Son varias las historias y curiosidades que rodean la vida del popular físico Albert Einstein, como que tenía una afición anormal por los trajes grises o tenía un gran talento para tocar el violín, pero una que llama la atención es la anécdota sobre las sandalias femeninas que usó en una playa.
El origen de esta historia comienza en el verano de 1938, cuando el padre de la Teoría de la Relatividad buscaba disfrutar sus vacaciones en Rhode Island para alejarse del estrés, sin embargo se le olvidó empacar sus sandalias para el viaje, así que visitó la tienda de Dave Rothman.
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La visita al local la hizo por recomendación de su hija. Tras llegar, se dirigió al propietario y solicitó con su acento alemán unas "sundials" (relojes de sol).
Confundido, el dueño del establecimiento llevó al físico a mostrarle el único reloj de sol que tenía. Einstein se sintió muy apenado y dijo una vez más que buscaba “sandals” (sandalias).
Sin embargo, Dave le respondió que la temporada de verano había agotado todas las sandalias, solo quedaba un par femenino con tacones bajos, así que logró venderle ese par, pero la realidad es que Einstein lo hizo porque estaba muy apenado con la confusión.
“Mi abuelo era una persona muy cálida. Con el tiempo nos contó que en aquella ocasión, Albert se sintió apenado pero a la vez tan cómodo con la amabilidad de Dave, que decidió comprar el único par disponible, aunque fuese calzado para una dama”, relató Joan Rothman en el libro My Grand Father and Albert Einsten.
La historia quedó inmortalizada en un par de fotografías que se tomó Albert Einstein con su nuevo amigo Dave, como muestra de agradecimiento. El abuelo, por su parte, le dijo a Einstein que le enviaría, una vez al año, un par de sandalias que fuesen más “de su estilo”, promesa que cumplió hasta la muerte del físico en 1955.
Actualmente la familia Rothman ya no vende sandalias, ahora poseen un comercio de guitarras.
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Esta anécdota, entre otras, es una de las favoritas de la familia y que fue revelad en el libro escrito por Joan Rothman Brill, nieto de Dave Rothman.
Texto publicado originalmente en El Sol de Hermosillo