El primer adalid de los Juegos Olímpicos de México 1968 fue Juan Máximo Martínez, atleta solitario que no pudo frenar la embestida africana en los 5 000 y 10 000 metros planos. A casi 50 años de distancia, abrió las puertas de su hogar y volvió a transpirar aquellos días de sublime gloria.
Sin embargo, a nuestro héroe deportivo el cáncer le ha dañado los riñones, pero no su entereza en el camino que le ha tocado vivir, desde que dejó su pueblo San Juan de las Manzanas, en Ixtlahuaca, Estado de México, sin padres, ni el hermano mayor que falleció, pero sí tuvo que cuidar de sus dos hermanas.
“Me siento satisfecho, le doy gracias a Dios que vivo todavía y Dios me prestó la vida para llegar a esos Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamericanos y Olímpicos. Ahora, nada más me quedan puros recuerdos”, dijo con nostalgia Juanito Martínez, estrella mexicana de aquellos Juegos de la Amistad, aunque no le tocó vivir la ceremonia inaugural, porque competía al día siguiente.
El 13 de octubre, el público mexicano desde la tribuna le gritaba ¡Juanito, Juanito, Juanito tú puedes…! Los gritos le hicieron vibrar en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, en sus tres presentaciones, la final directa de los 10 000 metros planos, la eliminatoria que terminó segundo y la gran final de los 5 000 metros, datos que no reflejan el calor humano que recibió y la prestancia competitiva que lució con gallardía.
Juan Máximo aceptó que tiene la sensación de volar sobre el tartán como lo hizo en su juventud, en la época del amateurismo: “todavía tengo ganas de seguir corriendo”, manifestó Don Juan, quien vive en Santa Rosa Xochiac, un poblado en lo alto del Desierto de los Leones.
Ya no está en condiciones de seguir corriendo por las rutas que abrió para el atletismo de fondo, el cáncer le perforó el fémur de la pierna izquierda, ni tiempo le dio de tomar el bastón cuando escuchó cómo el hueso se fracturaba, mientras esperaba en el hospital para que le hicieran unos estudios de laboratorio.
Un tumor le afectó un riñón y el otro tiene solamente una función del 30%. Sigue con el tratamiento de quimioterapias.
“Ahí la llevo, todavía me voy al Desierto, le digo a mi nieto saca la camioneta y me voy a caminar un rato con mi bastón, veo los árboles. Hay tristeza. Puro recuerdo… Yo fui la batuta del atletismo mexicano de fondo”, dijo el ganador de la carrera de San Silvestre en Brasil y figura olímpica indiscutible para quienes saben valorar el resultado que logró Juanito.
Las primera planas de los diarios dieron cuenta de sus hazañas que no se han vuelto a repetir: ¡dos cuartos lugares que pudieron ser de podio, pero no contó con algún compatriota que le pudieran allanar el camino como lo hicieron los corredores africanos que lo doblegaron en la última vuelta!
El cinco de octubre de 1968, en el estadio de prácticas corrió con los africanos en un ensayo previo. Él no quería hacerlo, pero lo obligaron a participar para que no tuviera temor de sus adversarios. Ese día les sacó una vuelta a los africanos.
Pero, en la competencia, los africanos que sorprendieron al mundo estuvieron a la expectativa y en el cierre, un cambio de ritmo lo dejó atrás, sin darles alcance. El plusmarquista mundial, el australiano Ron Clark, a quien cuidaba por su enorme palmarés, no era el corredor de peligro que todo mundo esperaba.
Juan Máximo Martínez, hombre de fe inquebrantable, a quien tiene como guías espirituales al “Señor Jesús, la Virgen María y Don Charbel”, iluminan el hogar del atleta que participó en dos Juegos Olímpicos. Él tuvo como su segundo padre al señor Leobardo Montesinos Suárez, quien le regaló un terreno para que construyera su casa y lo alentó para que practicara el atletismo, así como su esposa Doña Florentina León Ambriz, quien trabajó en el área médica del CDOM en ese ciclo olímpico.