En las comunidades indígenas, las abuelas y abuelos son los encargados de transmitir el amor y el valor de la medicina tradicional a sus hijos y nietos para que este saber no se pierda.
Monserrat Valencia Santiago, originaria de la localidad Cerro del Carbón en Papantla, explica a sus 35 años, que además de ser médica tradicional, da masajes y limpias desde hace 15, todo por el “don de nacimiento”, pero además por sus abuelos que eran curanderos.
Te puede interesar: Ira y hostilidad provocan presión alta... y luego afecciones cardiacas
Aunque sólo estudió hasta la preparatoria, Monse ha estudiado reflexología, masaje tailandés y corporal para que lo heredado por sus ancestros no se pierda.
¿Desde hace cuándo Monserrat da apoyo a las personas?
“Yo soy médico tradicional, doy masajes y limpias. Me dedico a esto desde hace como 15 años y lo aprendí por el don de nacimiento y también por mis abuelitos que eran curanderos y médicos tradicionales también”.
Aunque ya no siguió sus estudios porque se casó y se convirtió en madre de dos pequeñas, siguió preparándose para seguir ejerciendo la medicina tradicional que es muy demandada por la población.
“A la gente le gusta, por eso nos busca y lo que hacemos nosotros es curarlos para que ellos estén bien. Nosotros utilizamos las hierbas como la albahaca, la ruda, flor de muerto para las limpias y también el aceite de ruda y de pimienta para sobar”.
Aunque la población busca ambas cosas, las limpias las piden, dijo, para poder quitarse las malas vibras o malas energías e incluso por dolores de cabeza constantes.
“Y las hierbas con el aguardiente hacen que se sientan mejor, nos buscan hombres y mujeres y también de todas las edades”.
Las hijas de Monserrat que están estudiando también están aprendiendo de la medicina tradicional por lo que es una práctica que seguirá pasando de generación en generación.
Pero no solo eso, las pequeñas de Monse que van a la primaria, también están aprendiendo la lengua totonaca, porque es otra herencia que no quieren perder.
Vuelve a leer: La leyenda de la monja de Xalapa: un tesoro que le costó la vida
“A mí sí me gusta mi lengua, pero siento que se está perdiendo y por eso lo que nosotros hacemos con nuestros hijos es hablarlo para que no se pierda, para que en un futuro ellos sepan cómo se llaman los animales o las plantas que nosotros ocupamos, porque todo tiene nombre en totonaco y yo siento que es muy importante seguir haciendo esto”, añadió.