanas, las mujeres empiecen a contar con información, sobre todo para dejar de sostener parejas que no les suman, las mujeres morimos en manos de nuestras parejas, así que es hora de dejar de amar demasiado, es hora de dejar de tener miedo a la soledad y ese camino también se hace con la lectura”.

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