Tal vez el momento más difícil de la muerte es cuando uno se da cuenta que la vida continua. Fue en ese justo instante cuando la novelista Mónica Lavín (Ciudad de México, 1955) decidió escribir Los últimos días de mis padres (Planeta, 2022), un ejercicio de memoria sobre la muerte de sus padres.
Se trata de una ficción guiada por los recuerdos de los días en que su padre y luego su madre, con una distancia de un año, ingresaron a un hospital para dar ahí su último aliento. Y si bien no hay arrepentimiento sobre las decisiones tomadas, Lavín afirma en entrevista que regresaría el tiempo sólo para vivir con más calma y tranquilidad los últimos días de sus padres, y continuar la conversación inconclusa.
“Cuando terminé Todo sobre nosotras, la novela anterior a ésta, que en realidad la estaba escribiendo mientras mis padres se enfermaron, mientras murieron, sentí que necesitaba un tema y un tipo de escritura diferente, tenía que dignificar ese momento de la muerte de los dos porque fue en hospitales, y de pronto me di cuenta de que ya no estaban.
“Sentí la dimensión de la orfandad y necesitaba escribirlo, detener el tiempo, regresarme a esos días confusos donde todos los que estábamos alrededor no sabíamos cómo reaccionar, necesitaba volver a esos días para detenerlos y estar en sus últimos días, y este libro me permitió saber que el vínculo con los padres es para siempre, que esa conversación aquí puede continuar”, señala la autora, ganadora del Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2010.
Echar a andar la memoria, sin forzarla a la exactitud, permitió a la escritora a ahondar no sólo en ese año de visita a hospitales, sino en la relación con sus padres desde la infancia para escribir la que ella define como su novela más íntima y personal. Entonces, la escritura le permitió preguntarse y responder quién es ella como hija, cuáles eran los anhelos de sus progenitores, quiénes fueron y qué hicieron por su familia. Fue así un ejercicio de auto reflexión sobre sí misma.
Descubrió, por ejemplo, que su padre siempre quiso ser escritor, de hecho escribía cuentos en su máquina Olivetti, y del paradero de estas ficciones nada se sabe. También comprendió mejor el deseo de su madre por ser pintora y la relación cercana con su segunda hija que ahora es artista.
“Descubrí que los dos tenían dos anhelos y muy naturalmente los adoptamos nosotros, por ejemplo mi papá tenía una máquina de escribir y ahí escribía cuentos, y mi madre era una gran dibujante. Entonces mi hermana es pintora y yo soy escritora, me di cuenta que sus sueños se trasladaron a nosotros de una manera libre. Eso me hizo ver cómo fue para ellos importante construir un bienestar viniendo ellos de la carencia y a pesar de eso nos dieron una buena vida, nos dieron educación, viajes y mucha posibilidad de libertad”, reflexiona.
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En una reflexión mayor, la autora plantea el significado de la orfandad y la muerte, y desde su experiencia asegura que es el descobijo en su expresión más genuina, aun cuando esté convencida de que la conversación con los padres encuentra otros caminos como la escritura.
“Es aprender a que uno ya no es hijo, ese cobijo ya no existe, pero que hay otras formas de mantener el vínculo”, concluye la autora de novelas Cuando te hablen de amor, A qué volver, y La línea en la carretera, por mencionar algunas.