El extractivismo agroindustrial y sus consecuencias negativas en las comunidades indígenas tienen solución, así lo demuestran algunas poblaciones que ponen en acción conocimientos y saberes que les fueron transmitidos oralmente por los abuelos, como una forma de resistencia, destacó Verónica Alejandra Velázquez Guerrero, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
La investigadora dictó la conferencia “El extractivismo agroindustrial y la precarización de las comunidades y sus bosques”, en el marco del Simposio Interculturalidad y Bienes Forestales, organizado por el Instituto de Investigaciones Forestales (Inifor) de la Universidad Veracruzana (UV).
En el auditorio de su Facultad de Arquitectura se dieron cita estudiantes, investigadores, académicos y público interesado en el tema.
Velázquez Guerrero mencionó que a nivel mundial y en el país se atraviesa por una crisis socioambiental y las áreas forestales del estado de Michoacán son muestra de dicha situación, al ser deforestadas para cultivar aguacate, y recientemente plátano y bayas.
Lamentó que los activistas no han podido apoyar en la defensa de los bosques, ya que este cambio en el uso de suelo se ha dado con la intervención de grupos del crimen organizado.
Con respecto a la precarización de la vida humana y los ecosistemas, planteó que está relacionada con la distribución geopolítica desigual, es decir, se presenta en aquellas zonas donde es aplicado un sistema neoliberal, donde existen condiciones de violencia estructural y una desigualdad histórica.
Esto provoca que algunas poblaciones estén más expuestas que otras a una violencia arbitraria.
Verónica Velázquez enfatizó que pese a los cambios territoriales y los procesos de esterilización que implica la llegada de una agroexportación, este panorama puede tener solución por medio de los conocimientos y saberes transmitidos oralmente por los abuelos de las comunidades indígenas, que han ayudado a mantener una apropiación del territorio y una buena práctica sobre él.
En la meseta purépecha han identificado tres formas de producción entre las poblaciones indígenas: aquellas zonas que son aguacateras desde la década de los noventa; donde el cultivo del maíz ha transformado sus bosques en huertas, y las que resisten y mantienen su sistema silvícola maicero.
“También están los pueblos que han abandonado sus tierras de cultivo, quedándose prácticamente vacíos porque mujeres, hombres e incluso los niños –a partir de los ocho u 11 años– salen a trabajar a los plantíos de bayas; esta situación ha transformado su sistema social, cultural, alimentario y de gobernanza".
¿Cómo puede defenderse la territorialidad? La investigadora consideró que una de las claves es no permitir que las tierras y los bosques tengan una lógica totalmente mercantil.