Ayer leí tu carta. La trajo el cartero un poco antes del mediodía. Dejé el sobre encima de la pequeña mesa que está junto de la ventana grande, donde pasábamos algunas tardes platicando sobre asuntos del barrio, de la temporada de lluvias que se aproximaba y de muchos otros asuntos que nos preocupaban, como el del puente de madera que cruza el arroyo, cuyos tornillos y maderos era necesario reemplazar, entre tantas otras cosas que abordábamos.
Pues ahí sobre la mesita, junto a la lámpara, dejé el sobre que resguardaba tus palabras. Lo dejé ahí porque el canario empezó a inquietarse, aún no le había dado su alpiste. Creo que tenía hambre, así que le dejé también su recipiente lleno de agua y me dispuse a leer tu carta, ahí sentada en uno de los sillones del balcón.
Te leí con calma y con mucha atención. Claro que me preocupé por eso que escribiste, que vives en un barrio peligroso donde asaltan hasta a las abuelas que se cruzan la calle por ir a comprar su bote de leche. Ten cuidado porque esos malandros no tienen miramientos, espían muy bien a sus víctimas.
También me dices de la chica a la que nombran como Juanita, que tampoco saben desde donde viajó, por ser tan seria y tímida. Deberás de ayudarla, no dejes pasar el tiempo, por algo debe estar así. Ayúdala e invítale de lo que tú compres, es más te pondré un poco más de dinero y le compras comida y ropa, suéter y todo eso, debe hacer mucho frío por allá. Acá ya tú sabes, hace lo normal. Ya la neblina pasa antes del anochecer y por las mañanas, se le resbala al cerro como tú dices cuando la has visto.
Te platico que ayer vino Lizandro y dijo que ahora sí al puente se le descolgaron las cuerdas y que la madera está inservible. Nos tenemos que apurar porque acá ha llovido un poco, aunque no ha habido esas crecientes tan espantosas. Dios nos libre cuando la corriente del río sorprenda a alguien. Ya se le habló al presidente municipal para que envíe a algún empleado de la comuna, pero es la hora que nadie viene a hacer estudios.
Te cuento que a la cotorra Cleta le abrí la puerta de la jaula para que recobrara su libertad, no hay necesidad de que esté encerradita día y noche ¿y qué crees?, se larga a andar muy cerca porque la escucho en algunos árboles cercanos a la casa. Y llega antes del anochecer. Entonces la meto y la vuelvo a guardar en su jaula, nada más en la noche, y por las mañanas le vuelvo a abrir; claro está, se va llena de nixtamal porque no dejo que se marche con el buche vacío.
Te voy a suplicar que no dejes de escribirme, siempre habrá algo que contarnos. Ya veremos qué pasa con el puente y con todo lo demás. Saluda por favor a Catalina y a la hija de Indalecio, también al compadre Manuel.