Neblina Morada / ¡Trotski!

Alguna vez quise escribir una novela sobre Liova y me documenté; luego leí la novela de Leonardo Padura El hombre que amaba a los perros y aunque nunca se acaba de agotar un tema, desistí

Por Irving Ramírez

  · martes 16 de abril de 2019

PARTE I

Sé que le daría otro sesgo, es un titán de la historia moderna, y toca la nuestra, pues aquí lo asesinaron. La figura mítica de este héroe de la revolución soviética, de este intelectual tan complejo que interpretó el marxismo de una manera más dialéctica y crítica, no se ha agotado. Creo que Padura no le hace justicia, ya lo trata bajo el sesgo del desencanto de un régimen que a él lo ha dejado lleno de dudas. También vi la serie de TV que lo trata de una peor manera aún, hace una caricatura de su figura y falsea la historia en varios pasajes. Es una figura compleja sin duda, el enemigo de Stalin, el único que podía hacerle sombra y por el que estuvo obsesionado y a quien persiguió durante años por varios países hasta eliminarlo.

Su papel como líder, aún en el exilio, lo asumió cabalmente. Organizó la Cuarta internacional en todo el mundo que se oponía al estalinismo autoritario. Trotski, de ser un guerrero invencible, devino en un mártir escurridizo, que peleaba en el terreno de las ideas. Acaso, como muchos pregonan, nunca llegó a ser el líder de la revolución por su origen judío, y a que Lenin murió sin poder entronizarlo no obstante que dejó instrucciones para que lo sucediera. Stalin, más astuto intrigó para su ostracismo. Un verdadero perseguido, mataron a su hijo, disgregaron a su familia, otro fue confinado a trabajos forzados a Siberia, eliminaron a varios seguidores cercanos y le fueron cerrando el cerco en países como Noruega, Bélgica y México.

Su relación con artistas es legendaria, desde sus partidas de ajedrez en Viena con Schnitzler y Hoffmannsthal, y Kova, alias Stalin, el que derrotaba a todos, hasta sus encuentros con Diego Rivera y André Breton en México para escribir un manifiesto de defensa de la cultura revolucionaria. Y por supuesto, su affaire con Frida Khalo.

A salto de mata, con la salud quebrada, pero con el espíritu indomable del revolucionario siempre preocupado por la URSSS, ya una potencia, y por la revolución mundial a la que apelaba a revisarse para no estancarse. Los años convulsos de la gran guerra mundial, en los que sirvió como el enemigo interno a vencer construido por la propaganda, para cohesionar una unión patriótica.

Trotzki ni era el tirano desalmado de la serie, feroz e implacable, ni el pusilánime de Padura, de El hombre que amaba a los perros, era una combinación compleja de un hombre fuerte pero sensible.

Un líder brillante. Por ejemplo, el retrato que hace de él el general Leandro Sánchez Salazar, quien investigó su muerte siendo detective en México, es muy interesante, de la que escribió un libro en 1955 que vendió cien mil ejemplares, impresionante cifra. Allí narra los pormenores del crimen de Jackes Mornard, alias Ramón Mercader y viceversa, el protagonista de la novela de Padura, un complejo y real villano vuelto sicario de este célebre revolucionario.

Tal vez si hubiese tomado las riendas del bloque soviético, la historia hubiese sido diferente. Lev era humanista, e intelectual, y sabía lo que era ser perseguido y reprimido. Su sino histórico no lo abandonó nunca, con sus equivocaciones, contradicciones y excesos; su sino trágico terminó en Coyoacán en el magnicidio que segó al único que podría frenar la barbarie de un sátrapa.

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