/ lunes 17 de febrero de 2020

Palabra impresa/Elefantes y jirafas

Relato para fomentar la lectura, apto para chicos y grandes

Paco y Lucía se habían escondido en unas cajas vacías de blanquillos, dentro de la pequeña bodega donde también se encontraban los bultos del maíz recién desgranado. Arriba de las pacas de alfalfa y de paja dormían los gatos que ayudaban a espantar al ratón que se atreviera a entrar a romper los bultos del maíz.

Lolo, que era uno de los peones de don Martín buscaba a los niños. Cada tarde, antes de que anocheciera, esos dos pequeños le hacían bromas y Lolo, ante esa señal, sabía que era la hora del juego.

El viejo Lolo llegó de no saben dónde, solo se presentó en la casona, traía consigo una pequeña bolsa y un acordeón. Porque Lolo sabía echar canciones con el acordeón, así decía don Martín. Y es que Lolo parece un chiquillo, mírenlo jugando con Paco y Lucía, ¡pero qué barbaridad!, se enojaba la abuela Queta cuando veía que el peón perseguía a los niños.

Después del juego y correteo por el patio llegaba la hora de la cena, ahí en el comedor se hablaba de muchas cosas, menos del trabajo del día. Había que desviar un poco la mente de los pendientes que había con el ganado, con las cercas y colindancias.

Paco y Lucía hablaban de elefantes y jirafas, que sólo los conocían en papel, en las páginas de los libros que llevaban en la escuela primaria, y que los querían conocer, pero para llegar a eso había que viajar hasta la capital del país. Doña Queta lamentaba las muertes de conocidos cuando, por indiscreción de algún vecino, se daba cuenta.

Ya saben que no le deben decir a mi mamá quién murió, eso la entristece y a cada rato dice que cuándo le tocará a ella. Ya lo sabes Lolo, ni se te ocurra andar quedando bien con la vieja Queta, le decía Martín un tanto serio, un tanto en broma.

Lolo nada más asentía sin chistar palabra. Los niños habían abandonado el comedor y ya se escuchaban corriendo por el largo corredor. Doña Queta se despedía de Martín y Lolo había anunciado que se marcharía a dormir.

El canto de los grillos y las ranas se dejaba oír por los distintos recovecos que el patio tenía, había arbustos y plantas. Las luces de la casa se apagaron, Paco y Lucía se preguntaban si algún día conocerían a los elefantes y las jirafas que veían en uno de los libros que llevaban a su escuela.josecruzdominguez@gmail.com

Paco y Lucía se habían escondido en unas cajas vacías de blanquillos, dentro de la pequeña bodega donde también se encontraban los bultos del maíz recién desgranado. Arriba de las pacas de alfalfa y de paja dormían los gatos que ayudaban a espantar al ratón que se atreviera a entrar a romper los bultos del maíz.

Lolo, que era uno de los peones de don Martín buscaba a los niños. Cada tarde, antes de que anocheciera, esos dos pequeños le hacían bromas y Lolo, ante esa señal, sabía que era la hora del juego.

El viejo Lolo llegó de no saben dónde, solo se presentó en la casona, traía consigo una pequeña bolsa y un acordeón. Porque Lolo sabía echar canciones con el acordeón, así decía don Martín. Y es que Lolo parece un chiquillo, mírenlo jugando con Paco y Lucía, ¡pero qué barbaridad!, se enojaba la abuela Queta cuando veía que el peón perseguía a los niños.

Después del juego y correteo por el patio llegaba la hora de la cena, ahí en el comedor se hablaba de muchas cosas, menos del trabajo del día. Había que desviar un poco la mente de los pendientes que había con el ganado, con las cercas y colindancias.

Paco y Lucía hablaban de elefantes y jirafas, que sólo los conocían en papel, en las páginas de los libros que llevaban en la escuela primaria, y que los querían conocer, pero para llegar a eso había que viajar hasta la capital del país. Doña Queta lamentaba las muertes de conocidos cuando, por indiscreción de algún vecino, se daba cuenta.

Ya saben que no le deben decir a mi mamá quién murió, eso la entristece y a cada rato dice que cuándo le tocará a ella. Ya lo sabes Lolo, ni se te ocurra andar quedando bien con la vieja Queta, le decía Martín un tanto serio, un tanto en broma.

Lolo nada más asentía sin chistar palabra. Los niños habían abandonado el comedor y ya se escuchaban corriendo por el largo corredor. Doña Queta se despedía de Martín y Lolo había anunciado que se marcharía a dormir.

El canto de los grillos y las ranas se dejaba oír por los distintos recovecos que el patio tenía, había arbustos y plantas. Las luces de la casa se apagaron, Paco y Lucía se preguntaban si algún día conocerían a los elefantes y las jirafas que veían en uno de los libros que llevaban a su escuela.josecruzdominguez@gmail.com

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