Durante una de sus sesiones espiritistas, Francisco I. Madero contacta con una vieja chamana de la Sierra Tarahumara llamada Guarupa quien intenta advertirle sobre la traición que se avecina por parte de Victoriano Huerta. Sin embargo, la gesta de la Revolución mantiene distraído al presidente y no escucha el aviso. Al no poder contactarse con él, la mujer decide abordar el tren para viajar hasta la Ciudad de México con la ilusión de prevenir más desgracias para el país y lograr un futuro mejor.
Se trata de la premisa hipotética de la obra de teatro Me lleva el tren, escrita por Camilla Villegas, quien propone reflexionar sobre qué habría sucedido en México si Madero hubiera atendido la advertencia y no caer en la traición de Huerta. Cuál sería el rumbo del país, si fuera diferente la historia narrada. Aún cuando se trata de una ilusión, el montaje propone abrirse a nuevas posibilidades sobre el pasado.
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“La obra la escribió Camila Villegas y somos el tercer montaje que se produce. Camila quiere hacer una reinterpretación de los sucesos históricos de la Decena trágica, los diez días terribles a inicios del siglo XX, para pensar en qué repercutieron en el devenir de la historia nacional a partir de entonces. Es una fantasía o alegoría en la que a Madero en una de sus sesiones espiritistas, le tratan de decir sobre el destino del país pero no escucha y ahí se desencadena una serie de acciones”, detalló la actriz Carmen Mastache, de la obra que se presenta martes y miércoles hasta el 27 de julio en el Teatro La Capilla.
Durante el viaje de la mujer chamana, se encuentra con Juan, un joven que huye de Villa, y con Adela, una muchacha que escapa de la violencia; los tres atraviesan el país, abrumados por la guerra, con la ilusión de lograr un futuro. “Lo que hace la obra es hacer hipótesis sobre cómo sería la historia del país si alguien en el poder hubiera tomado una decisión diferente”, añadió la actriz de la obra dirigida por Jorge Valdivia.
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Mastache detalló que la obra se plantea en cierta intimidad, pues se ofrece un juego escénico con sólo cuatro actores para aproximar al público no sólo a la experiencia histórica, sino también a la reflexión sobre los hechos para pensar en una posibilidad distinta de la historia oficial.
La escenografía que remite de manera minimalista a los años revolucionarios está a cargo de Tenzing Ortega quien propuso un baúl antiguo como referente a un tren y un escondite ante la furia del enemigo, de donde sale también la atmósfera mística con humo y luces. Ello se consigue además con la iluminación que realizó Sofía Macedo, el vestuario e imagen de Sergio Mirón, y la producción general de Sepia Producciones.
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