A partir de este cuestionamiento los cineastas (Ethan y Joel Coen) presentan una visión estructural de lo que implica escribir en el cine hollywoodense. Es sabido que la escritura involucra necesariamente un lector posible, así se cumple su objetivo primordial que es ante todo, la completud de una figura donde se yuxtaponen códigos tanto comunicativos como estéticos e ideológicos. Este encuentro, fortuito y personal, apela a la comprensión y la complicidad. Sin embargo, no tanto en términos de audiencia como de propuesta artística, el espectador –en este caso, como el lector en otros– es un ser indefenso ante lo que le proponen algunos, atenidos a criterios de industria, a encuestas y estudios.
Por ello, en esta cinta, el énfasis está puesto, sin duda, en el papel que tiene el espectador en la realización de la obra. El cine se vuelve sobre sí mismo. Es, ciertamente, una película del cine dentro del cine. Y aquí, se puede hallar una relación con El ejecutivo de Robert Altman, donde también se cuestiona el papel de la industria del celuloide pero desde el punto de vista de los ejecutivos, productores y las grandes corporaciones como la Warner, la Paramount, entre otras.
La pregunta central, ¿para quién escribo? es una discusión antigua y compleja, algunos autores deciden ensimismarse y decir que lo hacen para sí mismos, otros ven en los críticos sus destinatarios principales, algunos más piensan en la masa en general como un ente amorfo y diverso a más de desconocido.
De cualquier forma, la respuesta planteada no es respondida del todo. En esto hay argucias, atavismos, trampas. El escritor tiene presente siempre al lector a pesar que no piense en él a la hora de crear. Es, digamos, su referente real, su destinatario final. Y, cuando dice que lo hace para sí mismo, piensa en términos plurales; él pero como parte de una colectividad; él como paradigma de los otros; él multiplicado en la multitud –esa es la aspiración– secreta y abierta de todo escritor-: llegar al mayor número de lectores y, en este caso, de espectadores.
El problema comienza cuando hablamos de un tipo de cultura tenida por sectaria, llegado al punto de que hay cierta oferta cultural que sólo es consumida por sectores.
Entonces, aquí el público que se busca es especializado. Otra vertiente es la de la cultura popular, que en países como el nuestro involucra las tradiciones, los ritos, y las costumbres de los grupos étnicos además de sectores populares urbanos marginales. Empero, una tercera opción es a la que se refiere esta película: El hombre común.
¿Quién habla del hombre común? ¿Quién escribe para el hombre común? Dejemos de lado las pretensiones efectistas de artistas que proclamaron que en el futuro todos seríamos famosos quince minutos (Warhol dixit) o que la poesía sería escrita por todos y la belleza sería compulsiva en el futuro (los surrealistas), y veamos que, a menos que suceda un hecho insólito, un acto heroico, el hombre común no aparece en las Bellas Artes. Barton Fink es un escritor de teatro en Broadway, donde recién alcanza un notable éxito. Desde el inicio de la película se nota su carácter tímido e inseguro.
Se niega a salir cuando el público lo pide en la presentación de una obra de su autoría a recibir los aplausos. La crítica lo trata demasiado bien. Entonces su vida cambia: le ofrecen un contrato en Hollywood para escribir una película y tiene que trasladarse a Los Ángeles.
La obra que triunfó en Broadway es sobre pescadores –el hombre común– y llega a conmover a todo el mundo. Él se sabe un autor talentoso pero entiende que puede dar más. El problema inicia cuando se da cuenta que en la industria estará sujeto a los caprichos del productor, pero también del gusto del público. Contratado para escribir una cinta sobre luchas, debe seguir las reglas del género. Aquí empieza la dificultad; a él que le cuesta tanto escribir, que inicia en cada guion o libreto un periodo de introspección y reflexión dolorosos, algo tan banal le es caro y difícil.
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