/ lunes 23 de julio de 2018

Memorias y strip tease

(Yo también me acuerdo, de Margo Glantz)

Juan José Barrientos

Margo Glantz empezó a escribir de una manera discreta, pero en cierto momento se animó a llevarle algunos de sus textos a uno de sus maestros, Agustín Yáñez, quien le dijo que parecían perlas sueltas y que debería aprender a hilvanarlas. Esto lo ha contado varias veces, pero en definitiva los comentarios no resultaron alentadores, pues se pasó unos treinta años tratando de escribir como él le pidió, hasta que se dio cuenta de que no tenía por qué meterse en ese molde y que definitivamente ella iba a escribir a su modo o no escribiría nada.

Posteriormente, apareció el correo electrónico y más tarde los jóvenes (y muchos que ya no lo son) empezaron a comunicarse mediante twits, es decir textos muy breves, a veces lapidarios, con frecuencia inconexos, y ella se dio cuenta de que había llegado su hora.

Su libro tiene, como antecedentes el Me acuerdo de Joe Brainart y Je me souviens de Georges Perec; además, se asocia con las obras de David Markson, que ensayó una escritura discontinua y basada en collages y recolecciones; el caso es que también se puede considerar como sus memorias, y esta es mi hipótesis de trabajo al reseñarlo.

Lo que su libro en ese caso tiene de particular y novedoso es que en vez de hacer un relato sobre su primer matrimonio, digamos, o los años que vivió en Parìs, escribe tres renglones sobre un detalle y luego cambia de tema; más tarde nos da otros detalles, como si no pudiera concentrarse y se dispersara con el menor pretexto; nos va soltando datos de vez en cuando para mantenernos interesados.

Por ejemplo, menciona que cuando se casó por primera vez “tenía rotas las medias, se me salían los dedos de los zapatos rotos, y mi testigo fue un albañil”; más tarde agrega que “mis padres no aprobaron mi matrimonio” y en otro lugar, que trataron de anularlo “porque era menor de edad”, pero estos datos que despiertan el interés de sus lectores aparecen muy alejados unos de otros, no cuajan en una escena o sumario, y es como si ella se descubriera el antebrazo y luego un hombro, pero no se quitara el sostén y nunca se llega a desnudar por completo.

El libro resulta legible y divertido, pero el contenido autobiográfico es demasiado reducido.

Tal vez alguien la debería entrevistar para ayudarla a contar su vida.






Juan José Barrientos

Margo Glantz empezó a escribir de una manera discreta, pero en cierto momento se animó a llevarle algunos de sus textos a uno de sus maestros, Agustín Yáñez, quien le dijo que parecían perlas sueltas y que debería aprender a hilvanarlas. Esto lo ha contado varias veces, pero en definitiva los comentarios no resultaron alentadores, pues se pasó unos treinta años tratando de escribir como él le pidió, hasta que se dio cuenta de que no tenía por qué meterse en ese molde y que definitivamente ella iba a escribir a su modo o no escribiría nada.

Posteriormente, apareció el correo electrónico y más tarde los jóvenes (y muchos que ya no lo son) empezaron a comunicarse mediante twits, es decir textos muy breves, a veces lapidarios, con frecuencia inconexos, y ella se dio cuenta de que había llegado su hora.

Su libro tiene, como antecedentes el Me acuerdo de Joe Brainart y Je me souviens de Georges Perec; además, se asocia con las obras de David Markson, que ensayó una escritura discontinua y basada en collages y recolecciones; el caso es que también se puede considerar como sus memorias, y esta es mi hipótesis de trabajo al reseñarlo.

Lo que su libro en ese caso tiene de particular y novedoso es que en vez de hacer un relato sobre su primer matrimonio, digamos, o los años que vivió en Parìs, escribe tres renglones sobre un detalle y luego cambia de tema; más tarde nos da otros detalles, como si no pudiera concentrarse y se dispersara con el menor pretexto; nos va soltando datos de vez en cuando para mantenernos interesados.

Por ejemplo, menciona que cuando se casó por primera vez “tenía rotas las medias, se me salían los dedos de los zapatos rotos, y mi testigo fue un albañil”; más tarde agrega que “mis padres no aprobaron mi matrimonio” y en otro lugar, que trataron de anularlo “porque era menor de edad”, pero estos datos que despiertan el interés de sus lectores aparecen muy alejados unos de otros, no cuajan en una escena o sumario, y es como si ella se descubriera el antebrazo y luego un hombro, pero no se quitara el sostén y nunca se llega a desnudar por completo.

El libro resulta legible y divertido, pero el contenido autobiográfico es demasiado reducido.

Tal vez alguien la debería entrevistar para ayudarla a contar su vida.






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