Entre satélites y cohetes difuntos, desintegrados y convertidos en chatarra, objetos perdidos por los astronautas en sus caminatas espaciales (cámaras, cepillos de dientes y guantes), impactos entre elementos como los misiles lanzados durante la Guerra Fría el espacio sideral es un muladar.
México también tiene sus muertos flotantes: de los ocho satélites que fueron de su propiedad, cuatro son considerados a estas alturas basura espacial: Morelos I y II, Solidaridad I y el UNAMSat – B.
Nada comparable con otros productores de basura espacial como la Unión Soviética que en la gélida guerra disparó nueve misiles anti-satélites que produjeron 448 fragmentos descubiertos en la órbita baja terrestre, mientras que Estados Unidos enviaba dos, pero aseguraba que toda la chatarra regresó a la tierra.
Posteriormente China generó la que llaman “fragmentación premeditada” en 2007 al probar un misil, mientras que el satélite occiso ruso Kossmos-2251, al chocar con el Iridium-33, produjo al menos mil objetos.
CHATARRA GALÁCTICA
Además, por allá navegan como Dios les da a entender, dice Genaro Grajeda en “Hacia el Espacio”, instrumento de difusión de la Agencia Espacial Mexicana, “objetos del tamaño de una pelota de beisbol y hasta 20 millones de partículas con un tamaño menor a un centímetro. La Agencia Espacial Europea estima que pueden existir hasta 150 millones de objetos, que podemos considerar basura espacial, en todas las altitudes de órbita de nuestro planeta”.
Pero no es todo. “El peor evento fue causado por un Delta-II que fue lanzado en 1977, su explosión ha causado 934 objetos detectados en OBT. Un estudio en el año 2001 encontró que existen más de 2,543 objetos fragmentados por 79 eventos explosivos desde 1958. Durante los últimos 10 años, la etapa Briz-m de los cohetes Protón rusos han tenido tres explosiones en órbita baja, la más reciente el 16 de octubre de 2012 donde se detectaron hasta 500 partes que se desprendieron por la explosión de un tanque con 2.5 toneladas de combustible”, precisa.
Y, evidentemente, la Órbita BajaTerrestre (OBT), el espacio que se encuentra desde los 100 kilómetros y hasta los dos mil sobre la superficie del planeta, es el área más afectada.
María Cristina Rosas advierte: “Uno de los riesgos más graves que plantea la basura espacial es que, debido a la velocidad con que transitan los residuos, pueden colisionar con satélites operativos, e, inclusive, con la Estación Espacial Internacional (EEI). En 1990, cuando nadie hablaba del tema, un pequeño trozo de pintura flotante se estrelló contra la ventana principal del transbordador espacial Challenger creando un agujero de un milímetro que, aunque fue reparado, requirió de toda la pericia e ingenio posibles de los astronautas, en condiciones de ingravidez, distintas, por completo, a las que prevalecen en la Tierra. El problema, sin embargo, ha crecido con el tiempo…”.
Pero, además: “…la basura espacial es también un problema en la Tierra, dado que los objetos pueden entrar a la atmósfera terrestre y colisionar con lugares habitados o infraestructura.
Narra: “En 2007, por ejemplo, un vuelo de la aerolínea chilena Lan que viajaba entre Santiago y Nueva Zelanda con 270 pasajeros, reportó haber visto un fragmento de basura espacial que habría pasado a unos ocho kilómetros de la aeronave. En la frontera entre Rusia y Kazajistán pueden encontrarse varios pedazos de chatarra galáctica. Los habitantes de la zona incluso temen que contengan alguna sustancia que esté dañando su salud”.
Aseguran las instituciones del mundo dedicadas al asunto, que pudiera haber hasta 500 mil trozos de basura espacial de entre uno y 10 centímetros, los cuales son muy difíciles de rastrear.
También los cálculos mencionan que el número de esquirlas de menos de un centímetro puede ser sumar varios millones.
En total, se estima que “todos los fragmentos juntos suman más de seis mil toneladas de chatarra”.
