Neblina morada / El más cercano amigo de las sombras

La patria del escritor es la lengua

Irving Ramírez

  · martes 19 de febrero de 2019

La patria del escritor es la lengua. Hay quienes eligen el destierro voluntario o una residencia más afín a su temperamento o a sus necesidades. Pound se nacionalizó inglés, lo mismo T.S. Eliot. Nabokov se hizo norteamericano y Josep Conrad, inglés, a pesar de haber nacido en Polonia. Algunos, acaso por accidente, nacieron en tierras americanas, pero su lengua era otra. Saint John Perse nació en Las Antillas americanas, como Aimé Cesaire; Italo Calvino vio su primera luz en Cuba; Ungaretti y Marinetti nacieron en Alejandría, Egipto; Camus en Argelia, y en Uruguay lo hicieron el conde de Lautréamont y Jules Laforgue, así como Jules Supervielle.

De este poeta quiero hablar. Identificado en algún momento con el surrealismo, creó una obra de claroscuros. Escritor prolífico, cultivó la poesía, el teatro y la novela. Un poeta ínsula que influyó determinantemente en otros por la poderosa variedad de sus creaciones.

Quizá una de las más notables marcas de su trabajo se halle en Xavier Villaurrutia, documentadas ampliamente casi como plagios por la contundencia de su influjo, que va desde las atmósferas, hasta los temas, e incluso, un cierto temperamento común. En varias de sus composiciones, no tan suntuosas como las de Perse, se captura ese gusto por las sombras, el sueño y el insomnio, que tan caros serían para el autor mexicano de los Contemporáneos. Hoy veríamos con una sonrisa esa afición que los dark adoran: pero la muerte no es un compromiso a futuro, es en la inmaterialidad poética, un recurso del misterio y sus sucedáneos.

Creía que los poemas daban constancia de una singularidad. El misterio, en los versos, lo era todo. Y esa fijación del instante, por medio de las sensaciones, lo hacían ser un pasajero del transcurso normal de la creación serena de las cosas. Por eso quizá ese afán panteísta, ese recurrir a la visitación de los elementos como una especie de plegaria gnóstica. En él la fantasmagoría es una constante, se debe acaso a que en el fondo teme la desaparición de las cosas. Son y serán ilusorias. La noche, viniendo desde antiguas historias –como si de Novalis se tratase–, lo insuflan de poderosos temas para sus textos.

Sí una metafísica, pero también una íntima apreciación del sueño. No como algo interior, sino como las proyecciones veladas del hombre. Es decir, una nueva categoría de lo real.

Donde pones el pie acuden hojas secas/ De la noche salgo lleno de salpicaduras/ Tu silencio nos miente,/ tan solo somos uno,/ no nos olvides nunca.

En él también el cuerpo era algo extraño. Parecía incómodo con ese recipiente material, no por creer en una supremacía del espíritu, sino por sentirlo como una limitación ante la vastedad del universo. Su poesía se mueve, transita de estadios establecidos a otros que se fundan y se reconstruyen, para desvanecerse en el aire como epifanías. La técnica, en este sentido, es prodigiosa. Pocos poetas logran ese efecto del transcurso, del paso y la velocidad.

Sueño del marinero que va a dispersar una tormenta

Y el horror de no poder/ Imaginar una rosa/ En su memoria encendida.

Tú puedes seguir los peces/ Que atormentan los abismos.

Supervielle, desde su nombre incuba ya la leyenda. Es un poeta del misterio, de la noche, de aquellos cuya obra admira y que constituyen su estirpe, como el ladrón medieval Francois Villon.

Yo soñaba mi vida a ejemplo de los ríos

Viendo al mismo tiempo la fuente y el océano/ ¿Qué hizo con el amor tu corazón sin nombre?

Por eso el sueño tuvo tanto valor para él, porque posibilitaba ese hallazgo de las sustancias creadas a punto de desmoronarse. Los sueños son imperfectos, ergo son humanos. Pero pueden alcanzar la plenitud, aunque sea instantánea, lo mismo la poesía. Ésta logra la fijeza, aquellos la evanescencia. Su sustancia es la misma, la materia que elaboran roba las imágenes del ser: Hermanos como la muerte. Por eso subyugó tanto a nuestro Villaurrutia. Ese fantasma de sí mismo, ese sonámbulo de otra vieja historia. Ese A whiter shade of pale, de la canción emblemática de Procol Harum.

Te hago salir del lecho y te marchas muy lejos/ En un rincón te escondo y ya cierras la puerta/ Te apretaba en mis brazos y eres sólo una muerta/ Te pedía silencio y tu canto no cesa.

Cada verso del hombre de dos mundos es una aparición, en el sentido no de la sorpresa, sino de la revelación. Su legado entraña una poética tan prístina, como oculta, tan audaz como tradicional, tan moderna como atemporal. El caballero de la intemperie ha hablado.

Bardamu64@hotmail.com