Oculta tras sus lentes oscuros, la cineasta Ximena Cuevas aún contiene el llanto cuando recuerda a su amigo, el escritor, compositor y artista experimental Ricardo Nicolayevsky, fallecido hace un año. Convencida de la capacidad catártica del arte, se decidió por realizar la muestra “Travesía hacia la noche. Una película expandida”, que se inaugura este sábado en el Museo Universitario del Chopo.
Se trata de una colaboración post mortem entre Cuevas y Nicolayevsky, que combina la museografía y el cine a partir de videos, música y fotografías, la mayoría inéditas, que ofrecen vistazos de las propuestas estéticas de ambos creadores, así como su testimonio personal de cómo fue que ellos y sus amigos vivieron la década de 1980 en México.
“Más allá de mi historia personal, Ricardo es el artista más genuino que he conocido. Todos los días de su vida, a la par de comer y hacer las cosas cotidianas, todo lo que tocaba lo convertía en arte. En esta colaboración lo hice el personaje principal, una suerte de homenaje y apropiación mutua de nuestros trabajos”, comenta Ximena Cuevas a El Sol de México previo a la inauguración de esta muestra, en la que exhibe por primera vez su trabajo fotográfico.
“Sé que puedo sonar como una verdadera loca, pero no me importa porque yo no quiero vivir la vida sin magia y tampoco Ricardito, que era un alquimista maravilloso. Cuando estaba ideando esto, tomé como oráculo su libro de aforismos ‘El mamotreto’, puse mis manos sobre él y abrí el tomo de mil 300 páginas y me salió ‘Los muertos miran sin respirar’”, relata la cineasta que asegura que la frase le volvió a aparecer en otro libro de Nicolayevsky.
Sobre sus fotos, Cuevas explica, mientras camina por el oscuro laberinto de la muestra, que se trata de una serie de capturas que realizó con su cámara Cannon 35 milímetros durante una fiesta en Hip 70, cuando ella apenas tenía 17 años. Ahí fue que se reencontró Nicolyvesky, a quien ya conocía de niño, pero al que perdió la pista cuando ella se fue a estudiar a París. Un lugar que, afirma, con una sonrisa, marcó su vida y la de su generación.
“Cuando hablamos de los 80 hablamos de un México represor, con un solo partido y una sola televisora. Era un país tremendamente homofóbico, misógino, cerrado y moralista, por lo que cualquier ser que fuera diferente podía ser atacado. Es por eso que Hip 70 fue como un oasis de la diferencia tremendamente seductor”, rememora.
E l diseño de la exposición no es convencional, pues, usando las teorías de la imagen del muralista David Alfaro Siqueiros, buscó dar la sensación de movimiento, como si el recorrido fuera la película de aquella noche, cuyo guipn cinematográfico sí escribió.
En esta secuencia de imágenes, explica Cuevas sin poder contener la emoción, también se integran retratos y autorretratos de Nicolayevsky, que a su vez refieren varios elementos que marcaron el espíritu de los 80, pero sin que esto signifique un retrato de época: “Vivir a toda velocidad”, “El riesgo” y “El miedo de morir de SIDA”. Además de estas fotos, Cuevas afirma que la última sección está dedicada a un perfil íntimo de Nicolayevsky, ya que muestra una serie de fotografías Polaroid hechas por el mismo artista, las cuales ella encontró en una caja de zapatos.
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“En su obra había parte del expresionismo alemán y del surrealismo, del que le interesó el automatismo, la inmediatez y el azar. A Ricardo le gustaba trabajar así, con los formatos pequeños, nada de óleos, lo más espontáneo y auténtico, como estas fotografías (en las que se puede ver a Nicolayevsky improvisando piezas artísticas o simplemente existiendo con sus amigos o su pareja)”, finaliza Cuevas, quien recuerda una vez más cómo “su alma gemela”, hacía arte de toda su experiencia de vida.