Ya es costumbre escucharle a don Lolito sus danzones que por las mañanas del domingo oye en su grabadora. Dice que sintoniza la “Q”, una estación de amplitud modulada que le gusta como suena desde su juventud.
Yo me levanté temprano porque me dieron ganas de fumarme un cigarro, pero me percaté de que ayer en la noche no fui a la tienda de Lucrecia por unos tres, pues de vez en cuando me levanto en la madrugada a fumarme uno, después escucho un poco de música y algunas veces en que el sueño escapó por la rendija de la ventana, leo una edición atrasada de algún periódico que compré en sábado o domingo.
También a esa hora en que pasan pocos autos por la calle busco algún libro de poesía y leo uno que otro poema, en silencio sin que nadie perturbe.
Eso me gusta. Ya después vuelvo a dormir. Pero ayer, ayer fue una madrugada ruidosa. Primero escuché que alguien llamaba a la puerta del pasillo dando fuertes golpes a la lámina, poco después ya no eran manotazos sino patadas. Quise asomarme desde el balcón pero preferí evitarlo.
Y tan de repente cesaron los golpes, pero el tropel de un caballo interrumpió la lectura del poema que había elegido. Ni modo, esperaré un poco más, pensé. En unos departamentos de arriba alguien gritó para que hablaran al hombre del caballo, seguro se trataba de una carreta que recogía la basura que el camión no se había podido llevar días anteriores. Y sí, pronto se escuchó que una olla de peltre con su tapadera resbalaba por la escalera, ni les diré del efecto que tuvo el estruendo a esa hora de la madrugada.
Otra mujer gritó por una de las ventanas que por favor dejaran de dormir, que tuvieran un poco de madre y de consideración. Lo dijo molesta, y dijo más. Al conductor de la carreta que ya esperaba afuera de la puerta que da a la calle ni siquiera le apenó tremenda bulla. Tampoco a Lucianita, quien solicitó el servicio de recolección de deshechos. Muchos pensamos que en cuanto entregara los residuos se acabaría el asunto, más no fue así, Lucianita se quedó platicando largo rato con el hombre. Es más hasta un poco de café con pan le ofreció, que porque la madrugada estaba tan fresca y se antojaba una bebida caliente. Lucianita tenía una voz delgada, ladina; cada vez que hablaba parecía la intérprete de una canción de moda, de verdad y no exagero.
Desistí de leer el poema, será para mañana por la tarde; pensé. Sin lectura, sin cigarrillos, sin ganas de dormir y faltaban diez minutos para las tres de la mañana, me di a la tarea en pensar qué hacer a esa hora para organizar una venganza en contra de Lucianita. Mandé mensaje a los vecinos que se habían levantado. Todos aceptaron de buena gana. Leonor se ofreció para vigilar cuando Lucianita se despidiera del carretero, entrara a su departamento y apagara las luces. Casi a las cuatro cincuenta de la mañana fuimos a la ventana del cuarto de Lucianita para llevarle serenata. Se levantó de mala gana, aventó madres, rayos y centellas, pero nos invitó a pasar. Riéndose dijo que no era su cumpleaños, pero que como vecinos había mucho de qué conversar. Lolito y Lucianita fueron los únicos vecinos que se quedaron conversando, los recuerdos que ambos evocaron llevaron el ritmo de los danzones que se tocan en la “Q”.
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