Este año el tenor Javier Camarena, una de las voces más prodigiosas y reconocidas del mundo de la ópera en nuestro siglo, cumplirá su sueño de conocer Japón y lo hará cantando junto a la Royal Opera House de Londres; un sueño que, por azares del destino, tendrá que guardar en su memoria como un regalo de aniversario porque coincide con el recuerdo de otra meta alcanzada hace dos décadas: su debut en el Palacio de Bellas Artes en 2004.
Con pesar, admite que también le habría gustado cantar en México, pero es consciente de que tendrá que esperar hasta el próximo año, cuando planea presentarse en el país que lo vio nacer: “Ahora nos tocará celebrar con sushi, ramen y sake; yo espero que el próximo año sea con mole, pozole, tequila y mezcal”, dice frente a su computadora, con esa sonrisa tan suya, tan amable y jovial, mientras el reloj de la Torre del Big Ben da las nueve de la noche sobre las calles londinenses y él atiende la entrevista virtual con El Sol de México.
¿Pero cómo es que se cumplen este tipo de sueños? En su caso, por un impredecible entramado de suerte, voluntad y pertinente instrucción.
“El canto me ha dado todo, me ha permitido conocer el mundo y darle a mi familia una vida digna. Ha sido la mano que me abrió las puertas de los corazones de tanta gente y que me ha dejado conocer a personas maravillosas. Es por eso que creo que hacer lo que realmente yo quería, ha sido la decisión más importante de mi vida”.
UN MÚSICO EN FAMILIA DE INGENIEROS
Sorprende que su historia comenzara simplemente con escuchar los discos de su familia, sin ningún afán más que el de gozar y pasar el tiempo, desde Jorge Negrete y Kiss, hasta Miguel Bosé, Chico Ché y la Sonora Santanera. Un lugar donde también existía su propio universo musical: “Cri-Cri”, “Chabelo” y “El Duende Bubulín”. “Lo primero que hacía cada día era poner mis discos, aunque yo estuviera haciendo otra cosa, siempre algo tenía que estar sonando”, recuerda.
Esto apenas sería el primer paso de lo que vendría después, su deseo de ser el mejor músico de su ciudad, Xalapa, en Veracruz, como parte del coro de una iglesia, donde poco a poco comenzó a formar una banda y a adquirir bases de solfeo, así como las habilidades para tocar guitarra, bajo, y sobre todo teclado.
“Yo lo que quería en un inicio era ser un mejor ejecutante, estudiar piano y guitarra, porque, según en mi cabeza, con ello yo iba a poder componer mejores cosas para la iglesia, porque lo que yo realmente quería era ser compositor”.
Así fue de los 12 hasta los 19 años, vivió pensando que eso era suficiente para alimentar su interés musical, el cual cada vez se veía más lejano, porque parecía que su destino se perfilaba para que él terminara como su papá y sus abuelos, hombres dedicados a las instalaciones eléctricas, dentro de proyectos de gran envergadura en Veracruz.
“Hay algo que yo no soporto y son los choques eléctricos, así que desde ahí se veía que no podía dedicarme a ello, pero desde la secundaria, se veía que no me quedaría de otra cuando, sin que fuera mi primera opción me dieron el taller de electricidad. Luego, como yo tenía la visión del campo laboral muy reducida, comencé a estudiar la licenciatura de Ingeniería Eléctrica, de la cual sólo logré pasar del primer semestre”.
De pronto tomó aquella decisión, un tanto dramática y azarosa, pues él en realidad quería estudiar, piano, pero ya era algo grande para ello.
“Un buen día me salí y, sin decirle a mis padres, me puse a estudiar para el examen de admisión en música en la Universidad Veracruzana, y, para mi sorpresa, sí me quedé, aunque no tenía ni la menor idea de lo que significaba el canto”, lo que en un principio generó la preocupación de su madre, quien una vez le dijo que terminaría “barriendo la calle”.
“Yo le dije que había una gran posibilidad de que así fuera, pero que, si era así, lo haría siendo feliz”, cuenta el músico quien afirma que esa decisión cambió su vida. “Jamás había sido un estudiante que se considerara modelo. Fue sólo hasta que comencé a estudiar música que supe lo que eran los cuadros de honor. Todo lo que tuviera que ver con aprendizaje ya tenía una razón de ser”.
LA ÉTICA Y EL ARROJO
Fue de este modo en que Javier Camarena, con 19 años de edad, comenzó a estudiar su tercer idioma, el italiano, así como tres clases más: canto, solfeo y apreciación musical. En la segunda, relata con un gesto de gran agradecimiento, fue que conoció a su maestra, la cantante de música barroca Cecilia Perfecto, quien dejó una huella indeleble en su mente y su corazón.
“Sé que ella hizo su mejor trabajo conmigo en cuanto a su conocimiento técnico, pero, además de eso, las enseñanzas más grandes que obtuve de ella fueron de ética profesional y de entender de lo que se trata la carrera del canto. Lo primerito que me dijo fue ‘debes estar consciente que esto es de resistencia y no de velocidad. Aquí se necesita un trabajo constante, de mucha disciplina. Tal vez ahora no lo veas, pero después notarás los resultados de lo que hagas desde hoy’.
