Manantial entre arenas

Crónica de visita a Chichén Itzá

Alberto Calderón

  · domingo 24 de febrero de 2019

Un ruido extraño por la fricción neumática surge del crótalo de asfalto abriéndose paso en el laberinto de la selva peninsular.

Allí van los peregrinos siguiendo el rastro de la serpiente emplumada; Chac-Mool, paciente en la explanada, espera la llegada de una ofrenda que hoy será de curiosos turistas; él llegó de los territorios toltecas a fusionarse con la cultura Maya.

Humanos inquietos montados en sus corceles metálicos de ruedas negras giran en pos de los vestigios ancestrales. Muchos aventureros viajaron desde muy lejos, recorren la explanada tomándose fotografías con la emblemática Kukulkán tras ellos, donde baja en los equinoccios Quetzalcóatl; hoy no lo hará. Los mexicanos deambulan tratando de atrapar el tiempo llevándose un recuerdo; el sol abraza a todos; el viento sopla; los sombreros ruedan; los turistas corren tras ellos. Antes en este lugar también se hacía un electrizante juego de pelota entre dos equipos, el más antiguo juego de conjunto registrado por la humanidad.

Con la mayor cancha que se conozca en Mesoamérica, de 70 metros de ancho por 170 a lo largo con una pelota de hule de hasta cuatro kilos que hacían rebotar con su cadera no permitiendo que cayera, en su cosmogonía representaba el sol. Un recorrido en el tiempo y el espacio, larga caminata al cenote sagrado de 60 metros de diámetro y la altura de casi veinte; ahí la belleza de las doncellas era acompañada de piedras preciosas y orfebrería de oro antes de ser arrojadas como parte de las ofrendas a los dioses; los saqueadores, enterados de la riqueza oculta en el fondo fangoso, rompieron los eslabones del conocimiento histórico; muchos vestigios aparecieron esparcidos en colecciones particulares, principalmente en los Estados Unidos. De otros jamás se supo su destino. La ruta al sitio ya no es entre la enramada de un camino casi oculto y otro más íntimo transitado por los líderes reinantes que sale de la base de la pirámide principal recorriendo la distancia por un pasaje subterráneo, ahora se llega al lugar caminando en medio de los artesanos instalados en un corredor, a los costados sus vendimias dan al paisaje y entorno un sentido burdo y mercantil.

En el paradero sanitario a escasos 10 metros del cenote sagrado venden refrescos de cola. Quién pensaría que la penetración comercial de este líquido negro embotellado, emblema norteamericano, llegaría al pie de tan importante sitio ancestral, natural y religioso.

Las iguanas en toda la superficie arqueológica transitan en un espectáculo aparte. Unas pelean por el territorio en encarnizadas batallas, otras simplemente pasean entre las pirámides como centinelas.

El sol hace brotar de nuestra piel las reservas de agua; el cansancio y la sed empiezan hacer estragos. Es tiempo de buscar una sombra, descansar y rehidratarse.

/Excursiones Riviera Maya