Portar el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) no debería ser una sentencia de muerte, lo que más afecta a las personas que lo contraen son el rechazo social y el aislamiento, afirmó Francisco Javier Rosas Santiago, investigador del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP) de la Universidad Veracruzana (UV).
El psicólogo dictó la conferencia “¿El VIH duele?”, como parte de la Semana de Concientización sobre el VIH organizada por la Asociación Nacional de Promotores y Educadores para la Salud, el Instituto Nacional de Salud Pública y el IIP. “Aún hay una enorme cantidad de conceptos erróneos, lo que apuntala el estigma”, comentó Rosas Santiago, “pero la mayor desgracia son los efectos de orden psicosocial”.
El daño se consideraba bajo control pero ha regresado para cobrar más víctimas, lo más complejo para las personas radica en el desconocimiento de los mecanismos de transmisión y las formas en que se puede prevenir. “El tratamiento sigue siendo complicado, lejos del alcance de muchas comunidades indígenas y de lugares de pobreza extrema”.
Los temores previos y actuales
En sus primeros años –en la década de 1980– se consideraba un mal exclusivo de los homosexuales, con el pánico por la ausencia de tratamientos. “Los preceptos morales atribuían la epidemia a la respuesta de la divinidad ante el comportamiento sexualmente desorganizado, lo que promovió la prevención y correcto empleo de preservativo”.
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En la actualidad cada vez menos gente se realiza la prueba de detección, hay resistencia al uso del preservativo por temor a levantar sospechas, a lo que se suman los prejuicios entre heterosexuales al exigir el uso condón porque suponen que quizá se contagió ella o él y trata de proteger a su pareja.
El miedo al estigma y la discriminación también desalienta y quienes portan el virus se resisten a revelar su condición por miedo al rechazo.
Ni estructura médica ni investigación
Otro problema es la estructura médica y la falta de personal en los centros en que se brinda el tratamiento antirretroviral. “Existen lugares donde un sólo químico toma más de 200 muestras en una mañana”, en el contexto de una excesiva y temible sobrecarga de trabajo.
Remarcó la falta de investigación acerca de cómo viven las personas portadoras, cómo influye en sus relaciones sociales, su vulnerabilidad ante la discriminación y las violaciones a sus derechos humanos.
“Duele que no se hable del tema ni se destinen recursos para prevenir oportunamente su transmisión. Nadie debería morir por VIH; lo que mata es el miedo a hacerse la prueba, el temor al rechazo. No debería ser una maldición vivir con el virus, las condiciones de salud no deberían asociarse con la moral o el valor de cada persona. Mata por el estigma psicosocial que provoca.”