Que le gustaba ir al río una vez por semana. Así lo contó una vez. Que subía a la piedra grande y desde ahí miraba como merodeaban los peces por los rincones de sombra que las piedras hacían y que con el caminar del sol a veces estaban en un lado y otras tantas por otro. Que le gustaba ir al río, sí, porque oía el ruido del agua o veía a un caballo acercarse a la orilla y que jugaba con mojar los cascos, sentir el fresco. No escuchaba que desde casa le gritaban porque era hora de comer o era tiempo de cerrar la puerta porque oscurecía. A ella nada le importaba porque al río le gustaba ir una vez por semana.
Viaje…
En un pequeño parque hay una fuente que también es pequeña. Llega Carlitos llevando un cuaderno bajo el brazo. Se sienta en el bordo, abre el cuaderno y deshoja una página, la dobla y da forma a un barco de papel.
Y mientras el niño se hinca mirando hacia el agua su brazo derecho echa a andar esa frágil embarcación que la brisa mueve de un lado y el otro. Y vuelve a quitarle otra hoja al cuaderno, y así hasta completar cinco barcos que juntos navegan por el agua que guarda esa fuente pequeña.
El paseo…
La ráfaga de viento deshojó una rosa amarilla. Por ahí andaba una hormiga distraída, porque la araña la vio. Y así testificó en su lenguaje al hormiguero que andaban en busca de su compañera.
Asombrado un pequeño escarabajo vio que los pétalos amarillos volaron cerca de él, y ahí vio a la hormiga entusiasta y casi sonriente, emocionada porque imaginaba que una mágica alfombra amarilla la paseaba por los alrededores del jardín.
En el pétalo amarillo de la rosa que el viento deshojó cuenta la araña y el escarabajo que una hormiga se empecina en un nuevo paseo. Mientras que el aire no llega, enfilada va hacia el hormiguero llevando a cuestas un pedazo de hoja verde.