“Ella también me enseñó que no existe quien tenga la última verdad de cómo se tiene que cantar y que es uno el que tiene que aprender cuál es manera de cantarlo”, relata Camarena, quien se pierde por unos instantes en aquellas aulas de la Facultad de Música, donde Cecilia Perfecto, un día le dijo que tenía que seguir su camino en otra parte, pues sabía que él aún tenía mucho que crecer, pero era hasta ahí donde ella lo podía llevar.
Y entonces fue que continuó sus estudios en la Universidad de Guanajuato, donde, en la Escuela de Música conoció a otros dos importantes personajes, el lírico-barítono cubano Hugo Barreiro y la reconocida Eugenia Sutti: “De Barreiro aprendí el ‘aviéntate, éntrale, no le tengas miedo al escenario’. Obviamente también aprendí muchas cosas con respecto al canto y la técnica, pero en el arrojo, fue Barreiro quien me dio el empujón necesario.
“Con la maestra Sutti, creo que encontré la instrucción definitiva, la última pulida de mi canto, que terminó por hacerme entender cómo era esto. En ese momento fue que evolucionó totalmente mi forma de cantar, que más adelante me permitiría cosechar reconocimiento y triunfos a lo largo de mi carrera”, relata el artista, seguido de un cálido silencio, antes de contar dos de sus momentos de más grande realización.
BELLAS ARTES Y EL MET DE NUEVA YORK
El primero que menciona con gran alegría, es su debut en Bellas Artes, el cual logró junto a los entonces noveles cantantes Rebeca Olvera y Josué Cerón, quienes apenas ese mismo 2004 habían ganado el Concurso Nacional de Canto Carlo Morelli, destinado al apoyo de jóvenes voces mexicanas. Una presentación que no estuvo exenta de escándalo.
“La gente de la Compañía (Nacional de Ópera de Bellas Artes) pegaron el grito en el cielo porque cómo era que tres mocosos, sin nombre, sin experiencia, completamente desconocidos iban a tener la oportunidad de tocar en el recinto cultural y de ópera más importante de nuestro país. Ahora mira cómo han crecido esos chamacos.
“Fue una maravillosa locura, porque nosotros salimos sólo con las herramientas y los conocimientos que habíamos obtenido hasta ese momento, pero con toda la disposición, el ímpetu y toda la fuerza que significó un total y absoluto descubrimiento para Bellas Artes. Las funciones fueron tremendamente exitosas, tanto así que al año siguiente se repitieron funciones, cosa que no se había visto tan seguido entonces”, cuenta el tenor sobre esa presentación extraordinaria en la que cantaron “La hija del regimiento”, de Gaetano Donizetti, bajo la dirección de Enrique Patrón de Rueda.
Aquella noche fue el principio de serie de éxitos que no han parado de suceder, de los cuales recuerda con especial cariño su primera presentación en el Metropolitan Opera House de Nueva York (MET de Nueva York) en 2011, donde se dio el lujo de cancelar su primera presentación un año antes, pues tenía compromisos en México, donde ya era titular.
“Fue la experiencia más gratificante de mi vida, con un gran recibimiento por parte del público. Fue ahí donde canté por primera vez un fragmento que siempre se cortaba en ‘El barbero de Sevilla’, se omitía porque era la más difícil del tenor. Una noche increíble porque la producción era grande, el Met, hizo una pasarela que rodeaba el foso de la orquesta, donde podías caminar y sentirte realmente cerca del público. Cuando canté esa parte, el aplauso enorme, el teatro lleno, lloré, no como Magdalena, pero sí con gran emoción”.
“CONFÍA EN TU INSTINTO”
Hoy las presentaciones y los éxitos de Camarena no se pueden contar simplemente con los dedos. Tan sólo basta decir que es el primer cantante en participar en tres producciones distintas del MET de Nueva York, además de varias presentaciones en Estados Unidos y Europa. Las distinciones también son numerosas, entre ellas el Opera News Award (2020), la Medalla de Ópera de Bellas Artes, el Premio al Artista Distinguido de ISPA y la Medalla Mozart (todos en 2019).
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Sin embargo, mantiene su humildad y amabilidad con el gran número de aficionados a la ópera y cantantes tenores jóvenes que lo siguen en redes sociales, principalmente en YouTube, donde suele compartir lecciones de canto e interpretación de partituras, que graba a veces en sus días de descanso y otras entre sus tiempos libres entre ensayo y ensayo.
“Independientemente de lo que te quieras dedicar, así sea una ingeniería, ser astronauta, pintor o cantante, confía en tu instinto al perseguir tus sueños, porque todo lo que hagas por alcanzarlos será motivo de alegría para seguir luchando. Todas las pequeñas metas que logres en tu vida serán un aliciente que te ayudará a trabajar sin que sea cansado”, aconseja el tenor a los jóvenes que como él tienen grandes sueños.