Madrid, 1983. Cuatro muchachos vestidos con chamarras de cuero negro tienen un sueño: ser los próximos Sex Pistols. Entre los amigos de su colegio se hacen llamar los Hombres G. Están en pañales, igual que la democracia de su país.
Sólo hay algo que no encaja. Su rebeldía no va más allá de emborracharse o matar cucarachas. No son como los punks ingleses que quieren incendiar ciudades. Es difícil sublevarse en el Santa Cristina Chamartín, una de las preparatorias más elitistas y católicas de España, donde la mayor insurgencia consiste en romper los cristales de una calle que ostenta el nombre del papa que hizo las paces con los nazis.
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David Summers y Javier Molina son los líderes de esta banda que apenas tiene idea de cómo tocar un par de acordes. Niños bien que sólo quieren ser los nuevos “Juanitos podridos”. En España, la música de Johnny Rotten es el antibiótico contra la mojigatería. Inglaterra está lejos en avión, pero cerca en tocadiscos.
No tenía mucho que David había visto en el cine The great rock 'n' roll swindle, el falso documental de los Sex Pistols que le seguía abriendo mundos enteros a los jóvenes europeos que anhelaban escapar de la resaca que habían dejado las guerras y las dictaduras. El sueño de llegar a ser rockstar era caro: pocos tenían las posibilidades —técnicas y económicas— de tocar como Led Zeppelin, Yes o Pink Floyd. Pero el punk y sus sencillas quintas de guitarra hacían que el sueño fuera palpable. Y así lo fue para los Hombres G: los niños pijos que sólo querían ser los Sex Pistols y acabaron siendo una de las bandas de pop en español más famosas del mundo.
Todas estas historias se cuentan en Nunca hemos sido los guapos del barrio (Plaza & Janés, 2020), la primera biografía autorizada sobre esta agrupación madrileña que ha vendido más de 20 millones de discos. Un libro fundamental para entender por qué Hombres G es esa banda que igual se escucha en las reuniones familiares que en las noches de antro.
“Los Hombres G son generadores profesionales de buena onda. Sus canciones generan una energía positiva tan grande que acabaron por formar parte del acervo musical de muchas generaciones. Y si a eso le agregamos que es una banda donde la amistad se antepuso ante todo, incluso ante los intereses comerciales, podemos entender por qué son un grupo que lleva casi 40 años de trayectoria”, dice en entrevista con El Sol de México el periodista y escritor español Javier León Herrera, autor de Nunca hemos sido los guapos del barrio (Plaza & Janés, 2020).
Aunque la sombra de Francisco Franco tardó en esfumarse de los hogares españoles, ayudó mucho que grupos punk o new wave como Parálisis Permanente, Alaska y Dinarama, Mecano, Aviador Dro, Los Toreros Muertos o Nacha Pop comenzaran a hablar en sus discos de temas que habían sido prohibidos durante la dictadura franquista, como la homosexualidad, la liberación sexual, las drogas o cualquier otro asunto que levantara las cejas de los más conservadores.
Sin embargo, reconoce León Herrera, las letras de Hombres G nunca se enmarcaron dentro de esa ideología libertaria. “Ellos mismos admiten que no se sintieron parte de la ‘movida’”, señala. “Su encanto era la sencillez con la que componían canciones que conectaran con todo el público. Nunca fueron artistas de extravagancia: eran normales, cotidianos, tal y como los describe el título del libro: nunca fueron los guapos del barrio”, agrega.
En cuanto apareció en la radio, Devuélveme a mi chica se convirtió en la canción más tarareda de España. Meses después, también de Latinoamérica. Incluso se desató una rivalidad entre el Santa Cristina Chamartín y el Cumbres —dos de los colegios privados más exclusivos de Madrid— por ver de qué escuela había sido el “niño pijo de jersey amarillo” que inspiró a los Hombres G.
Que hayan surgido en un ambiente relativamente privilegiado no quiere decir que no hayan sido un grupo incómodo en España, donde fueron vetados en la televisión por decir aquello de “Sufre mamón”. Nunca imaginaron que el país que los recibiría sin censura sería México.
“En los 80, cuando los Hombres G estaban en su apogeo, Raúl Velasco los invitó a tocar en Siempre en domingo, aun sabiendo que en España estaban vetados. Fue en México donde la gente se dio cuenta que eran cuatro chavos normales y corrientes cantando sus canciones. Además, lo cuento en el libro, México fue fundamental para que los Hombres G se reencontraran”, concluye León Herrera.