MEDIO HOSTIL
De acuerdo a Roberto Conte Galván, en “Hacia el Espacio”, de la Agencia Mexicana: “Aunque se considera que el espacio exterior es infinitamente vasto, y que en su mayor parte está vacío, la realidad es que es un medio sumamente hostil para cualquier objeto que se encuentre en la periferia de partículas de alta energía o en el camino de objetos materiales con altas velocidades”.
Puntualiza que los mayores problemas que se presentan en el medio ambiente espacial que se encuentran en las órbitas bajas (entre 400 y 2,000 km de altura) suele estar en dos áreas principales:
“1) el roce de los satélites con las capas superiores de la atmósfera, causando la pérdida de velocidad centrífuga y, por consiguiente, de la altura orbital del satélite, causando variaciones en el paso orbital de los satélites; y 2) posibles colisiones con otros satélites a órbitas similares, que cada vez más aglutinados cerca de la Tierra, y donde mayormente crece la cantidad de objetos que conforman lo que se denomina Basura espacial. Éstos pueden ser desde más de 15 mil objetos entre uno y 20 cm que son partes de cohetes y satélites, hasta cientos de objetos de más de 100 kg, que orbitan la Tierra a muy alta velocidad. Las órbitas LEO son muy populares para múltiples aplicaciones, incluyendo a países, empresas e instituciones nuevas participantes en las ciencias y tecnología espacial, lo que está saturando las LEO rápidamente, aumentando el riesgo de colisiones”.
SISTEMA DE LIMPIEZA ESPACIAL
Actualmente en muchos de los observatorios del mundo hay “cazadores de basura espacial”. Los científicos pues no están de brazos cruzados ante la problemática. No, resulta alentador que en 2019 se pretenda lanzar el primer sistema de limpieza espacial.
Hay más. En los diversos países se trabaja en la materia. Por ejemplo, asegura Rosas que, en el Reino Unido, “…un grupo de científicos está trabajando en el diseño de una suerte de “arpón” espacial que podría capturar diversos desechos en el espacio, mismos que serían transportados a la atmósfera terrestre en donde se desintegrarían. Otras propuestas incluyen láseres que desde la Tierra que apuntarían a los objetos en el espacio exterior, no para destruirlos sino para retardar su trayectoria”.
México también coloca su granito de arena. De acuerdo a la Agencia Informativa Conacyt, el científico Alvar Sáenz-Otero, director del Laboratorio de Sistemas Espaciales, del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en Boston, dice que se debe de reciclar la basura espacial. Actualmente abunda y por ello su proyecto sigue siendo una estación espacial para realizar acoplamientos, atrapar la basura, recolectarla y hacer algo con ella. La manera para lograrlo es el acoplamiento.
Otros mexicanos también laboran en ese rubro. Por ejemplo, Saúl Santillán Guerrero ha dicho en Universia, que investigadores del Centro de Alta Tecnología (CAT) de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, campus Juriquilla, Querétaro, conjuntamente con los de otras instituciones mexicanas, desarrollan trabajos en la detección de partículas espaciales y modelos matemáticos de generación de desechos.
A principios de este año, la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), en colaboración con el Instituto Keldish de la Academia de Ciencias Rusa, inauguró en la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, el Observatorio Internacional de Monitoreo de Basura Espacial (ISON).
El mismo forma parte de 18 observatorios en el mundo, todos coordinados para buscar y reencontrar satélites fallecidos o enfermos, determinar la órbita, para ver si está en ruta de colisión y en caso positivo dar aviso para evitarla.
Por cierto, en el satélite visitado por el hombre, la luna, también hay basura. La BBC Mundo al entrevistar a Bill Barry, principal historiador de la NASA dice que, entre otros, los hallazgos son: “Una pluma de halcón, varios vehículos en desuso, dos pelotas de golf, bolsas con orina y retratos familiares de esos en los que los padres lucen sonrientes junto a un par de niños perfectamente peinados y vestidos de domingo…” La foto es del astronauta Charlie Duke (de la Apolo 16) su esposa Dotty y sus hijos Charles y Tom.