Desde hace ya un tiempo, poco más de un año y medio, he venido recortando palabras de los periódicos, que por sus noticias, reportajes, crónicas y columnas ya dejaron de ser vigentes. Y antes de ocuparlos para alguna otra cosa vuelvo a pasar por las páginas y me detengo en las palabras, que por alguna razón pudieron llamar mi atención. Entonces, con tijera en mano las recorto. Y así me he ido haciendo de palabras. ¿Y por qué recortas tantas palabras?,deseó saber mi mamá hace algunos meses. Para algo me van a servir, le contesté entusiasta.
Y las voy guardando en una caja de plástico, tengo ya muchas palabras dentro de ella. Algunas veces, en sábado o domingo, la destapo y leo qué palabras son las que andan por ahí; y las leo: “piratas”, “empacho”, “burlar”, “cabecera”, “chunga”, “florecillas”, “comedia”, “gasolina”, “besos”, “confesiones”, “escribir” y muchas, muchas más.
¿Qué podrán ofrecer por sí solas cada una de las palabras que están guardadas en un recipiente de plástico? ¡Mucho! Es la oportunidad para leerla en voz alta, a escuchar cómo suena cada vez que la mencionamos y después detenernos para imaginar qué historia puede originarse con su presencia, con ese pedazo de papel periódico ya recortado, quizá puede representar el mejor pretexto para iniciar una minificción. Esa palabra que ha quedado impresa y que muchos lectores días atrás pasaron su vista y atención sobre ella. Hoy la guardo en una caja transparente, en un recipiente de plástico en la que hace algún tiempo guardaba unos chocolates. Hoy tiene otro uso: conserva los recortes en los que figuran muchas palabras.
Quizá esa necedad de volver a revisar las páginas de las ediciones que ya leí me devuelve a un nuevo paisaje que sólo la palabra permite. Imagino qué historia puede haber con tan solo leerla, mencionarla, un paisaje infinito que se abre cuando destapo esa caja de acrílico transparente y que guarda a tantas palabras recortadas.
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