Para la real academia de la lengua española, un detalle es “un rasgo de cortesía, amabilidad, afecto” o “un pormenor, parte o fragmento de algo”.
Por ello, usamos la palabra para referirnos a una acción de atención positiva, o cuando resaltamos algo como en las expresiones: admiro los detalles de su trato, ¿notaste los detalles arquitectónicos en ese edificio?, o, ¡fue sencillo identificar a la serpiente por detalles como los patrones de color en su cuerpo!
Aprender a observar siempre ha sido el talón de Aquiles para muchos de nosotros, pero para otros tantos les ha permitido contribuir al conocimiento.
Ejemplos pueden ser los siguientes: siglos atrás un monje al observar que la forma, colores y texturas de los guisantes cambiaban, se intrigó y decidió estudiar ese hecho cuidadosamente; o el caso donde un hombre detectó elevaciones atípicas en el campo donde cultivaba naranjas y limones; o bien el hecho más reciente, nuestro vecino se percató que han aparecido lunares “extraños” en varias partes de su cuerpo.
Resultados de la apreciación de estos detalles fueron los siguientes: Mendel, el monje que estudió a los guisantes, fue reconocido como padre del estudio de los mecanismos de la herencia genética; el hombre de campo de nombre César Cabrera descubrió y extrajo una escultura prehispánica que hoy conocemos como “La Joven de Amajac” y que desde el pasado 23 de julio embellece el Paseo de la Reforma; y nuestro vecino, consultó con un oncólogo y salvó su vida.
En consecuencia, crecer en entornos rodeados de diversidad de estímulos visuales, sonoros, o táctiles, nos permite distinguir diferencias sutiles que favorecen el bienestar propio, o del micro y macroambiente que nos rodea.
En este contexto, ¿Qué ejemplos conoces en los que la observación de los detalles genera cosas benéficas?
*Instituto de Neuroetología, UV.