Es que en aquellos tiempos todo era diferente. A cada rato lo repetía la abuela. Bailábamos con la música de instrumentos de viento: la tambora, una trompeta, la guitarra o el violín. El suelo de tierra, no había banquetas, hija. Ah, y si nos daba un poco la noche encendían unas antorchas, pero regularmente los bailes se hacían por la tarde porque había que regresar al pueblo en burros o en caballos, eso sí, en el camino no te encontrabas gente mala, como ahora, si acaso una carreta jalada por un par de caballos, y cuando la veía venir te preguntabas qué familia podría venir, porque si había carreta en el camino era porque estaban llegando de la ciudad o habían hecho un viaje largo. Y uno que apenas regresaba de la fiesta o del paseo a un pueblo cercano.
La abuela comentaba todo lo que podía encontrar dentro de sus recuerdos y no se le escapaba detalle alguno por mencionar. Lo hacía tranquila, no parecía llevar prisa por contar. Recuerda que una vez, fue en el mes de mayo, temporada en la que el calor hace mucho daño en los potreros y deja a las vacas sin comer y beber agua.
Bueno, una tarde de mayo de buenas a primeras se nubló. A mí me sorprendió y me dio mucho miedo, dije algo grande va a venir. Y cerré las puertas y ventanas, encendí el candil y me senté. Empezaron los relámpagos y también los truenos, el ruido era ensordecedor y hasta al más fuerte de carácter hacía palidecer del miedo.
De pronto escuchamos un estruendo que no te puedo comparar con algún ruido extraño. Quienes vieron, dijeron que una centella había caído sobre el nacaxtle, y cómo no, si lo partió a la mitad, era algo inexplicable porque ya llovía y las ramas y parte del tronco ardía con todo y lluvia.
A mí me dio mucho miedo porque estaba sola. Tu abuelo había ido a la siembra y tu tío Paulino andaba buscando leña. Luego a poco, las nubes se fueron dispersando y el viento las fue empujando hacia el sur. Dejó de llover y el sol se abrió paso sólo por poco tiempo, estaba por acabarse la tarde. Muchos nos acercamos al lugar donde la centella había caído. Olía a chamuscado, a peloquemado, así feo. Un olor raro, hija. Entonces, hay cosas que nunca se nos olvidan, y yo me acuerdo de tantas que poco a poco te iré contando. Nada más ya no entres despacio a la cocina y de pronto me hagas ¡buuuuu!, ya sabes que soy miedosa.
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