Xalapa, Ver.- Eduardo Carreto de la Fuente era de esos chiquillos que no podía ver una cascarita de futbol en la calle porque dejaba todo lo que estaba haciendo para ponerse sus tenis e ir a disfrutar con sus amigos de infancia esos momentos.
Fue en 1980 cuando Lalo Carreto a sus 9 años de edad acudía a la explanada del Puente de Xallitic, cerca de su casa de la calle Francisco I. Madero para jugar con sus cuates el deporte que con el correr de los años lo encumbraría como uno de los artilleros más temidos de la época.
Tenía todos los juguetes que pudieran imaginar y salía de mi casa en patines o con mi bicicleta, pero al llegar a la explanada veía que estaban jugando futbol y me regresaba para dejar todo y unirme a ellos
Eduardo Carreto de la Fuente era de esos delanteros que cada vez que entraba al área hacía temblar a las defensivas rivales. Su olfato y su instinto de depredador del gol no eran comunes para los delanteros de su época, de hecho, pocos son los artilleros en la ciudad a los que se les puede etiquetar como auténticos cracks.
Lalo pudo jugar fácilmente en cualquier división de futbol profesional. Tenía ese don que pocos poseen, el tan sonado talento, virtud que lo hizo destacar desde niño con los equipos que jugó.
Antes no había los promotores que hoy hay, no había difusión ni visorias, pero también creo que no fue mi momento. Mi encomienda era sacar mi carrera, tener una profesión, ser alguien en la vida como lo querían mis padres, y aunque nunca fue imposición de ellos lo conseguí, dándoles una satisfacción, sobre todo a mi madre que presenció en vida mi graduación de la facultad de Arquitectura
Sus títulos son muchos, diríamos incontables, y los goles ni se diga, incluso su estadística y récord personal vivía y moría en cada gol, en cada festejo. “¿Goles? No me quiero ver exagerado, pero le llegué a los dos mil, si tan sólo en un torneo de futbolito en la Arena Xalapa hice 149”, agregó el otrora matón del área.
Pero el retiro le llegó pronto, a los 33 años cuando muchos a esa edad están en plenitud. “Me retiré joven… fueron malas decisiones… la verdad me arrepiento y quisiera volver a jugar, a sentir esa adrenalina especial que sólo el balompié me dio”.
Sin embargo, Lalo reconoce que está difícil. “Me gustaría volver, pero es por lo mismo, ya que por cosas que pasan en la vida heredé una enfermedad y tengo limitaciones, necesitaría meterme de lleno a una rehabilitación porque perdí la potencia de mis piernas y ese era mi fuerte”.
También anhela volver a reunirse con todos aquellos que defienden los colores de un equipo. “Porque siempre lo he dicho, la alegría más grande que me dio este deporte fue tener amigos y el reconocimiento de esa gente que al verte en la calle te salude”.
Pero regresa a la realidad y voltea a su alrededor. La obra que apenas empieza en una casa de un céntrico barrio de la ciudad necesita de su atención porque es de esa profesión con la que se sostiene para el comer del día a día.
Por el momento para el Carro quedaron atrás el futbol, los goles, los tacos, el balón, los campeonatos y los trofeos, los azares del destino lo encaminaron a vivir en un mundo de arena, ladrillos, grava, cemento, varillas y cal, dejando de ser aquel delantero letal para convertirse hoy en el arquitecto… sí, el arquitecto de su propio destino.