Neblina morada / L'Amitié

La amistad. Con ese hermoso título Maurice Blanchot nombró a uno de sus libros de ensayos más importante en ediciones Gallimard

Irving Ramírez

  · martes 5 de febrero de 2019

Ahora que en nuestra patria se respira un clima de encono, de tensión fratricida, de confrontación entre hermanos, toma capital importancia este tema. La amistad que se subleva a la emboscada del egoísmo; la amistad que sobrelleva su carga con la ligereza de la comprensión, del disimulo, de la aceptación tácita de los errores del otro; la amistad que se entrega sin más al que se escoge por afinidad, por admisión de códigos secretos, de risas únicas, de conocimientos aprendidos.

Allí donde se gesta una alianza recíproca que sobrepasa edades, condiciones sociales, ideologías, gustos, sexos.

La amistad es el verdadero sello afectivo e intelectual de todos los tiempos. Se pone a prueba a sí misma, se extiende entre las distancias y las horas, incólume. Blanchot dice: "La amistad, esa relación sin dependencia, sin episodio y, donde, no obstante, cabe toda la sencillez de la vida, pasa por el reconocimiento de la extrañeza común que no nos permite hablar de nuestros amigos, sino sólo hablarles; no hacer de ellos un tema de conversación (o de artículos) sino el movimiento del convenio de que, hablándonos, reservan, incluso en la mayor familiaridad, la distancia infinita, esa separación fundamental a partir de lo que separa, se convierte en relación".

Curioso episodio ese de conservar amigos de toda la vida, desde los primeros años, a pesar de que sean de mundos distintos. Uno recuerda amistades célebres en la literatura y el arte, la de Kafka y Max Brod, por ejemplo; la de Dalí y Buñuel; la de Breton y Eluard; la de Vincent van Gogh y su hermano Theo, no obstante siendo hermanos, y, en fin... la lista sería interminable. Acaso también la amistad sirve para enfrentar enemigos, para rechazar a otros, para pertenecer a algo.

En estos días terribles y cruciales, también nos une a algunos la lucha contra el fascismo, aunque no todos comparten el punto de vista. Los que están del lado opuesto pueden convivir sin rencor. Eso es lo importante. Uno los conoce en medio de etapas de formación y se fija algo inasible que tiende puentes. Un amigo se pelea, discute, se molesta con el otro a veces. Un amigo comparte los logros y se duele con las desgracias.

Un amigo refleja intacta, una parte de uno mismo en el otro. El tiempo, me parece, no es importante. Nunca vence. Pasan años y los rasgos externos no hacen mella en la simpatía. La amistad es una revelación instantánea que se torna en suceso.

La amistad se alimenta del disenso, de la tolerancia, del respeto. Y es increíble, por ejemplo, que menciono a Alejandra que apenas tiene 17 años y me aconseja con una sabiduría tal, que da miedo. A todos distintos, y al mismo tiempo, entrañables. Se es amigo porque necesitamos acompañar el tránsito de los años con alguien para hablar, pero también para quedarnos mudos como peces. También se valen pequeñas traiciones, breves mentiras, diminutos rencores. No todo es prístino. Sin embargo, si hay un territorio inocente en este mundo, no dudo en afirmar que junto a la poesía, la amistad irrumpe plena. Creo que en estos tiempos de furia, no hay nada mejor que esa solidaridad gregaria (¿hay de otra?) que nos marca la fraternidad.

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