/ miércoles 28 de diciembre de 2022

Museos y galerías, las trincheras del activismo ambiental durante 2022

Este 2022, diversos ataques de activistas a favor del medio ambiente se centraron en obras de arte para llamar la atención

Los museos son esos espacios donde casi todo está prohibido. Si alguien se acerca de más a una pieza, una persona se encargará de recordarte, sólo con la mirada, que ese cuadro vale mucho más que lo que traes en la cartera. Este 2022, sin embargo, se demostró que arrojar sopa de tomate a un Van Gogh en Londres no es tan complicado como parece.

En una sociedad donde lo que sobran son protestas, los frágiles controles de seguridad de los museos más importantes del mundo se convirtieron en una plataforma para los ambientalistas que exigen el fin de la explotación de los combustibles fósiles. Si las calles ya no son útiles, entonces que lo sean las sacrosantas guaridas del arte.

Las noticias fueron recurrentes: “Avientan una tarta a La Gioconda en París”; “Lanzan puré de papa a un Monet en Berlín”; “Arrojan sopa de tomate a un Van Gogh en Londres”; “Dos activistas se pegan a dos cuadros de Goya en Madrid”; "Atacan con pintura un Klimt en Viena".

Ninguna obra resultó con daños irreversibles, pero hay varias preguntas sobre la mesa: ¿Cuánto falta para que alguien verdaderamente destruya una pieza que, de tan valiosa, ni siquiera tiene un precio en el mercado? ¿Se trata de un acto de rebeldía útil o es, simplemente, un capricho ingenuo y burgués?

La historiadora mexicana del arte, Veka Duncan, considera que hay un poco de ambas cosas. Por un lado, dice, estos actos sí pueden enmarcarse dentro del campo de la iconoclasia, que es la destrucción de los símbolos estéticos que representan un orden determinado, una ideología hegemónica o una serie de valores. “La destrucción de imágenes ha sido parte de la historia del arte y parte de nuestra relación con el arte mismo durante siglos”, explica en entrevista con El Sol de México.

Pero la experta también nota un elemento de ligereza e inocencia en ese tipo de comportamientos por parte de los ambientalistas europeos: “Sus actos parecen un poco light si los comparamos con otros episodios de la iconoclasia en los que sí se ha buscado provocar un daño real o incluso una destrucción total de la obra, siempre bajo una mirada ideológica. Por eso es importante hacer la distinción entre vandalismo e iconoclasia”.

Feminismo que transgrede

Como ejemplo de actos iconoclastas que trascendieron señala el cometido por la feminista y sufragista británica Mary Richardson el 10 de marzo de 1914, cuando en la National Gallery de la capital inglesa acuchilló La Venus del espejo, de Velázquez, el pintor más emblemático del Siglo de Oro. La obra representa a la diosa Venus en una pose erótica, algo que Richardson consideraba machista por el alto grado de sexualización de la mujer. Su protesta, apunta Duncan, era muy clara: atacar un símbolo femenino impuesto por los hombres como protesta por los abusos de autoridad en contra de las mujeres que luchaban por el voto femenino. “Esa es la iconoclasia, siempre hay un tema ideológico, religioso, político o económico detrás del acto realizado”, explica la académica egresada de la Universidad Iberoamericana.

A pesar de que nunca hicieron un daño real porque las obras están protegidas con vitrinas y están aseguradas por patronatos y gobiernos, los ataques de este año sí tienen un trasfondo social. Los colectivos que infringieron las normas de los museos son Just Stop Oil, Last Generation y Extinction Rebellion, con presencia en diferentes países europeos, que abogan por detener el uso del gas, el carbón y el petróleo para frenar los efectos del cambio climático.

Su propuesta: iniciar la transición hacia las energías limpias, algo que parece complicado en medio del conflicto en Ucrania, que ha dejado en evidencia que el mundo todavía no está del todo listo para utilizar energías verdes, una idea que también ha apoyado Elon Musk.

El historiador del arte y coordinador de programas en el Patronato de Arte Contemporáneo A.C., Christian Gómez, asegura que estos grupos utilizan el espectáculo para atraer reflectores a su causa ambientalista ante la falta de voluntad política de gobiernos y empresas.

