Amable lector, bien entrados ya en esta temporada de conciertos de la Orquesta Sinfónica del Instituto Superior de Música del Estado de Veracruz, me permito abrir una de las conversaciones que quizá genera más controversia entre los asistentes a un concierto sinfónico: ¿Cuándo está bien aplaudir?
En términos generales, y aquí me excusan que les comparta mi opinión personal, aplaudir en sí mismo es una expresión de gozo y aprecio. Debería uno aplaudir cuando lo vea necesario. Dicho esto, siempre que vamos creciendo en el conocimiento del acervo musical per se, nos vamos familiarizando con compositores y estructuras sonoras, descubrimos que el establecer un vínculo comunicativo creador-oyente incluye también la premisa “escuchar atentamente hasta que el discurso musical he terminado.”
Es una regla de puro decoro y quizá valoración de esfuerzos. Digo valoración refiriéndome a todo lo que un oyente invierte antes de la primera nota e independiente del costo del boleto: el tiempo que hemos invertido en llegar a la sala, ubicar nuestros asientos, leer las notas al programa, disponer nuestros oídos y nuestro corazón para recibir el esfuerzo de los músicos en el escenario. Toda esta inversión cobra sentido sí y solo si estamos todos dispuestos a prestarnos atención. El costo bien pueden ser los 30 pesos, pero el valor recibido multiplica con creces la inversión total.
¿Qué hace que aplaudamos?
Cruzando ya sobre las implicaciones éticas del oyente, miremos con lupa el concepto del aplauso. En un principio una costumbre endémica de occidente, como resultado del contrato empírico-implícito de la música de concierto se ha expandido sobre la extensión del globo. Fuera de contexto es uno de esos gestos que tiene sentido solo en el común acuerdo de su propósito. Si se piensa con calma, literalmente nos golpeamos a nosotros mismos cuando encontramos gusto en una propuesta comunicativa. ¿no es eso un tanto raro de explicarle a culturas no-terrestres? Ahora bien, una vez aceptado el hecho de que así es, busquemos un consenso sobre qué identifica una audiencia que sabe aplaudir, o sea, una que conoce ciertas normas tácitas.
¿Hay momentos ideales para aplaudir?
Definitivamente sí. Esculquemos primero lo obvio: “no tiene mucho mérito aplaudir en medio de la música”. Resulta que el mismo Mozart incluía ciertos giros melódicos, ciertos gestos manipulando el volumen, ciertas sorpresas armónicas, sabiendo que sus audiencias aplaudirían mientras la orquesta seguía en mitad de la pieza. Sí, funcionaba para Mozart, pero hoy en día el guardar silencio pertenece a la valoración de esfuerzo que discutíamos antes.
Recibimos con aplausos al concertino en representación de toda la orquesta, una vez que aparece en el escenario para afinar con sus colegas. Asimismo le damos la bienvenida al capitán de campo, que reviste la responsabilidad de liderar la recreación de la obra que el autor imaginó.
Entra aquí la razón de existir de las notas al programa: Antes de que la obra empiece podemos estar preparados para comprender todas sus partes, bien sea que se interprete de tiro, o que cada sección (movimiento) requiera una corta pausa para reacomodar la concentración. Como una buena novela, una sinfonía está organizada en capítulos, sabiendo que el compositor necesita analizar sus ideas desde varios puntos de vista. La idea es esperar hasta el final para disfrutar el concepto completo, y unos segundos de silencio para terminar de saborearlo son de agradecer.
Más allá de que aplaudir en el momento indicado demuestra inmersión y cultura en el escucha, la razón más importante es el disfrute de una pieza musical. Lo que quiero decir es que un movimiento puede crear un estado de ánimo; algo se queda flotando en el ambiente. El silencio que sigue a este movimiento y precede al próximo, el cambio de carácter entre estos movimientos son sutilezas que pueden enriquecer la experiencia musical. Los aplausos podrían romper ese momento etéreo.
Y aún más significativo: no es prudente privarnos de vivir y gozar la música por no saber cuándo aplaudir. Quizá alguna vez se nos escape un aplauso en donde no iba. No pasa nada, más allá de quienes se tomen ellos mismos la responsabilidad de purgar la práctica por sus propios medios. El enorme disfrute que la música aporta a nuestra vida bien vale la pena el riesgo. Y no olvidemos que el aplauso de una manera tangible lo recibimos en el escenario como alimento para los artistas. Es importante darle el justo reconocimiento a su ejecución con un buen aplauso.
Espero que nos veamos pronto en un concierto.
(La obertura Egmont y la Sinfonía No. 5 de Beethoven será interpretada por la OSISMEV el domingo 22 de marzo en Tlaqná, Sala Anexa a las 13 horas).