/ martes 5 de noviembre de 2019

Neblina Morada/Los celos como personaje literario

Los celos no respetan género ni clase social, ni época. Los celos engendran sainetes, tragedias, y fueron uno de los protagonistas mayores en la novela del siglo XIX europea

Una de las pasiones humanas más presentes y continuas desde siempre son los celos. Vindicación de la envidia, usufructo de la libertad, tensión mental y mórbida actitud de posesión, signan, desde la parte oculta del ser, la imagen del otro para reconstruirla según sus delirios persecutorios. Subsumidos en un afán depredador de control, más allá de lo racional, se alimentan de la sospecha perpetua, de la duda que ellos transforman en certeza, y se erigen en un monumento al orgullo propio elevado a categoría sublime en aras de la protección íntima, y la sobrevaloración atávica, que oculta la inseguridad.

No pocas veces las tragedias y los melodramas humanos se nutren de esta pasión. El celoso no ceja, tiene una idea fija. Convencido de la traición, ejecuta una y otra vez el ritual del recuento de escenas que lo confirman según sus propias deducciones y suspicacias. El celoso sufre y hace sufrir.

El celoso se ciega y actúa irracionalmente de forma violenta. Acusa, condena, persigue, espía, sin tener muchas veces ningún fundamento. Son el turismo de la mezquindad, de la propia desvalorización. El celoso se protege adelantándose a los hechos, trata de justificar su idea del otro(a), por medio de la confirmación de su poder —de su inteligencia— para desenmascararlo. Pone trampas, interpreta, ejerce crueldad psicológica y busca denodada, constantemente, la mentira y la contradicción.

En la literatura, este tema ha aparecido de manera recurrente. El más célebre, Otelo de Shakespeare, que será concebido como el paradigma del celoso-envidioso atormentador de su bella y pobre Desdémona. El famoso rey moro será el modelo de muchos más en el futuro. Y Yago como el incitador, esos que nunca faltan y envenenan las mentes.

Shakespeare, capaz de desmenuzar las pasiones humanas, que casi siempre inmolan al protagonista por su excesivo furor, alcanza acta de naturalización en nuestro siglo. Pienso, of course, en Proust, el mejor de todos en este ámbito, con su monumental En busca del tiempo perdido, donde disecciona ad nauseaum la dimensión mórbida de los celos; no es el único: Ernesto Sábato en El Túnel elabora una interesante ruta de un celoso maduro enamorado de una chica, a la que acosa inmisericorde con sus sospechas y a la que termina asesinando. Y por supuesto, Relato soñado de Artur Schnitzler , que sirvió de base para la película última de Kubrick Ojos bien cerrados, se sumerge en las visiones de un celoso.

No respeta género esta pasión, ni clase social, ni época. Los celos engendran sainetes, tragedias, y fue quizá uno de los protagonistas mayores en la novela del siglo XIX europea: Balzac, Flaubert, Stendhal, Tolstoi, Dumas, George Sand, Victor Hugo, Brönte, lo trataron.

Dice Proust en La prisionera, respecto de Marcel, alter ego del autor hacia Albertina su amante-amiga: "Mis celos se originaban en imágenes para un sufrimiento, y no de acuerdo a una probabilidad... los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa es caprichosa e imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo; a veces, enteramente distinta en otro...", o en otra parte: "No existen celosos cuyos celos no acepten ciertas derogaciones. Alguien admite ser engañado con tal de que se lo digan; aquel otro con tal de que se lo mantengan oculto, con lo cual uno no es más absurdo que el otro, ya que si el segundo es verdaderamente más engañado en cuanto se le disimula la verdad, el primero reclama con esa verdad el alimento, la extensión y la renovación de sus sufrimientos...".