De algún modo, dice, los activistas encontraron en las agresiones al arte una forma de “llamar a la conversación pública”. Sin embargo, reconoce que los actos no trascienden la viralidad del momento, y “nunca van a ser eficaces” para alcanzar un acuerdo real en términos políticos para evitar el daño ambiental.

“Pareciera que a propósito están eligiendo obras y estrategias para no generar un daño real. Por eso sí soy muy crítica de la efectividad de sus formas: si realmente quieres hacer una protesta, debes fijarte que sean obras simbólicas o que tus métodos sean más iconoclastas. Al final, no logran su propósito, porque simbólicamente no queda muy claro por qué eligieron esas obras y esos museos, a excepción de la National Gallery, que sí recibe un apoyo de British Petroleum. Sin embargo, recordemos que el museo anunció desde febrero pasado que ya no recibe apoyo de esa empresa”, comenta Veka Duncan.

Rebeldía que sale cara

Las consecuencias legales por dañar una obra de arte dependen de cada museo, de cada país y de cada condición legal en la que se encuentren las piezas.

Hace unas semanas, la Fiscalía de Roma abrió una investigación en contra de los activistas que arrojaron sopa de verduras el 4 de noviembre en contra de El sembrador, de Van Gogh. Las autoridades los acusan de “deterioro, desfiguración, ensuciamiento y uso indebido de bienes culturales o paisajísticos”.

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En el Reino Unido el caso va más avanzado: una jueza declaró culpables a los dos jóvenes (de 24 y 22 años) que se pegaron las manos al cuadro Melocotoneros en flor, también de Van Gogh, en la Galería Courtauld de Londres. Los daños, curiosamente, no fueron causados a la pintura, sino al marco, que es más antiguo que el lienzo y fueron calculados en más de 2 mil 300 euros.

“Si algo así sucediera en México, la pena por dañar total o parcialmente una pieza considerada artística o histórica puede ser una multa o incluso cárcel porque las protegen las leyes del INAH o del INBA. Si se dañara algo de Frida Kahlo, muy probablemente sería prisión, porque además ella es artista monumento. En México hay siete artistas que están más protegidos y que tienen declaratoria de monumento: Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Dr. Atl, María Izquierdo y Remedios Varo”, advierte Duncan.



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Los museos son esos espacios donde casi todo está prohibido. Si alguien se acerca de más a una pieza, una persona se encargará de recordarte, sólo con la mirada, que ese cuadro vale mucho más que lo que traes en la cartera. Este 2022, sin embargo, se demostró que arrojar sopa de tomate a un Van Gogh en Londres no es tan complicado como parece.

En una sociedad donde lo que sobran son protestas, los frágiles controles de seguridad de los museos más importantes del mundo se convirtieron en una plataforma para los ambientalistas que exigen el fin de la explotación de los combustibles fósiles. Si las calles ya no son útiles, entonces que lo sean las sacrosantas guaridas del arte.

Las noticias fueron recurrentes: “Avientan una tarta a La Gioconda en París”; “Lanzan puré de papa a un Monet en Berlín”; “Arrojan sopa de tomate a un Van Gogh en Londres”; “Dos activistas se pegan a dos cuadros de Goya en Madrid”; "Atacan con pintura un Klimt en Viena".

Ninguna obra resultó con daños irreversibles, pero hay varias preguntas sobre la mesa: ¿Cuánto falta para que alguien verdaderamente destruya una pieza que, de tan valiosa, ni siquiera tiene un precio en el mercado? ¿Se trata de un acto de rebeldía útil o es, simplemente, un capricho ingenuo y burgués?

La historiadora mexicana del arte, Veka Duncan, considera que hay un poco de ambas cosas. Por un lado, dice, estos actos sí pueden enmarcarse dentro del campo de la iconoclasia, que es la destrucción de los símbolos estéticos que representan un orden determinado, una ideología hegemónica o una serie de valores. “La destrucción de imágenes ha sido parte de la historia del arte y parte de nuestra relación con el arte mismo durante siglos”, explica en entrevista con El Sol de México.

