/ martes 30 de octubre de 2018

Neblina / El más cercano pariente de la luna

Para mi pequeña, Nadja Alicia Milena, quien hizo una constitución de los gatos, y al suyo le fabricó un acta de nacimiento apócrifa.

Así llamaba el poeta inglés W. B. Yeats al gato. Este ser es uno de los más enigmáticos del mundo. Desde las antiguas culturas, como la egipcia y la persa, su presencia ha encontrado numerosas teorías. Desde un origen divino que llegó a la idolatría, hasta la condena y los sacrificios durante la Edad Media por considerarlo animal maldito. Es un ser indiferente, egoísta –el más egoísta de todos–, independiente, desapegado y misterioso. Con una naturaleza sibilina, sensual, abúlica, y de costumbres nocturnas. Es el trasunto de lo femenino, profundamente hedonista; su lema: comer, hacer el amor y dormir.

En el antiguo Egipto el culto al gato duró más de dos mil años. De origen divino, al principio se le consideró como consagrado a la diosa Isis y luego pasó a ser la encarnación de la diosa Bastet, que era la hija de aquélla y del dios sol Osiris. (La más antigua reliquia de esta diosa fue hallada durante la quinta dinastía, alrededor de 3000 años a.de C). El centro del culto al gato se encontraba en Bubastis, situado al este del delta del Nilo. Llegó a reinar sobre todas las demás diosas. Así fue como las figuras de gatos invadieron Egipto. Hechos de oro, plata, cuarzo, cornerina, lapislazúli, mármol, cristal y piedras corrientes. Hay una leyenda de que durante una batalla, el ejército persa tuvo una victoria sobre los egipcios cuando explotaron esta reverencia fanática.

Sitiaban un fuerte egipcio y al rey se le ocurrió la idea de ordenar a los soldados que arrojaran cientos de gatos por las catapultas sobre las paredes del fuerte; los egipcios decidieron rendirse para no permitir la masacre de gatos.

Éstos, cuando alzan la cola llegan a tocar la cabeza, y hacen un círculo, que es símbolo de eternidad. Tienen varias capacidades extrañas: ven en la oscuridad, son eléctricos; caen parados si alguien los avienta de cabeza; trepan los árboles y azoteas, y, sobre todo, existe el mito de las nueve vidas que los hace tocar la inmortalidad.

También entre los egipcios existía la dualidad de dioses: bondadosos como Bastet y terribles como Sokhmet, el otro dios con el que se le asociaba. La trinidad egipcia era conocida por el nombre de Sekhmet-Bast-Ra. De igual manera, se le asociaba con el escarabajo, otro animal sagrado en esas tierras.

Los ojos del gato semejan los ciclos lunares, puesto que cambian de lo oblicuo hacia lo redondo. Y la dilatación y contracción de sus pupilas obedece al plenilunio y ocultamiento de la luna. Es un animal resistente, suspicaz y cauteloso. En Egipto el que mataba un gato era condenado a la pena de muerte. Y si moría en la casa, los miembros de la familia se rasuraban las cejas en señal de duelo. Eran embalsamados y enterrados en las tumbas de los faraones. Se les asociaba con la idea de la resurrección. En la oscuridad, su mirada resplandece y subyuga con un poder incomprensible a ciertos espíritus humanos.

El nombre egipcio del gato es Mau, que quiere decir ver. (Lo que lo define es la mirada, de añejas resonancias mágicas y potencias visionarias; y el lomo eléctrico). El ojo sagrado de Horus es Utchat, que significa estar en armonía, y de estos utchats se hicieron amuletos. Existe el mito de que ven lo invisible. Esto lo maneja el escritor Julio Cortázar, gran amante de los felinos en casi toda su literatura, pero principalmente en “Orientación de los gatos” del libro Queremos tanto a Glenda. Él dijo que el gato es su “animal totémico”. En la imaginería popular hay mitos geniales como éste: si ata alguien a un gato en un sitio en el que se hallan cinco caminos y después lo suelta, lo guiará directamente hacia donde hay un tesoro escondido. La cola del gato tiene expresión propia y tiene un completo lenguaje propio. En la filosofía china budista se compara la meditación con la actitud de un gato que se mantiene agachado, inmóvil y vigilante. Se ha dicho que el gato fue creación de Dios y el ratón del diablo, de ahí el miedo metafísico de las mujeres a los roedores. El gato es, asimismo, la paciencia. La inmovilidad esconde la explosiva agilidad del tigre: reposo y movimiento. El curso El Gato en la literatura se realizará en la SOGEM Veracruz el viernes de 19 a 21 horas y es apto para adolescentes y adultos. Informes al 8120611 o al email bardamu64@hotmail.com