En sí, estas dos novelas son un extraordinario tratado exegético acerca de los celos, un ensayo lúcido e implacable de este pathos humano. Quizá el carácter luciferino de este sentimiento procede, más que nada, de su carácter sexual.

bardamu64@hotmail.com

Una de las pasiones humanas más presentes y continuas desde siempre son los celos. Vindicación de la envidia, usufructo de la libertad, tensión mental y mórbida actitud de posesión, signan, desde la parte oculta del ser, la imagen del otro para reconstruirla según sus delirios persecutorios. Subsumidos en un afán depredador de control, más allá de lo racional, se alimentan de la sospecha perpetua, de la duda que ellos transforman en certeza, y se erigen en un monumento al orgullo propio elevado a categoría sublime en aras de la protección íntima, y la sobrevaloración atávica, que oculta la inseguridad.

No pocas veces las tragedias y los melodramas humanos se nutren de esta pasión. El celoso no ceja, tiene una idea fija. Convencido de la traición, ejecuta una y otra vez el ritual del recuento de escenas que lo confirman según sus propias deducciones y suspicacias. El celoso sufre y hace sufrir.

El celoso se ciega y actúa irracionalmente de forma violenta. Acusa, condena, persigue, espía, sin tener muchas veces ningún fundamento. Son el turismo de la mezquindad, de la propia desvalorización. El celoso se protege adelantándose a los hechos, trata de justificar su idea del otro(a), por medio de la confirmación de su poder —de su inteligencia— para desenmascararlo. Pone trampas, interpreta, ejerce crueldad psicológica y busca denodada, constantemente, la mentira y la contradicción.

En la literatura, este tema ha aparecido de manera recurrente. El más célebre, Otelo de Shakespeare, que será concebido como el paradigma del celoso-envidioso atormentador de su bella y pobre Desdémona. El famoso rey moro será el modelo de muchos más en el futuro. Y Yago como el incitador, esos que nunca faltan y envenenan las mentes.

Shakespeare, capaz de desmenuzar las pasiones humanas, que casi siempre inmolan al protagonista por su excesivo furor, alcanza acta de naturalización en nuestro siglo. Pienso, of course, en Proust, el mejor de todos en este ámbito, con su monumental En busca del tiempo perdido, donde disecciona ad nauseaum la dimensión mórbida de los celos; no es el único: Ernesto Sábato en El Túnel elabora una interesante ruta de un celoso maduro enamorado de una chica, a la que acosa inmisericorde con sus sospechas y a la que termina asesinando. Y por supuesto, Relato soñado de Artur Schnitzler , que sirvió de base para la película última de Kubrick Ojos bien cerrados, se sumerge en las visiones de un celoso.

No respeta género esta pasión, ni clase social, ni época. Los celos engendran sainetes, tragedias, y fue quizá uno de los protagonistas mayores en la novela del siglo XIX europea: Balzac, Flaubert, Stendhal, Tolstoi, Dumas, George Sand, Victor Hugo, Brönte, lo trataron.

Dice Proust en La prisionera, respecto de Marcel, alter ego del autor hacia Albertina su amante-amiga: "Mis celos se originaban en imágenes para un sufrimiento, y no de acuerdo a una probabilidad... los celos son una de esas enfermedades intermitentes cuya causa es caprichosa e imperativa, siempre idéntica en el mismo enfermo; a veces, enteramente distinta en otro...", o en otra parte: "No existen celosos cuyos celos no acepten ciertas derogaciones. Alguien admite ser engañado con tal de que se lo digan; aquel otro con tal de que se lo mantengan oculto, con lo cual uno no es más absurdo que el otro, ya que si el segundo es verdaderamente más engañado en cuanto se le disimula la verdad, el primero reclama con esa verdad el alimento, la extensión y la renovación de sus sufrimientos...".

En sí, estas dos novelas son un extraordinario tratado exegético acerca de los celos, un ensayo lúcido e implacable de este pathos humano. Quizá el carácter luciferino de este sentimiento procede, más que nada, de su carácter sexual.

bardamu64@hotmail.com

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