Recuerdo que no fueron los únicos que irrumpieron en la escena literaria nacional para intentar dinamitar los estamentos aceptados del canon, también aquel texto de Yehya y Fadanelli, “la literatura a la que estamos condenados” del sábado del Uno más uno, que parecía una proclama generacional revisando a los santones y vacas sagradas como el boom latinoamericano, y oponiendo una nueva estética. Hice un ensayo crítico que apareció en el suplemento cultural del Ovaciones que dirigía José María Espinasa.
A ambos manifiestos y a las obras de sus integrantes los critiqué. A pesar de cuestionar a la tradición, eran distintos: unos en el tenor del outsider y del cuasi poetamalditismo bukowskiano, el otro apelando a la literatura difícil, y a la busca de una novela total.
Admito que con el paso del tiempo ha cambiado mi percepción, sobre todo respecto al Crack que muchos ven como pieza de museo. El mismo líder Jorge Volpi abjura de ese pecado de juventud en la revisión que hizo del movimiento después de 20 años. Curioso: ahora yo suscribo casi todo lo que dijeron. Tenían razón entonces, la tienen ahora. La literatura actual es la del marketing, la inmediatez, mercancía consumista. Ellos se basaban en el siglo XX, en las propuestas para el próximo milenio de Calvino, que hicieron suyas con desigual calidad.
Eran un grupo con afinidades temáticas, de visión del mundo, de temperamento. Incluso compartían a sus mismos santos patrones, nacionales: Fuentes, Elizondo, Melo, Del Paso; extranjeros, Borges, Faulkner, Flaubert. Quisieron, como las vanguardias, el Estridentismo, los Contemporáneos, el Surrealismo, romper con la novelística en boga, porque eso eran todos, novelistas.
Lo que ellos hicieron no fue nada nuevo, admitido además; sin embargo, en este libro que recoge la historia Manifiesto Crackypostmanifiesto del Crack 1996-2016, de Ricardo Chávez Castañeda, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, Eloy Urroz y Jorge Volpi, editado por la Universidad vVracruzana este año, se revelan sus postulados, varios ya muertos, otros muy vigentes a la luz de los tiempos que corren. Acaso esas primeras novelas apocalípticas no sean lo mejor de cada autor, que siguieron su obra cada cual en su estilo más personal, pero en el fondo sin abandonar la esencia del movimiento.
¿El eje rector de estas novelas? El riesgo. La experimentación. El cosmopolitismo, en un país de acendrado nacionalismo.
La erudición. Cierto que hay ciertos manierismos y amaneramientos estilísticos, claras influencias de sus modelos europeos, e impostaciones, sobre todo en Volpi, pero en mi caso, ahora rescato su idea de novela como un bloque monumental reflexivo, como una forma de interpelar la historia, la ideología, la idea del mundo contemporáneo. Con caídas y bajadas, sus novelas mayores para mí: No será la tierra, El fin de la locura, En busca de klingsor, superan a aquella que inició su periplo del CrackEl temperamento melancólico. Ciertamente, en este manifiesto hay no pocos lugares comunes, cuando se ponen a pontificar o hacer decálogos del novelista, pero en general, el documento antiguo es fresco, es actual.
Acaso algunos nos identificamos con estos postulados sin pretender hacerlo, mi novela El espejo de los tiempos futuros, por ejemplo, Los Creyentes de Alberto Chimal, Virtus de Eve Gil, De la infancia de Mario González Suárez, Planetario de Mauricio Molina, entre otras.
Dicen “lo que buscan las novelas del Crack es lograr historias cuyo cronotopo, en términos bajtinianos sea cero: el no lugar y el no tiempo, todos los tiempos y lugares y ninguno”. En suma, son novelas de tesis, son autores de mi generación, nacidos en la década de los sesenta. Uno de ellos, al que más traté Ricardo Chávez Castañeda, escribió un libro con Celso Santajuliana, fallido en dos tomos donde analizaba quiénes iban a sobrevivir de su generación aduciendo y pensando en el “éxito”, como sustento del dinero: sólo los ricos escribirían y serían publicados en el futuro, con estadísticas y estudios cuasi de mercado. Fue una charada. El dinero sí es rector, pero de quienes hacen ganarlo con libros de moda y fáciles de leer, y es otro tema.
El Crack se dispersó, murió antes que su influencia encallara en otras plumas. Luego la fatídica muerte de Nacho Padilla, la oficiosa labor de funcionario de Volpi, y el autodestierro de Urroz y Palou dio la estocada final. Empero, este libro nos da otra perspectiva…
Continuará-
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