/ martes 6 de noviembre de 2018

Neblina morada / El gato y su magnificencia

Son famosos por la extrema limpieza casi neurótica que ejercen en sí mismos, como un paradigma de la vanidad

Los gatos son famosos por la extrema limpieza casi neurótica que ejercen en sí mismos, como un paradigma de la vanidad, otra vez femenina. Su vida sexual es escalofriante: ruedan las hembras, maullan, se enfrascan en luchas con los machos que las inmovilizan mordiéndolas de la nuca, pero no para dominarlas por la fuerza, misión imposible debido a su fortaleza, sino por la regresión que tienen de cuando eran cachorritos y sus madres los tomaban del cuello para transportarlos; y ese recuerdo las vuelve dóciles.

Contra su estigma diabólico, hay la leyenda cristiana que una gata dio a luz en el establo de Belén al mismo tiempo que la virgen María.

Según Herodoto, los gatos tienen una extraña compulsión por arrojarse al fuego. Y en cambio, en el mito céltico de Maeldune, el gato es el fuego. La leyenda negra es vergonzosa, en la época de la Inquisición las versiones de mujeres en forma de gato se aceptaron como prueba de brujería en el siglo diecisiete para quemarlas vivas. Los sabbats, ritos paganos en los bosques, eran el escenario para utilizar gatos negros. Esto ocurrió desde el siglo XV hasta el XVIII cuando a los animales se les arrojó por cientos a las hogueras.

En las orgías de una secta germana del siglo XIII, conocida como los Stedingers, era exhibida una estatua de un enorme gato negro. Para los japoneses el gato es un “tigre que come en la mano”; también afirman que si alguien tiene miedo a los gatos, tuvo que haber sido rata en su vida anterior. De verdad hay cosas ominosas como en todas las culturas; una de ellas es su crueldad. Cuando un gato tiene una presa, ratón u ave, juega con ella sin dejarla morir, martirizándola. Esto sirvió a Elías Canetti para su metáfora sobre el dominio en su excelso libro Masa y poder.

Y, por otro lado, por su flexibilidad, su ondulación serpentaria, se le dota de cualidades femeninas, como una geisha, por la gracia y belleza de su cuerpo. Son volubles e indescifrables; son sedentarios y vagos; son duales. Se dice que son un puente ente el mundo y el trasmundo, la luz y la oscuridad, lo visible y lo invisible.

Cuando, echado en posición de esfinge empequeñecen sus ojos, dan la impresión de que se encuentran en contacto con su vida interior. La gata es una de las mejores madres de la creación, da el alimento a su cría y ella se queda sin comer. El gato blanco es símbolo de luz, salvación y curación. La ailurofobia se refiere a los que experimentan miedo, odio y nausea hacia los gatos. En ámbitos de la cultura aparece como una presencia constante en la música, la pintura, la escultura y la literatura.

Gatos memorables como Cheshire de Alicia en el país de las maravillas; el gato negro de Édgar Poe; los gatos en Las flores del mal de Baudelaire; el gato Muir de Hoffman; y en nuestros días en los cuadros enigmáticos y fascinantes de Remedios Varo y sus gatos helecho y mininos de ojos expresivos y fascinantes; en la música de Al Stewart con su disco El año del gato; en la generación de la Casa del lago en México durante los años sesenta, donde estos artistas extraordinarios recurrieron a él una y otra vez como con el relato “La pantera” de Sergio Pitol; “Celina o los gatos” de Julieta Campos; algunos cuentos de José Emilio Pacheco, Elena Garro y José de la Colina; los gatos reales que deambulan por toda la casa de Carlos Monsiváis. Y la novela de Luis Spota; así como la novela De Anima y la nouvelle y el cuento de El Gato y la obra de teatro Catálogo razonado, de Juan García Ponce, donde lo utiliza como metáfora del deseo, y lo coloca como testigo de una relación de pareja sumamente erótica.

Y esa novela formidable de Louis Ferdinand Celine Muerte a crédito, donde un médico cruza la Europa devastada por la segunda guerra mundial en tren con un gato como único compañero para aliviar enfermos y heridos y atestiguar el desastre y el dolor humanos. Un pasaje de La entrada en religión de Teodoro W.Adorno, en Último Round de Julio Cortázar donde dice: ”los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse...

