Desde la media cancha Roberto Blanco Carrillo tomó el balón y enfiló hacia la portería, se quitó a un rival, a dos, a tres, a cuatro, dejando tendidos a todos en el camino hasta llegar a la portería, pero en vez de meter el gol y ya con el arquero vencido se detuvo, sin embargo, el árbitro, de esa ocasión Juan de la Cruz Ojeda le gritó “!tírale, tírale!, pero al hacerlo, el “Cacala“ envió fuera el balón.
No pasaron ni dos segundos de esa inusual acción, cuando un enojadísimo cancerbero se le fue encima al famoso “Pelos” para reclamarle por qué le gritó al jugador que tirara a gol. La respuesta del de “negro” fue sencilla: “!es que me emocioné!”.
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“No recuerdo los nombres de los equipos, pero estaba bueno el partido. Me acuerdo que el “Cacala” traía un cartel envidiable, profesional, me parece que después de jugar en los Estados Unidos. Era un verdadero crack que al hacer esa jugada me dio tiempo de correr hacia atrás y sembrando a todos, hasta al portero, pero en vez de disparar se paró en la línea de meta, por lo que me desesperó y le grité “¡Tírale, tírale”. Al “Cacala” le dio risa, pero el portero se me fue encima y casi me quería golpear, pero que le digo: “compadre, lo que sea de cada quien fue una jugada fenomenal y la mera verdad me emocioné”, recordó.
Una anécdota extraña a sabiendas que se supone, los árbitros son neutrales, imparciales, que cuando entran al terreno de juego no llevan puesto ningún color, pero fue tanta la emoción que lo invadió que no pudo evitarlo.
Regresando el “casete” y a más de 40 años, el “Pelos” de la Cruz, un ícono del arbitraje local, nos llevó a ese tiempo cuando el futbol xalapeño vivía su época de oro, en aquellos ayeres cuando los encuentros entre barrios eran a muerte, cuando se jugaba con honestidad y caballerosidad, cuando ese deporte contaba con los mejores planteles que han existido históricamente en nuestra ciudad.
El nazareno nacido el 9 de julio de 1958 se ha convertido en un ícono viviente del arbitraje, pero por su sencillez y humildad no lo dice, no lo presume ni lo alardea. “Yo se lo dejo a la gente que me conoce; simplemente me defino como un árbitro que nunca traté de hacer mal a nadie ni de afectar a los equipos, aunque sé que me he equivocado, incluso hubo ocasiones que silbé mal, pero jamás incliné la balanza sobre tal o cual escuadra a pesar que algunos delegados me ofrecían dinero, viajes y hasta mujeres”, expresó.
De la Cruz Ojeda señaló que se hizo árbitro porque vio injustamente que en un campeonato local un árbitro les robó el título beneficiando al rival. “Precisamente tomé este oficio porque un árbitro me robó una final y muy enojado le dije ´te voy a demostrar cómo se silba un partido 'y el hombre me invitó al Colegio de Árbitros que dirigía don Silvino Solano. Le tomé la palabra, pero como era novato me mandaban a sancionar encuentros a las cuatro de la tarde en La Joya o en el Lencero, pero nunca me rajé”.
A partir de ese día nació una leyenda cuya característica fue cuidar al jugador habilidoso. “Siempre me gustó el buen futbol, el del dribling y la gambeta, por lo que regularmente tenía discusiones con los jugadores mala leche, de hecho, en ocasiones expulsé a varios de ellos y a alguno le saqué la tarjeta roja y los acompañaba con un ´órale, a chin´... a su m...´por fortuna nadie se volteó sino hasta me hubiera golpeado”, dijo.
Sobre este tema comentó que en ocasiones llegó a los golpes con algunos futbolistas. “Una ocasión un jugador del Colfraima golpeó a mi compañero Efraín Ostoa y que me agarro con él y sus hermanos, pero pudieron conmigo”, recordó.
No se lamenta no haber probado las mieles del profesionalismo, aunque tenía todo para lograrlo. “No porque había muchos problemas con el gremio; había envidias, favoritismos y compadrazgos que iban contra mis ideales”, mencionó.
El hombre agarró mayor fortaleza cuando en el torneo del Ferrocarrilero le ponían a arbitrar los partidos difíciles en los que aparecían Dique, Colfraima, Tepic, Coapexpan, y Flamengo, escuadras que tenían en sus filas guerreros que no se tentaban el corazón para desatar alguna bronca. “Jamás les rehuí a esos partidos, pero fueron tontos porque creían que me estaban dañando, no sabían que con esto me fortalecieron”.
Con agrado recuerda a dos de sus grandes discípulos José Luis Villanueva y Moisés Castilla”. “Me gustaba verlos silbar, porque a pesar de ser chavos se les veía hechuras de gente grande, con presencia, pero eso sí, nunca los dejé solos”.
Hoy Juan de la Cruz Ojeda está retirado de los campos. Su ausencia es notoria. Dejó un gran vacío en un arbitraje xalapeño que, a pesar de contar con buenos exponentes, nunca llegaron al nivel del “hombre de negro”, de ese que jamás fue intimidado por alguien, ganándose a ley el reconocimiento y sobre todo el respeto de quienes tuvieron la dicha, la fortuna y el privilegio de tenerlo como central.