Palabra impresa/ La rana y el payaso

La historia de Indalecio Fortuna, un payaso habitante de un pueblo remoto

José Cruz Domínguez Osorio|Colaborador

  · lunes 30 de septiembre de 2019

El payaso que se convirtió en el alma de un terruño/ Foto: Cortesía

Llegué a este pueblo en un viejo autobús que pensaba me iba a dejar tirado en medio de la montaña porque tornillos, tuercas y otros fierros le sonaban, sin contar los ventanales. Ve hacia el pueblo aquel que no te vas a arrepentir, habían dicho unos conocidos míos que ya lo habían visitado. Y sí, el pueblo no está feo, lo complicado es cómo llegar. Pero aquí de entre los habitantes vive un hombrecillo, que para ganarse unas cuantas monedas se disfraza de payaso y hacer reír a los niños, mientras que hombres y mujeres esperan llenar sus cubos de agua en las llaves que hay en la pila grande, justo en la entrada del pueblo.

El nombre real del payaso, el que un acta de nacimiento da fe, es Indalecio. Indalecio Fortuna. Dice el payaso que el mejor pago para él es ver a los niños reír, que le aplaudan mucho y llevarse bien lleno de monedas un viejo gorro que una tía le tejió hace muchos años, y que es como su amuleto.

Es que el payaso es bastante talentoso, a cada rato y sin que hable tansólo mirar su cara es ya un chiste, decían muchos en el pueblo. Lo que al mimo le preocupaba era que los pobladores pronto se iban a chocar de escucharlo, se aprenderían rápido todo su repertorio. Hasta que una vez, después de una tarde lluviosa el payaso notó que muchos niños le apuntaban con el dedo. Algo muy raro debo tener, se dijo. Poco a poco fue sintiendo cosquillas en su cabeza hasta quitarse un sombrero de colores y descubrir que una pequeña rana brincaba. ¡Y tanto gritó el payaso que niños y adultos se empezaron a reír! Más no sabían que al mimo esto lo había asustado tanto que acudió a la panadería más cercana a pedir un bolillo duro, que para el susto. Yo no me llevo con las ranas, me asustan, les dijo el hombre a quienes escuchaban sus chistes en el parque, un día después.

Ahí en la plaza, un niño le preguntó que si creía que un príncipe se había convertido en rana, hace mucho, muchísimo tiempo. El mimo le dijo que sí, que también a él eso le contaron sus mayores, por eso él no puede ni siquiera verlas, por eso de los encantamientos. Y así, al payaso no le faltaban chistes ni cuentos nuevos por contar, sus miedos y alegrías eran materia para narrar. Y a ese pueblo que sólo se llegaba en autobús, un viejo camión destartalado, nunca le faltaban motivos para reír, gracias a Indalecio Fortuna, el payaso que huía de las ranas.

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