Rosario Tijeras, El Señor de los Cielos, Narcos, El Chapo, El Patrón del Mal… Son muchas las series que han conquistado a las audiencias, cada vez más ávidas de acercarse al fenómeno del narcotráfico desde la comodidad del sillón.
Para millones de personas, estas series son la versión entretenida de las noticias. La incautación de toneladas de mariguana es mucho menos atractiva que ver a Diego Luna dando órdenes a sus sicarios desde su mansión en la trama de Narcos: México.
Sin embargo, lejos de ser una dramatización de la realidad, las series sobre el crimen organizado no son otra cosa que la ficción de la ficción: una falacia absoluta, asegura en entrevista el periodista y escritor Oswaldo Zavala, autor del libro Una historia intelectual del narco en México (1975-2020), bajo el sello Debate.
“En la serie Narcos: México se narra cómo supuestamente el narcotráfico se convirtió en el principal problema de seguridad nacional del país. La función de esta producción es dramatizar el supuesto de que el narco es la principal amenaza de México. Sin embargo, la información documentada no refleja esa interpretación, la contradice”, afirma.
Autor de otro libro polémico, Los cárteles no existen (2018), Zavala es uno de los principales críticos del discurso oficial que han confeccionado los diferentes gobiernos de México sobre los cárteles de la droga. Él no cree en el estereotipo del crimen todopoderoso liderado por mafiosos que operan redes internacionales a la sombra de las autoridades. Esto, dice, es sólo una narrativa impulsada desde Washington para militarizar una parte de América Latina —como ya ha sucedido en México y Colombia— y mantener a flote el redituable negocio de las drogas, que al final también beneficia al Estado.
“(Este discurso sobre los capos invencibles) es algo que construye deliberadamente la política estadounidense en 1986, cuando el presidente Ronald Reagan designa que el narco debe ser entendido como la principal amenaza a la seguridad nacional, reemplazando a los comunistas (como el enemigo público del mundo), porque se ya se estaba acabando la Guerra Fría”, explica Zavala.
Las series de televisión no hacen otra cosa que exaltar y dramatizar esta “fantasía de la DEA” que convierte a México “en un país en guerra”. De ese modo, sugiere, se culpa a los cárteles de prácticamente todo: la violencia, las desapariciones, los asesinatos, las fosas clandestinas, las adicciones, la corrupción…
“Las series resultan muy problemáticas porque la gente que las ve cree que realmente está comprendiendo algo sobre el tema del narco, pero lo que en verdad hace es consumir acríticamente el discurso oficial”, sostiene.
¿Colombianización?
El argumento de que México es la nueva Colombia ha provocado que analistas de seguridad utilicen el mismo término para describir a ambos países: narcogobierno.
Entre las figuras de los capos también hay similitudes. Lo que en su momento Pablo Escobar representó en Colombia con el cártel de Medellín, Joaquín El Chapo Guzmán fue en México con el cártel de Sinaloa.
Incluso las series comenzaron a exportarse desde Bogotá. Rosario Tijeras fue un éxito rotundo en la televisión colombiana en 2010. Seis años después, TV Azteca hizo su propia adaptación con Bárbara de Regil como protagonista. Algo similar pasó con Narcos, la serie de Netflix. Primero, en 2015, se contó la historia del narcotraficante colombiano Pablo Escobar. Luego, en 2018, la del mexicano Miguel Ángel Félix Gallardo y su cártel de Guadalajara.
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“Lo que la gente en México entiende por colombianización es que los cárteles de pronto asumieron tanta fuerza que desplazaron al Estado de sus funciones, como por momentos pareció ocurrir en los 90 con el cártel de Medellín y Pablo Escobar”, comenta Zavala.
“Sin embargo —aclara— la colombianización que vivió nuestro país tiene que ver más con la forma en la que se incorporó el discurso de seguridad nacional, que fue el mismo que en Colombia. Nuestra colombianización, de algún modo, obedece a la manera en que adoptamos esta fantasía, este imaginario, hasta terminar con una agenda de militarización antidrogas, dictada por Estados Unidos. Incluso allá tuvieron el Plan Colombia; nosotros tuvimos la Iniciativa Mérida. Ambos programas fueron impulsados desde Washington”.