Como era de esperarse, la presentación del director venezolano Gustavo Dudamel, en compañía de la Orquesta Filarmónica de los Ángeles, la noche del pasado viernes 28 de octubre, fue una excelente muestra de virtuosismo musical y grandes momentos emotivos: toda una fiesta, digna de la 50 edición del Festival Internacional Cervantino.
Una hora antes de que comenzara el concierto, la sala ya estaba casi llena y expectante a que Dudamel saliera. A las 8:30 bajaron las luces y el estruendo de palmas lo recibió cuando, con esa sonrisa tan característica, tomó su lugar en el podio.
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El recital comenzó con la pieza, Kauyumari, la cual fue comisionada por la Filarmónica de los Ángeles quien dio el encargo a la compositora mexicana Gabriela Ortiz de crear una canción que “reflexionara sobre nuestro regreso a los escenarios tras la pandemia”.
Ella pensó, inmediatamente en el “Ciervo Azul” huichol ―que es lo que significa el nombre de la pieza― el cual es un guía espiritual que se transforma en peyote después de un largo camino astral.
Él les permite a los huicholes ponerse en contacto con sus antepasados, para asumir su lugar como protectores de la naturaleza. Con este concepto detrás, tanto la orquesta como Dudamel, comunicaron ese mensaje sin cosmico.
Luego fue el turno del Fandango, pieza para orquesta y violín escrita por el igual mexicano Arturo Márquez, famoso en el mundo por su Danzón 2. Y, aunque como danza, el “fandango” es de origen español, este ha dejado una diáspora muy diversa en América Latina, especialmente en México.
La ejecución del violín estuvo a cargo de la violinista norteamericana Anne Akiko Meyers, quien entabló una conversación musical ―soberbia y bella, como lo es el origen flamenco del fandango― con la orquesta, que en cada uno de los movimientos de esta particular composición tocaron homenajes a la música mexicana: huapango, mariachi y fandanguito huasteco.
Tras concluir esta pieza, Dudamel llamó la atención de todos los presentes cuando éste levantó los brazos hacia el público y señaló hacia uno de los asientos: era el maestro Arturo Márquez, el cual fue invitado a pasar al escenario para recibir los aplausos.
Tras este emotivo momento, se interpretó íntegra La Sinfonía No. 1, del compositor austriaco, Gustav Mahler. La emoción le era muy notoria en el director, quien de pronto, en su mover esas cuerdas invisibles que dan armonía a la orquesta, hasta brincaba sobre el podio. Y es que esta pieza fue la primera que Dudamel dirigió cuando apenas tenía 16 años.
Al finalizar esa cordillera de estruendos con que concluye el último movimiento de la sinfonía. Toda la sala se puso de pie y aplaudió por más de 5 minutos; mientras el director se dio el placer de presentar a cada sección instrumental de la orquesta. Y aunque las peticiones de que el venezolano interpretara algo más no fueron cumplidas, la velada fue bastante celebrada según los murmullos de butacas y pasillos.