Bolaché, ser enigmático y hasta cierto punto carismático, apareció sin aviso, se incrustó en el cotidiano de San Nicolás donde la vida del pueblo lo fue absorbiendo inconscientemente, su personalidad desconcertante fue la nube que cubrió su brillo escondiendo la nobleza y la ternura que encerraba en su alma.
Llegó en la celebración del Santo Patrono, tal vez él lo trajo, necesitaba un vigilante callado que recogiera el testimonio velado, la verdad oculta tras la sotana y las faldas, los hechos oscuros con falsa justificación, vengar la burla tras la traición.
Los días transcurrían llevados de la mano por la agobiante monotonía, el mismo viento soplaba en el ambiente dominado por el poder y la avaricia, sin embargo, él supo acomodarse para sobrevivir en un pueblo que lo miraba con desconfianza, pudo hacerse necesario en las labores que otros no eran capaces de hacer, recibir con humildad lo poco que le brindaban a cambio, hacerse indispensable en la fonda de doña Refugio, en la parroquia y en la vida de Fortino Samperio.
Desde aquella noche que corrió bajo una vistosa cascada de pólvora en su espalda, coqueteó con las risueñas muchachas asustadas por la embestida del “torito”, bailó con los danzantes y sonrió mostrando la ventana que formaba su incompleta dentadura, su poblada ceja y sus ojos luceros de inocencia; se incrustó en el íntimo acontecer de un pueblo que hasta ese momento vivía bajo el velo de la apariencia, velo que permanecería por mucho, mucho tiempo.
Acomedido con las señoras durante la misa, con los comerciantes y lugareños al instalar sus puestos de venta en el atrio de la iglesia, el cual siempre mantenía bien barrido, caballeroso y sumiso, extrovertido en los festejos y con un corazón tan noble que se delataba en sus ojos, marcó su lugar en la diaria convivencia, en ocasiones sufriendo los horrores de la discriminación, del desprecio y pocas veces iluminado con un leve rayo de compasión.
La sacristía y el confesionario eran su lugar común, de pernoctar, de soñar, de íntimas sensaciones, de escuchar, circunstancialmente, lo que debía ser un secreto de confesión; de ver, porque el destino así se lo marcó, situaciones comprometedoras que no comprendía del todo, hechos encarcelados en su memoria para ser liberados únicamente con la única persona que creía en él.
El destino colocó a Bolaché en el vértice de los acontecimientos, fue testigo involuntario de prácticas cotidianas de los íconos de esa sociedad, su existencia representaba un peligro para el orden aparente de la vida en el pueblo, ahora ya era visible para algunos que temían que su historia fuera contada, tenía que desaparecer.
Bolaché, novela corta del escritor y poeta Filemón Zacarías, retrato perfecto de la sociedad existente en muchos lugares del país, donde los cánones morales y éticos marcan las normas a seguir pero realmente no se respetan. Con personajes conocidos para el lector, el relato se vive coincidiendo con algunos hechos reales: el que ejerce el poder, el que representa la justicia, el guía moral, la dama altruista como símbolo de la decencia, el ser estrafalario y rechazado, ignorado pero presente en todos los rincones, sabedor de la historia real de su ciudad.
En cada párrafo se respira el aire enrarecido por la falsedad, la indignación por el maltrato al protagonista oprime el corazón, el coraje ante la impotencia de castigar la injusticia nos contagia, el desprecio ante la mentira y la traición brota en algún momento al avanzar en la lectura, y finalmente la tristeza por la pérdida inesperada.