Sinfoniando y de concierto/ Amable lector, quisiera empezar esta columna, y la de las dos semanas siguientes, usando una reflexión de mi gran amigo Ricardo Lorenz: “Nada nos preparó para la interrupción repentina de nuestras vidas normales ni para la incertidumbre que existe con respecto al tiempo que transcurre antes de que regrese la normalidad. Estábamos viviendo y, de repente, fue como si alguien nos hubiera presionado el botón de pausa. Nadie sabe cuánto tiempo antes de que se vuelva a presionar el botón de reproducción”.
He aquí una oportunidad maravillosa de usar una metáfora musical que podría ayudar a comprender la inmensidad de este momento de la manera más simple, pues quienes hacemos música estamos bastante familiarizados con pausas de duración no especificada. Lo llamamos fermata, palabra italiana que denota espera, o interrupción de movimiento.
Solo se necesita dibujar el peculiar signo, que se asemeje a un ojo de cíclope, en la parte superior de una nota o silencio, para anular (y extender) su duración normal. Es un dispositivo poderoso que los músicos aprendemos a considerar desde temprano en nuestra formación.
En general, el oficio musical depende de que podamos mantener estable el continuo fluir del tiempo. Usamos para este concepto la palabra italiana tempo. Pero a veces, tal cual el momento en que vivimos estas semanas que nos obliga a suspender las rutinas de la vida por un período de tiempo indeterminado, los compositores nos exigen con una fermata que se subvierta ese sistema confiable al que estamos acostumbrados. Una fermata impone una mayor responsabilidad sobre el artista intérprete o ejecutante. De repente, por una cantidad de tiempo no especificada, incluso así sean unos pocos segundos, el metrónomo imaginario que mantiene el tempo dentro de la cabeza de un músico se vuelve impráctico, inútil.
En esencia, una fermata requiere cambiar al sentido individual del tiempo en lugar y ya no depender del guion impuesto por la partitura. Nos obliga a escuchar nuestro propio ritmo interno en lugar del metrónomo imaginario que suena inexorable en nuestras cabezas. Dependiendo de nuestra disposición una fermata puede parecer una falta de precisión por parte de un compositor descuidado, o podría ser apreciada como un regalo maravilloso: la rara libertad (al menos en el quehacer orquestal) de escucharnos a nosotros mismos en lugar de escuchar a los demás. Es importante recalcar que la creatividad (y específicamente la musical) es intrínsecamente optimista.
Es entonces con las intenciones más optimistas y creativas que invito a todos, compañeros, a imaginarnos viviendo bajo una fermata: una nota larga y prolongada suspendida indefinidamente. Quizá podríamos empezar con una versión mejorada al definir Fermata: "Una pausa de longitud no especificada que nos libera para escucharnos profundamente".
Contando con su paciencia y la del Diario que nos publica, me propongo a continuar con el presente tema en las próximas dos ediciones de nuestra columna. Quisiera iluminar las diversas aproximaciones con que nos proveen los compositores: bien sea generando tensión, drama, afugias; o creando calmas, certezas, reflexiones con las que imaginar el resto de la obra. Con certeza, escuchando a los grandes maestros, logramos a menudo escucharnos mejor a nosotros mismos.
Por favor, consérvense tranquilos, cuiden su salud y protejan su esperanza. Juntos veremos el final de esta fermata que aún nos sorprende.