Amable lector, entrados ya en este diciembre es muy probable que, bien sea en la radio o haciendo uso de la amplia colección sonora que tiene en casa, haya usted visitado varias veces lo que me permito denominar la banda sonora de la Navidad. Y es que con cada giro alrededor del sol regresemos a las mismas melodías que nos han acompañado siempre que celebramos las fiestas que dan nombre a estos milenios que habitamos. Una especie de espiral tonal que refleja nuestro eterno nomadismo sideral.
Precisamente y para cerrar nuestras temporadas de conciertos 2019, quisiera extenderle una cordial invitación para que nos acompañe en el programa de la Orquesta Sinfónica ISMEV el viernes 20 de diciembre a las 19:00 horas en la Sala Anexa de Tlaqná, Centro Cultural. El programa gira alrededor de las celebraciones propias de fin de año, especialmente la navideña. Estamos preparando para su disfrute una Rapsodia sinfónica en la que René Saldívar hila con maestría las melodías y villancicos que hemos escuchado desde niños, además del Aprendiz de Brujo que Walt Disney hizo famoso en la película Fantasía en 1940. El programa se completa con la Suite orquestal de una de las obras maestras del compositor ruso Piotr illich Tchiakovsky y símbolo moderno de la navidad: El Cascanueces.
Esta obra es precisamente el ámbito en el que quisiera centrar nuestra conversación en la presente columna. “Los clásicos son vitales para nuestro presente”, me escribió una lectora sobre nuestra columna de la semana pasada. En esta frase directa se resume la razón para nuestra insistencia en conservar hábitos y símbolos que podemos pasar de nuestra generación a la siguiente. Necesitamos recordarnos a nosotros mismos nuestro pasado, quizá a manera de apuntalar nuestro presente. Por eso volvemos a escuchar los mismos villancicos y canciones año tras año, hasta el punto en que diciembre no es el mismo sin dicha banda sonora.
Llegamos entonces al momento ideal para probar el primero de los axiomas que presentamos a consideración del lector cuando discutíamos las razones por las que escuchamos a los clásicos:
Las clásicas son esas obras a las cuales nos referimos con afecto y familiaridad (la 5ª de Beethoven..., la 9ª de Dvorak...), obras seminales que demarcan épocas e impulsan la historia hacia adelante.
No es descabellado preguntar a nuestros amigos y familiares si ya escucharon El Cascanueces esta navidad. Saben ellos (o aprenderán pronto) de qué les hablamos. Se convirtió este ballet en un punto de referencia cultural reconocido a nivel global, sin distinción de idioma o raza. El Cascanueces le pertenece a la humanidad y a la navidad, sin que haya razones por las que vislumbremos un final a esta relación simbiótica.
Pero es una tradición moderna, y muy reciente para más señas. Si consideramos que nuestra celebración navideña gira sobre un evento en el año cero, no fue sino hasta 1960 que las navidades en le hemisferio occidental incorporaron El Cascanueces de Tchaikovsky como símbolo sonoro.
El ballet, compuesto en 1892 tuvo entonces que esperar siete décadas para convertirse en un clásico. La obra misma está inspirada en el cuento navideño “El cascanueces y el rey de los ratones”, de E.T.A. Hoffmann. Gira su narrativa sobre la pequeña Clara y el juguete que recibe en la noche de Navidad, un cascanueces que por intervención de un hada cobra vida y, después de derrotar al Rey Ratón tras una dura batalla, lleva a Clara de visita a un reino mágico.
Es precisamente el viaje de los protagonistas por dicho reino el que compone las piezas y danzas con que Tchaikovsky organiza su Suite. Correcto, la misma que vamos todos a escuchar el viernes 20 de diciembre a las 19:00 horas en la Sala Anexa de Tlaqná, Centro Cultural. Acompáñenos, para que juntos podamos celebrar esta Navidad.