/ lunes 25 de febrero de 2019

Ruidos y sombras

Así que el grillo se quedó quieto en la corteza del tronco de una rama

Era noche de agosto. Había pasado la lluvia y un grillo bajaba con mucho tiento la corteza resbalosa de un viejo cedro. Un ligero airecillo provocaba que por las ramas se deslizaran todavía tantas gotas como fuera posible. Mientras el grillo avanzaba un hilo delgado y casi transparente le detuvo el paso. Retrocedió un poco y saltó. Así venció uno de los cordeles que una araña ató para sujetar su red y que ya dormía encima del tejido. Ni cuenta se dio que cerca de ella acababa de pasar un grillo. Pero ¿qué hora era?, ¿por qué andaba trasnochándose y saltando las ramas del viejo cedro?

Después de haber brincado por varios troncos tiernos de las ramas, el grillo tuvo que detenerse, sacudió primero el ala derecha y después la izquierda porque sentía que algo en ellas se movía, eran unas gotas que no habían resbalado todavía. Pronto se dio cuenta que cerca de él pasó una sombra, después otra, podría confundirse como si dos pequeñas nubes se le hubieran atravesado a la luna que ya empezaba a abrirse paso, y que esas sombras avanzaban justo encima de la arboleda, ahí a donde el grillo se detuvo a descansar.

Acomodó su pequeño cuerpo en una delgada corteza que encontró ideal para dejar de brincar un rato. Ni dos minutos y medio habían transcurrido cuando su cuerpo se puso en alerta para dar un brinco. Sus patas estaban tensas, estiradas, las alas un poco apartadas de los lados de su pequeña panza. Y es que un par de gatos maullaban escandalosamente en una de las ramas del cedro.

Una pequeña parvada de aves se alejó rápidamente y una ardilla abandonó el árbol dando grandes saltos porque ese par de felinos le habían interrumpido el sueño, como a los pájaros y al grillo. Quiso el grillo raspar sus alas y hacer un poco de ruido, más no lo hiso y su prudencia le salvó la vida, porque hay que recordar que los gatos, además de las ruedas de estambre, juegan también con los insectos.

Así que el grillo se quedó quieto en la corteza del tronco de una rama. Después de un rato cuando la luz de la luna hacía sombras en cualquier cosa que hubiera en la tierra los gatos decidieron irse cada uno por su lado… mientras que el grillo de rama en rama se fue saltando.

josecruzdominguez@gmail.com

Era noche de agosto. Había pasado la lluvia y un grillo bajaba con mucho tiento la corteza resbalosa de un viejo cedro. Un ligero airecillo provocaba que por las ramas se deslizaran todavía tantas gotas como fuera posible. Mientras el grillo avanzaba un hilo delgado y casi transparente le detuvo el paso. Retrocedió un poco y saltó. Así venció uno de los cordeles que una araña ató para sujetar su red y que ya dormía encima del tejido. Ni cuenta se dio que cerca de ella acababa de pasar un grillo. Pero ¿qué hora era?, ¿por qué andaba trasnochándose y saltando las ramas del viejo cedro?

Después de haber brincado por varios troncos tiernos de las ramas, el grillo tuvo que detenerse, sacudió primero el ala derecha y después la izquierda porque sentía que algo en ellas se movía, eran unas gotas que no habían resbalado todavía. Pronto se dio cuenta que cerca de él pasó una sombra, después otra, podría confundirse como si dos pequeñas nubes se le hubieran atravesado a la luna que ya empezaba a abrirse paso, y que esas sombras avanzaban justo encima de la arboleda, ahí a donde el grillo se detuvo a descansar.

Acomodó su pequeño cuerpo en una delgada corteza que encontró ideal para dejar de brincar un rato. Ni dos minutos y medio habían transcurrido cuando su cuerpo se puso en alerta para dar un brinco. Sus patas estaban tensas, estiradas, las alas un poco apartadas de los lados de su pequeña panza. Y es que un par de gatos maullaban escandalosamente en una de las ramas del cedro.

Una pequeña parvada de aves se alejó rápidamente y una ardilla abandonó el árbol dando grandes saltos porque ese par de felinos le habían interrumpido el sueño, como a los pájaros y al grillo. Quiso el grillo raspar sus alas y hacer un poco de ruido, más no lo hiso y su prudencia le salvó la vida, porque hay que recordar que los gatos, además de las ruedas de estambre, juegan también con los insectos.

Así que el grillo se quedó quieto en la corteza del tronco de una rama. Después de un rato cuando la luz de la luna hacía sombras en cualquier cosa que hubiera en la tierra los gatos decidieron irse cada uno por su lado… mientras que el grillo de rama en rama se fue saltando.

josecruzdominguez@gmail.com

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