Así llamaba el poeta inglés W. B. Yeats al gato. Este ser es uno de los más enigmáticos del mundo. Desde las antiguas culturas, como la egipcia y la persa, su presencia ha encontrado numerosas teorías. Desde un origen divino que llegó a la idolatría, hasta la condena y los sacrificios durante la Edad Media por considerarlo animal maldito. Es un ser indiferente, egoísta –el más egoísta de todos–, independiente, desapegado y misterioso. Con una naturaleza sibilina, sensual, abúlica, y de costumbres nocturnas. Es el trasunto de lo femenino, profundamente hedonista; su lema: comer, hacer el amor y dormir.

En el antiguo Egipto el culto al gato duró más de dos mil años. De origen divino, al principio se le consideró como consagrado a la diosa Isis y luego pasó a ser la encarnación de la diosa Bastet, que era la hija de aquélla y del dios sol Osiris. (La más antigua reliquia de esta diosa fue hallada durante la quinta dinastía, alrededor de 3000 años a.de C). El centro del culto al gato se encontraba en Bubastis, situado al este del delta del Nilo. Llegó a reinar sobre todas las demás diosas. Así fue como las figuras de gatos invadieron Egipto. Hechos de oro, plata, cuarzo, cornerina, lapislazúli, mármol, cristal y piedras corrientes. Hay una leyenda de que durante una batalla, el ejército persa tuvo una victoria sobre los egipcios cuando explotaron esta reverencia fanática.

Sitiaban un fuerte egipcio y al rey se le ocurrió la idea de ordenar a los soldados que arrojaran cientos de gatos por las catapultas sobre las paredes del fuerte; los egipcios decidieron rendirse para no permitir la masacre de gatos.

Éstos, cuando alzan la cola llegan a tocar la cabeza, y hacen un círculo, que es símbolo de eternidad. Tienen varias capacidades extrañas: ven en la oscuridad, son eléctricos; caen parados si alguien los avienta de cabeza; trepan los árboles y azoteas, y, sobre todo, existe el mito de las nueve vidas que los hace tocar la inmortalidad.

También entre los egipcios existía la dualidad de dioses: bondadosos como Bastet y terribles como Sokhmet, el otro dios con el que se le asociaba. La trinidad egipcia era conocida por el nombre de Sekhmet-Bast-Ra. De igual manera, se le asociaba con el escarabajo, otro animal sagrado en esas tierras.

Los ojos del gato semejan los ciclos lunares, puesto que cambian de lo oblicuo hacia lo redondo. Y la dilatación y contracción de sus pupilas obedece al plenilunio y ocultamiento de la luna. Es un animal resistente, suspicaz y cauteloso. En Egipto el que mataba un gato era condenado a la pena de muerte. Y si moría en la casa, los miembros de la familia se rasuraban las cejas en señal de duelo. Eran embalsamados y enterrados en las tumbas de los faraones. Se les asociaba con la idea de la resurrección. En la oscuridad, su mirada resplandece y subyuga con un poder incomprensible a ciertos espíritus humanos.

El nombre egipcio del gato es Mau, que quiere decir ver. (Lo que lo define es la mirada, de añejas resonancias mágicas y potencias visionarias; y el lomo eléctrico). El ojo sagrado de Horus es Utchat, que significa estar en armonía, y de estos utchats se hicieron amuletos. Existe el mito de que ven lo invisible. Esto lo maneja el escritor Julio Cortázar, gran amante de los felinos en casi toda su literatura, pero principalmente en “Orientación de los gatos” del libro Queremos tanto a Glenda. Él dijo que el gato es su “animal totémico”. En la imaginería popular hay mitos geniales como éste: si ata alguien a un gato en un sitio en el que se hallan cinco caminos y después lo suelta, lo guiará directamente hacia donde hay un tesoro escondido. La cola del gato tiene expresión propia y tiene un completo lenguaje propio. En la filosofía china budista se compara la meditación con la actitud de un gato que se mantiene agachado, inmóvil y vigilante. Se ha dicho que el gato fue creación de Dios y el ratón del diablo, de ahí el miedo metafísico de las mujeres a los roedores. El gato es, asimismo, la paciencia. La inmovilidad esconde la explosiva agilidad del tigre: reposo y movimiento. El curso El Gato en la literatura se realizará en la SOGEM Veracruz el viernes de 19 a 21 horas y es apto para adolescentes y adultos. Informes al 8120611 o al email bardamu64@hotmail.com

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