Pero la experta también nota un elemento de ligereza e inocencia en ese tipo de comportamientos por parte de los ambientalistas europeos: “Sus actos parecen un poco light si los comparamos con otros episodios de la iconoclasia en los que sí se ha buscado provocar un daño real o incluso una destrucción total de la obra, siempre bajo una mirada ideológica. Por eso es importante hacer la distinción entre vandalismo e iconoclasia”.

Feminismo que transgrede

Como ejemplo de actos iconoclastas que trascendieron señala el cometido por la feminista y sufragista británica Mary Richardson el 10 de marzo de 1914, cuando en la National Gallery de la capital inglesa acuchilló La Venus del espejo, de Velázquez, el pintor más emblemático del Siglo de Oro. La obra representa a la diosa Venus en una pose erótica, algo que Richardson consideraba machista por el alto grado de sexualización de la mujer. Su protesta, apunta Duncan, era muy clara: atacar un símbolo femenino impuesto por los hombres como protesta por los abusos de autoridad en contra de las mujeres que luchaban por el voto femenino. “Esa es la iconoclasia, siempre hay un tema ideológico, religioso, político o económico detrás del acto realizado”, explica la académica egresada de la Universidad Iberoamericana.

A pesar de que nunca hicieron un daño real porque las obras están protegidas con vitrinas y están aseguradas por patronatos y gobiernos, los ataques de este año sí tienen un trasfondo social. Los colectivos que infringieron las normas de los museos son Just Stop Oil, Last Generation y Extinction Rebellion, con presencia en diferentes países europeos, que abogan por detener el uso del gas, el carbón y el petróleo para frenar los efectos del cambio climático.

Su propuesta: iniciar la transición hacia las energías limpias, algo que parece complicado en medio del conflicto en Ucrania, que ha dejado en evidencia que el mundo todavía no está del todo listo para utilizar energías verdes, una idea que también ha apoyado Elon Musk.

El historiador del arte y coordinador de programas en el Patronato de Arte Contemporáneo A.C., Christian Gómez, asegura que estos grupos utilizan el espectáculo para atraer reflectores a su causa ambientalista ante la falta de voluntad política de gobiernos y empresas.

De algún modo, dice, los activistas encontraron en las agresiones al arte una forma de “llamar a la conversación pública”. Sin embargo, reconoce que los actos no trascienden la viralidad del momento, y “nunca van a ser eficaces” para alcanzar un acuerdo real en términos políticos para evitar el daño ambiental.

“Pareciera que a propósito están eligiendo obras y estrategias para no generar un daño real. Por eso sí soy muy crítica de la efectividad de sus formas: si realmente quieres hacer una protesta, debes fijarte que sean obras simbólicas o que tus métodos sean más iconoclastas. Al final, no logran su propósito, porque simbólicamente no queda muy claro por qué eligieron esas obras y esos museos, a excepción de la National Gallery, que sí recibe un apoyo de British Petroleum. Sin embargo, recordemos que el museo anunció desde febrero pasado que ya no recibe apoyo de esa empresa”, comenta Veka Duncan.

Rebeldía que sale cara

Las consecuencias legales por dañar una obra de arte dependen de cada museo, de cada país y de cada condición legal en la que se encuentren las piezas.

Hace unas semanas, la Fiscalía de Roma abrió una investigación en contra de los activistas que arrojaron sopa de verduras el 4 de noviembre en contra de El sembrador, de Van Gogh. Las autoridades los acusan de “deterioro, desfiguración, ensuciamiento y uso indebido de bienes culturales o paisajísticos”.

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En el Reino Unido el caso va más avanzado: una jueza declaró culpables a los dos jóvenes (de 24 y 22 años) que se pegaron las manos al cuadro Melocotoneros en flor, también de Van Gogh, en la Galería Courtauld de Londres. Los daños, curiosamente, no fueron causados a la pintura, sino al marco, que es más antiguo que el lienzo y fueron calculados en más de 2 mil 300 euros.

“Si algo así sucediera en México, la pena por dañar total o parcialmente una pieza considerada artística o histórica puede ser una multa o incluso cárcel porque las protegen las leyes del INAH o del INBA. Si se dañara algo de Frida Kahlo, muy probablemente sería prisión, porque además ella es artista monumento. En México hay siete artistas que están más protegidos y que tienen declaratoria de monumento: Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Dr. Atl, María Izquierdo y Remedios Varo”, advierte Duncan.



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