Neblina morada / Los Coen en su laberinto

Él que se cuestiona a cada momento sobre el papel del escritor, sobre sus destinatarios posibles, encuentra en la imposición y las fórmulas, un freno

Irving Ramírez

  · martes 18 de diciembre de 2018

(II PARTE)

Entra entonces en un trance de esterilidad. Lo sencillo se le complica infinitamente.

Así conoce al hombre común que tanto busca con su arte: un vendedor de seguros que es su vecino de cuarto en el hotel donde se hospeda. Éste, pronto se hace su amigo y confidente. Por otro lado tendrá que enfrentar los desplantes y excesos de los ejecutivos que lo presionan y abruman con elogios desmedidos. Todo desemboca en un delirante y caótico final que irá in crescendo cuando en un periodo de desesperación llama a la secretaria de un escritor alcohólico y “genial” para que lo ayude.

Ella le confiesa que le hace los guiones al que también es su amante. Terminan haciendo el amor y viene la escena donde comienza el desenlace. Él ve un mosco que le chupa la sangre a la mujer dormida. En un plano detalle se ve al horrendo bicho succionando; lo aplasta de un golpe y ella no se inmuta. Descubre entonces que está sobre un charco de sangre. Acude a su vecino y éste se lleva el cadáver mientras él es presa de una crisis de nervios. Después de un tiempo de azoro, de angustia y estado sonambúlico, le llega un frenesí creador. Comienza a escribir compulsivamente, junto a una caja que su vecino le dejó antes de irse y la que nunca abre. Y escribe su mejor obra. Triunfal se va a celebrar en un salón de baile donde propicia una pelea entre marines y soldados. Lo investiga la policía. El ejecutivo de cine que antes se humilló y le lamió los pies, lee el guion y le dice que es basura. Le explica que quería una cinta de luchadores, no de un hombre que lucha consigo mismo, con sus pasiones. Barton se ve así prisionero, congelado sin poder irse de la ciudad, atado a un contrato. Va a su hotel y lo están esperando los agentes que descubren la sangre en su colchón, le dicen que su amigo es un asesino decapitador.

Mientras lo interrogan sienten calor y lo esposan en la cama. Salen a buscar al asesino que regresó, y éste ha incendiado el hotel; en una toma impresionante éste los espera con una escopeta y los aniquila; va después a liberar a Barton, al que le dice sus motivaciones.

Él mata para ayudar a quienes sufren. Colecciona cabezas e inexplicablemente, perdona la vida del escritor. La escena final es la de un Barton con su sombrero y gabardina en medio de las llamas saliendo del hotel y caminando después por la playa con la caja que todos sabemos contiene la cabeza de la mujer asesinada. Ve en las dunas a una mujer bellísima que le pregunta qué lleva en la caja; él dice que no sabe. Luego ella se pone de espaldas mirando al mar y se transforma en el cuadro que colgaba de la pared de su cuarto en el hotel. Con esta imagen bellísima, termina la cinta.

Los hermanos Cohen que han creado un mundo particular pleno de humor negro y de un acento especular que se regodea en el esperpento y la parodia, con esta película llevan a uno de sus puntos extremos su propuesta estética. El cine como vehículo no tanto para el divertimento como para la estupidez, no sólo como arte sino como emblema de la destrucción, de la esterilidad.

Esta esterilidad no se da sólo en la imposibilidad de crear de Barton, también aparece en la abortada quimera de escribir sobre y para el “hombre común”. Este desface ocurre porque en este caso el cine está hecho para no reflejar esta parcela de la existencia. Y un escritor debe ceñirse a los cánones impuestos por la tradición. La industria de Holywood sirve precisamente de estamento de la esterilidad. La fórmula es lo que impera, la concesión es hacia el consumo ligero, no hay lugar para el arte. Y en este camino se encuentran con Altman y su ejecutivo, donde lo que importa es ese juego de recambio de intereses mezquinos que inyectan un estado aceptado de condiciones que hacen andar esa maquinaria de sueños fatuos.

Sin embargo, los propios hermanos Cohen van en contra de esta premisa inicial. El subterfugio es el de la crítica que enseñan en todas sus películas. El delirio como la búsqueda de la autenticidad, la hipérbole como poética, y la ironía como Leit motiv.

Continuará

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