La Sogem ofrece el curso El gato en la literatura los viernes de 19 a 21 horas; está dirigido a adolescentes y adultos. Informes al 8120611, o al email:bardamu64@hotmail.com

Los gatos son famosos por la extrema limpieza casi neurótica que ejercen en sí mismos, como un paradigma de la vanidad, otra vez femenina. Su vida sexual es escalofriante: ruedan las hembras, maullan, se enfrascan en luchas con los machos que las inmovilizan mordiéndolas de la nuca, pero no para dominarlas por la fuerza, misión imposible debido a su fortaleza, sino por la regresión que tienen de cuando eran cachorritos y sus madres los tomaban del cuello para transportarlos; y ese recuerdo las vuelve dóciles.

Contra su estigma diabólico, hay la leyenda cristiana que una gata dio a luz en el establo de Belén al mismo tiempo que la virgen María.

Según Herodoto, los gatos tienen una extraña compulsión por arrojarse al fuego. Y en cambio, en el mito céltico de Maeldune, el gato es el fuego. La leyenda negra es vergonzosa, en la época de la Inquisición las versiones de mujeres en forma de gato se aceptaron como prueba de brujería en el siglo diecisiete para quemarlas vivas. Los sabbats, ritos paganos en los bosques, eran el escenario para utilizar gatos negros. Esto ocurrió desde el siglo XV hasta el XVIII cuando a los animales se les arrojó por cientos a las hogueras.

En las orgías de una secta germana del siglo XIII, conocida como los Stedingers, era exhibida una estatua de un enorme gato negro. Para los japoneses el gato es un “tigre que come en la mano”; también afirman que si alguien tiene miedo a los gatos, tuvo que haber sido rata en su vida anterior. De verdad hay cosas ominosas como en todas las culturas; una de ellas es su crueldad. Cuando un gato tiene una presa, ratón u ave, juega con ella sin dejarla morir, martirizándola. Esto sirvió a Elías Canetti para su metáfora sobre el dominio en su excelso libro Masa y poder.

Y, por otro lado, por su flexibilidad, su ondulación serpentaria, se le dota de cualidades femeninas, como una geisha, por la gracia y belleza de su cuerpo. Son volubles e indescifrables; son sedentarios y vagos; son duales. Se dice que son un puente ente el mundo y el trasmundo, la luz y la oscuridad, lo visible y lo invisible.

Cuando, echado en posición de esfinge empequeñecen sus ojos, dan la impresión de que se encuentran en contacto con su vida interior. La gata es una de las mejores madres de la creación, da el alimento a su cría y ella se queda sin comer. El gato blanco es símbolo de luz, salvación y curación. La ailurofobia se refiere a los que experimentan miedo, odio y nausea hacia los gatos. En ámbitos de la cultura aparece como una presencia constante en la música, la pintura, la escultura y la literatura.

Gatos memorables como Cheshire de Alicia en el país de las maravillas; el gato negro de Édgar Poe; los gatos en Las flores del mal de Baudelaire; el gato Muir de Hoffman; y en nuestros días en los cuadros enigmáticos y fascinantes de Remedios Varo y sus gatos helecho y mininos de ojos expresivos y fascinantes; en la música de Al Stewart con su disco El año del gato; en la generación de la Casa del lago en México durante los años sesenta, donde estos artistas extraordinarios recurrieron a él una y otra vez como con el relato “La pantera” de Sergio Pitol; “Celina o los gatos” de Julieta Campos; algunos cuentos de José Emilio Pacheco, Elena Garro y José de la Colina; los gatos reales que deambulan por toda la casa de Carlos Monsiváis. Y la novela de Luis Spota; así como la novela De Anima y la nouvelle y el cuento de El Gato y la obra de teatro Catálogo razonado, de Juan García Ponce, donde lo utiliza como metáfora del deseo, y lo coloca como testigo de una relación de pareja sumamente erótica.

Y esa novela formidable de Louis Ferdinand Celine Muerte a crédito, donde un médico cruza la Europa devastada por la segunda guerra mundial en tren con un gato como único compañero para aliviar enfermos y heridos y atestiguar el desastre y el dolor humanos. Un pasaje de La entrada en religión de Teodoro W.Adorno, en Último Round de Julio Cortázar donde dice: ”los gitanos y los traductores internacionales no tienen gatos, un gato es territorio fijo, límite armonioso; un gato no viaja, su órbita es lenta y pequeña, va de una mata a una silla, de un zaguán a un cantero de pensamientos; su dibujo es pausado como el de Matisse...

La Sogem ofrece el curso El gato en la literatura los viernes de 19 a 21 horas; está dirigido a adolescentes y adultos. Informes al 8120611, o al email:bardamu64@hotmail.com

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